Amado y odiado a partes iguales —aunque me inclino a pensar que hay más de lo segundo que de lo primero— y con el estigma que en su trayectoria supondrá siempre el haber hundido con el beneplácito de la Warner la primera encarnación de la franquicia del hombre murciélago, de la muy irregular trayectoria de Joel Schumacher el que esto suscribe sólo destacaría cuatro títulos que bien podrían hablar de la ecléctica personalidad del cineasta estadounidense, como podrían hacerlo acerca de las muchas direcciones en las que ha disparado a lo largo de su carrera errando el tiro en no pocas de ellas.
La primera de la lista sería la fastuosa adaptación de 'El fantasma de la ópera' ('The Phantom of the Opera', 2004) una cinta que consigue por momentos superar a la asombrosa experiencia que fue ver el musical en Broadway. La segunda, ese tour de force al servicio de un inconmensurable Michael Douglas que es 'Un día de furia' ('Falling Down', 1993), análisis soberbio sobre la sociedad americana de consumo y una cinta que dejó inolvidables secuencias como ésta. En tercer lugar 'Última llamada' ('Phone Booth', 2002), vibrante ejercicio de nervio narrativo. Y por último, obviamente, este cachondo delirio vampírico ochentero que es 'Jóvenes ocultos' ('The Lost Boys', 1987).
De hecho, si bien podría dirimir con argumentos el por qué las tres primeras cintas están en el orden que están y cuáles son los motivos para seleccionarlas, llegado el momento de hacer lo propio con la que hoy nos ocupa, toda discusión acerca de la inclusión del filme en el grupo quedaría reducida al "cariño" que, desde que la viera por primera vez con doce años, siempre le he tenido a una propuesta en la que se nota a la legua la mano de los dos nombres que la pusieron en pie desde la producción: Harvey Bernhard y Richard Donner.
'Jóvenes ocultos', Goonies con estacas
Habiendo colaborado en 'La profecía' ('The Omen', Richard Donner, 1976), 'Los Goonies' ('The Goonies', Richard Donner, 1985) y 'Lady Halcón' ('Lady Hawke', Richard Donner, 1985), el rodaje que ambos habían adquirido con tan fundamentales títulos da como resultado aquí la puesta en pie de una historia que, girando en torno al mundo de los chupasangres, y ofreciendo algunas estimulantes lecturas alternativas a los clichés que siempre se asocian a dichas criaturas, bebe en general del cine para adolescentes de la época y en particular del gran éxito que fueron, dos años antes, las aventuras de los chavales de los muelles de Goon producida también por Steven Spielberg.
No es casualidad pues encontrarse aquí de nuevo con Corey Feldman —el inolvidable "Bocazas" de 'Los Goonies'— o el que el guión de Jan Fischer y James Jeremias otorgue gran protagonismo —que no todo dada la abundancia de personajes y la falta de foco del libreto— a la terna de adolescentes que completan el malogrado Corey Haim y Jamison Newlander. Como tampoco lo es que, aumentado aquí por la temática vampírica, el tono de la cinta se aferre con fuerza a lo que hace tres décadas era el estándar del cine para el rango de edad entre 10 y 15 años; un estándar que, huelga decir, hoy escaparía raudo de tal paréntesis.
Plena en escenas ciertamente terroríficas y bastante explícitas en cuanto a violencia y hemoglobina —el clímax final es pródigo en ambos extremos—, el principal problema de 'Jóvenes ocultos' es el que apuntaba en el párrafo anterior: la falta de foco del guión en lo que personajes se refiere. Una carencia que se traduce de forma directa en la pobre definición general de casi todos ellos y que provoca que terminen funcionando por adhesión a arquetipos tan trillados como los de la madre divorciada, el veinteañero rebelde o el adolescente de gran imaginación.
Si a ello sumamos lo poco que se estira la pareja de escritores en elaborar a unos villanos de mayor entidad, es evidente que juzgar a 'Jóvenes ocultos' desde éstos extremos le hace flaco favor a un filme que, gracias a su sentido del humor, al buen hacer de la mayoría de sus intérpretes —Jason Patric está, como casi siempre, de juzgado de guardia mientras que Kiefer Sutherland es lo mejor del reparto—, a la belleza de Jamie Gertz y a la más que correcta dirección de un Schumacher que imprime buen ritmo al metraje y que se muestra muy imaginativo por momentos, sigue gozando hoy de una buena salud, veintiocho años después de su estreno.
Tanto es así, y en tanta estima se tiene a la cinta, que con fecha de 2008 y 2010 se estrenaron directamente a vídeo dos secuelas tremendamente prescindibles cuyo único aliciente es poder volver a ver a Feldman en la piel del cazador de vampiros que aquí encarnaba con tan hilarantes resultados. Pero, como digo, ambas son indignos y tardíos intentos para suscitar el interés de los que vimos la cinta original en su momento y continuamos apreciando hoy la validez de un filme que sólo podría haber nacido de la década de los ochenta.
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