Fueron muchos los directores europeos que buscaron refugio en Hollywood por el auge del nazismo en el viejo continente, reforzando así de forma notable el interés del cine americano y regalando a los espectadores infinidad de grandes películas. Sin embargo, no todos ellos han perdurado de la misma forma en la memoria de los cinéfilos, siendo una lástima que directores de la talla de Robert Siodmak no sean lo suficientemente recordados a día de hoy.
En su momento ya os hablamos en un par de ocasiones de Siodmak, en concreto de 'Luz en el alma' ('Christmas Holiday', 1944) y 'El abrazo de la muerte' ('Criss Cross', 1949), pero en su filmografía también destacan obras como 'Forajidos' ('The Killers', 1946), mi favorita personal suya, o 'La escalera de caracol' ('The Spiral Staircase', 1945), un título esencial dentro de las películas que abordaron la figura del psicópatas antes del estreno de la fundamental 'Psicosis'.
La mirada del asesino
Una de las grandes obsesiones del séptimo arte a la hora de indagar en los diferentes trastornos que llevan a alguien a asesinar a otras personas ha sido querer utilizar la mirada del homicida para expresar el cambio que sucede en su interior antes de acabar con la vida de sus víctimas. Este punto juega un papel esencial en 'La escalera de caracol', ya que las apariciones del asesino se refuerzan con planos en los que el principal protagonista es su ojo y lo que está viendo a través de él.
Llama la atención que Siodmak se niegue a emplear el plano subjetivo para ponernos en la posición del asesino, pero sí que logre transmitir de forma impecable su punto de vista y la amenaza que representa. Esto es algo que ya consigue con su primera víctima en un prólogo relativamente desconectado de la historia principal, pero también tiene sus pegas, ya que por aquel entonces no se estilaba que los homicidas llevasen máscaras y entre eso y ciertos detalles de la trama se limita de forma exagerada quién podría ser.
Pese a ello, el juego con las apariciones del asesino trae inmediatamente a la cabeza a los giallos italianos, y la sensación de que puede verse en ella un precedente directo no hace más que aumentar por la utilización de guantes negros y los puntuales primeros planos para remarcar su uso.
Eso sí, la ambientación aislada nos recuerda más a los slashers, pero justo es reconocer la importancia de dos títulos como 'Bahía de sangre' ('Reazione a Catena', Mario Bava, 1971) y 'Torso, violencia carnal' ('I corpi presentano tracce di violenza carnale', Sergio Martino, 1973) en la transición del giallo al slasher y ahí ese es un punto que sí se cumple.
No obstante, sus cualidades como precedente de dos subgéneros tan populares como esos no van más allá de detalles puntuales y centrados específicamente en la identidad y hábitos del asesino y en la forma en la que Siodmak incide en sus apariciones, ya que la puesta en escena en líneas generales la aleja del giallo y el slasher de forma considerable para acercarla más a otras producciones de esos años.
Por su parte, el origen del trauma del criminal y que las víctimas tengan algún tipo de defecto físico nos llevan a pensar más en la magistral 'El fotógrafo del pánico' ('Peeping Tom', Michael Powell, 1960), donde la mirada del asesino también jugaría un papel fundamental -y mucho más interesante que aquí, algo que no es óbice para que 'La escalera de caracol' resulte un paso vital en la evolución del tratamiento de este punto por parte del séptimo arte-.
Un director con las ideas claras
Siodmak no tiene especial interés en explorar las posibilidades del relato como un whodunit al uso, ya que su atención se centra más en una elaborada atmósfera de suspense, no dudando en echar mano de recursos propios del expresionismo alemán como una muy contrastada utilización de las luces y sombras que también la relacionada con el boyante cine negro de esos años y poco habitual en los thrillers de este tipo por aquel entonces.
Además, el elegante manejo de la cámara y la minuciosa construcción de los planos encuentra un muy necesario apoyo en la banda sonora de Roy Webb para que incluso en las escenas de calma aparente se nos transmita la sensación de que algo podría pasar en cualquier momento, jugando en su medida justa con el suspense artificial y brillando de forma indiscutible cuando llegan los crímenes, momento en el que Siodmak también da lo mejor de sí mismo gracias a un impecable trabajo de planificación, mostrando un exquisito buen gusto para no dejarse llevar por el lado más macabro, aunque quizá en ello influiría las limitaciones impuestas por el código Hays.
Eso sí, Siodmak no estaba dispuesto a plegarse sin más a la censura de la época y no duda en explorar de forma tan sencilla como evidente con el elemento sexual del trastorno del asesino siempre que puede, algo especialmente evidente al mostrar a una víctima antes de serlo de una forma que choca abiertamente con la forma en la que había aparecido hasta entonces. De una imagen casta y recatada se pasa a mostrarla de una forma más desinhibida con la única justificación posible de su utilidad para recalcar ese aspecto del trastorno del criminal.
No quiero olvidarme tampoco del excelente trabajo de su reparto, donde es cierto que no encontramos actuación alguna que vaya a ser recordada como una de las memorables de todos los tiempos, pero todos ellos cumplen con nota, destacando quizá un poco por encima del resto una Dorothy McGuire, quien consigue que nos importe bien poco que en su momento llegase a sonar el nombre de Ingrid Bergman para el papel, ya que su interpretación como Helen, una joven que sufrió un shock que le hizo perder la capacidad de hablar, es difícilmente mejorable.
En definitiva, 'La escalera del caracol' es una joya más en la filmografía de Robert Siodmak gracias al talento exhibido en la puesta en escena por el realizador alemán y por el muy acertado trabajo de sus protagonistas, pero también es un título que adelanta lo que otras cintas sobre psicópatas e incluso varios subgéneros que se popularizarían muchos años después.