Tras la sorpresa que supuso para muchos 'Invictus' (id, Clint Eastwood, 2009), el mítico actor/director dio una vuelta de tuerca más con su sigiente film, 'Más allá de la vida' ('Hereafter', 2010), desconcertando a propios y extraños.
Muchas voces se lanzaron enseguida a hablar de película fallida o a tildarla de proyecto que no era para Eastwood, cuando en realidad se trata de otro paso más que coherente en su ya amplia filmografía, pues que un cineasta de la edad de Eastwood se empiece a hacer preguntas sobre la muerte tras más de tres décadas dando vida a justicieros de toda índole o misteriosos personajes unidos irremediablemente a la dama de negro, es un paso más que lógico, sobre todo después del optimismo que bañaba en gran parte su anterior trabajo, optmismo que en cierto modo sigue latiendo aquí, y que a muchos ha molestado como si al director de 'Sin perdón' ('Unforgiven', 1992) no le estuviese permitido codearse con los buenos sentimientos. Como si lo hecho en films como 'Primavera en otoño' ('Breezy', 1973) o 'Los puentes de Madison' ('The Brdiges of Madison County', 195) se hubiese olvidado de repente.
Eastwood contó con un libreto escrito por Peter Morgan —curiosamente muy apartado de sus anteriores libretos, todos ellos protagonizados por figuras históricas, como es el caso de 'The Queen' (id, Stepehen Frears, 2006) o 'El desafío: Frost contra Nixon' ('Frost/Nixon', Ron Howard, 2008)—, contó con la producción de su amigo Steven Spielberg, a quien no falta algún homenaje en el film, y para el papel central —aunque hablamos de una película que narra tres historias entrelazadas que terminan convergiendo, por lo que hablar de un protagonismo central puede estar equivocado— tuvo a sus órdenes de nuevo a Matt Damon, quien debido a su compromiso con el rodaje de 'Destino oculto' ('The Adjustment Bureau', George Nolfi, 2011) estuvo a punto de no poder participar en la película. Pero Eastwood, conocido por ser rápido en los rodajes, ajustó el horario de trabajo para que Damon pudiese aparecer en ambos films.
(From here to the end, Spoilers) Tal y como la definió su propio director, 'Más allá de la vida' es como una de aquellas clásicas películas francesas con varias historias protagonizadas por distintos personajes a los que el destino une. Podría ser que Eastwood se estuviese refiriendo en algún que otro título dirigido por Max Ophüls, y lo cierto es que el maestro francés se deja entrever en las escenas del restaurante con Marie (Cécile De France), tras tener una experiencia con la muerte, y su novio Didier (Thierry Neuvic); la enorme fastuosidad del lugar choca con los trascendentales diálogos acerca de la muerte, recitados con total trivialidad, y rememora al Ophüls de la última etapa. Pero antes de nada, estamos ante un film Eastwood, con todo lo que ello significa. Esta vez multiplica a sus personajes desubicados y casi rechazados sociales, solitarias almas que tienen algo en común, una experiencia cercana a la muerte. Marie ha sobrevivido a un tsunami, George Lonegan (Damon) es un psíquico que tiene el don —él lo llama maldición— de comunicaarse con personas fallecidas, y un niño llamado Marcus que ha perdido a su inseparable hermano gemelo Jason —los actores Frankie y George McLaren se intercambiaban los personajes en el rodaje— en un estúpido accidente y quiere comunicarse con él.
'Más allá de la vida' va mezclando poco a poco las tres historias que curiosamente se desarrollan en tres países distintos, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, para al final converger en Londres en un Feria del Libro donde la figura de Charles Dickens tiene cierta importancia. Un inicio muestra el accidente natural de Marie, arrastrada hasta el límite donde vida y muerte se diferencian, y es de lejos la escena más espectacular del film, con un inteligente uso de los efectos especiales, al servicio de lo que se narra y no al revés. Con la cámara como si se tratase de una víctims del tsunami, Eastwood nos pone el corazón en un puño con el breve pero intenso periplo acuático de Marie. Después nos muestra a Lonegan como un solitario hombre, antaño exitoso psíquico, que quiere apartarse de todo lo que signifique "hacer una lectura" —la gente acude a él para que le ponga en contacto con algún ser querido fallecido— porque según sus propias palabras "una vida que se basa en la muerte no es vida" —frase que también parece hacer referencia a la propia trayectoria de Eastwood, siempre con dramas violentos en los que la muerte está muy presente—. Y más tarde, la vida de Marcus y Jason con su madre alcohólica, siendo Jason atropellado marcando las vidas de ambos.
Mientras Marie y Jason se ven decepcionados continuamente —la primera porque sus editores no quieren hacerle caso con un libro sobre su experiencia con la muerte, como si tuviesen miedo, algo que por cierto le pasa al espectador en general, reticente a hablar de la muerte; y el segundo, de medium en medium, en realidad farsantes, que no logran ponerle en contacto con su hermano muerto— George ve una vez más cómo su condición le impide tener una relación de pareja. Eastwood introduce así una historia de amor con mal final en los personajes de Damon y una radiante Bryce Dallas Howard, que coinciden en un curso sobre cocina italiana. El bello instante en el que tiene que probar comida con los ojos vendados de la mano del otro es una escena de una sensibilidad fuera de lo común, y en la que Eastwood se revela como el gran narrador que es, dos personajes frente a frente, una venda —magnífico detalle de guión—, diálogos precisos y dos actores entregados bordan algo que suena cotidiano. Porque de nuevo, Eastwood filma vidas cotidianas que dejan de serlo cuando están relacionadas con la muerte. Y que en apariencia estos personajes sean premiados con un final feliz no es más que otro peldaño en la mala leche que Eastwood expone a veces.
Y es que el futuro que les espera a los tres personajes no es precisamente halagüeño, y aunque muchos han tildado de sentimentaloide el encuentro final entre Marie y George, creo que una cosa es hablar de los sentimientos —algo que también parece provocar rechazo en el espectador de hoy día— y otra bien distinta caer en la ñoñería. Ese encuentro final, del que David Lean estaría orgulloso —en el film suena el concierto para piano nº 2 de Rachmamninov, ¿coincidencia?— destaca por su gran elegancia, y en él ocurre algo que ha despistado a muchos. George mira de lejos a Marie antes de tener el encuentro con ella, la observa y se imagina —no tiene ninguna visión— dándole un beso, algo que se ha imaginado todo el mundo en cualqier cita, y quien diga lo contrario miente vilmente. Hasta ese instante todas las personas que se acercaban a George querían saber, y de todas tenía visiones, y no precisamente agradables —el episodio de Dallas Howard es bastante significativo en ese aspecto—, pero al tocar a Marie —por cierto, preciosa y encantadora Cécile De France, una de las mujeres más bellas del planeta´—, esta que ya ha experimentado la muerte no necesita saber. Sólo amar, porque es muy probable que lo único que nos haga irnos con dignidad al otro lado sea el amor, por muy cursi que eso suene.
'Más allá de la vida' lanza muchas preguntas —además de sortear con inteligencia postulados cristianos, no nombrando ni una sola vez a Dios, pero ridiculizando, como sólo Eastwood sabe, cualquier religión—, probablemente todas las que nos hacemos sobre ese tema tan espinoso vestido de negro, pero no da respuestas, ya que al igual que Lonegan contestado la pregunta de Markus acerca de qué hay más allá de la muerte, "no lo sé" es la perfecta declaración de intenciones de Eastwood —recordáis la frase final del actor en 'Un mundo perfecto' ('A Perfect World', 1993): "yo no sé nada, absolutamente nada"?—, pues su película no va sobre la muerte o lo que hay más allá —sobran, eso sí, las visulizaciones de los flashes que sufre George, demasiado evidentes—, sino sobre la vida, sobre la necesidad imperiosa que todo ser humano tiene de vivir y que ha enterrado en pos de otros disfrutes más materiales. Es por ello que un servidor celebra ese final, que repito de feliz no tiene nada o muy poco, en el que los jinetes pálidos de su relato, almas errantes en un mundo que parece darles la espalda por considerarlos "distintos" o porque no encuentran su lugar, se topan con un intervalo en el que ser felices, una pausa que han hecho en su existencia, para a partir de ese momento crucial, simplemente vivir con verdadera intensidad. Tom Stern vuelve a hacer maravillas —atención a la luminosidad en las secuencias de George solo en casa, escuchando a Dickens— y el propio Eastwood compone una banda sonora, rica en matices, y que en herencia de lo que Ennio Morricone hacía para Sergio Leone, compone un tema para cada personaje, y sube el volumen más que nunca porque esta vez hay que ensalzar lo que otras veces ha sido emoción contenida. Lo dicho, uno de los pasos más coherentes en la carrera de Eastwood y un film que descubre nuevos y bellos matices en cada visionado.
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