Segunda de las cuatro entradas que durante nuestro transitar por el cine de ciencia-ficción de los ochenta dedicaremos a David Cronenberg hasta llegar a la que servidor considera la obra maestra indiscutible en dicho género del cineasta canadiense, esta nueva parada en una filmografía sobre lo que lo menos que se podría decir es que es FASCINANTE de principio a fin, cubre una cinta de esas que vista con ojos adolescentes, hace tres décadas, sirvió entre otras cosas para el mismo propósito que mucho del cine de aquellos años: para abrir a ostias la imaginación de los que bebíamos cine como si de ello dependiera nuestra futura existencia.
Puliendo estilo y enhebrando unas formas narrativas bastante más complejas que las que le habíamos visto en 'Scanners' (id, David Cronenberg, 1981), 'Videodrome' (id, David Cronenberg, 1983) es un filme mucho más ambicioso que aquél en forma pero no así en contenido, siendo quizás ésta la única pega que podría ponérsele a una propuesta alucinante de principio a fin: que en lo que a argumento se refiere, la simpleza de su anterior propuesta cinematográfica siga siendo la tónica reinante.
De hecho, como bien apuntaba mi compañero Juan Luis Caviaro en el artículo que le dedicó hace cinco años al filme en su imprescindible especial sobre el cineasta, el esqueleto de 'Videodrome' no se separa en exceso del que planteaba 'Scanners', y ambos filmes siguen a un "héroe marginado contra el villano que pretende dominar una nueva especie de humanidad". Eso sí, si hay algo que valorar con respecto a la constante evolución de Cronenberg es que aquí consiga dotar de una personalidad arrebatadoramente atractiva al torturado héroe que es James Woods, aunque ello vaya en detrimento de aquello que compete a una némesis que se queda en tierra de nadie.
La nueva carne
Tanto es así, que lo indefinido de éste último y el limitado protagonismo que le concede el libreto sean bazas considerables a la hora de ponderar la dificultad que el espectador se encuentra para poner en pie quién es aquél contra el que ese ejecutivo de una cadena de televisión se enfrenta para evitar que el 'Videodrome' —una suerte de canal pirata que emite snuff y lindezas parecidas y cuyas ondas provocan una brusca alteración de la percepción del televidente— se convierta en el peligro potencial para la sociedad que sus creadores pretenden que sea.
Un peligro que Cronenberg utilizaba como clara metáfora hace seis lustros de los riesgos asociados al sexo y la violencia en la sociedad moderna y a cómo ambos se utilizaban —y, lamentablemente, se siguen utilizando— en forma de arma arrojadiza con la que captar audiencias sin tener en cuenta sensibilidades o el impacto que ciertas imágenes puede llegar a tener sobre el que se sienta en la tranquilidad de su salón a este lado del tubo catódico.
Dichos riesgos y lo que de ellos se deriva, son usados por Cronenberg como punto de partida para el comienzo de la que será una de las tesis más apasionantes de toda su trayectoria como cineasta: la de la nueva carne; una tesis que seguirá ampliando en futuras incursiones en el mundo del séptimo arte y que, pudiendo ser rastreada de forma tímida en sus anteriores cintas, explota aquí con toda su fuerza arremetiendo contra el aguante del espectador con escenas de una truculencia extrema a las que, por supuesto, es imposible dejar de mirar.
'Videodrome', fascinación por lo visual
Haciendo gala de una muy mejorada labor de edición que habla también de la evolución que en sus competencias sufrió Ronald Sanders —el que lleva siendo editor de Cronenberg desde 1981 de forma impenitente—, un enorme porcentaje de la fascinación que levanta 'Videodrome' a lo largo de sus ajustados 87 minutos se debe, sí o sí, a ese genio del maquillaje llamado Rick Baker que tantas muestras de genio dejó plasmadas en celuloide y cuyo abandono del medio era una de esas noticias que uno nunca desearía haber leído.
Dando forma a la nueva carne que Cronenberg imagina en su guión, los momentos más perturbadoramente deliciosos del metraje de 'Videodrome' llevan impresos a fuego la personalidad del artista estadounidense. Y aquí sería difícil, como muchas veces solemos apuntar, quedarse con uno en concreto: ya estemos hablando del momento en que el personaje de Woods fusiona su cabeza con la televisión, ya de aquellos en los que éste hurga en su interior —literalmente— o esos en los que hacen acto de presencia las cintas de vídeo vivientes...todo en 'Videodrome' llama a que el espectador que se deje seducir por la propuesta del filme caiga rendido irremisiblemente ante su arrolladora personalidad visual.
Una personalidad que queda completada por la soberbia interpretación de un James Woods cuya buscada enajenación hace que la componente onírica de la cinta se potencie sobremanera e implique al que se sienta delante del filme a introducirse en un mundo que, por muy fantástico que pueda llegar a ser —y lo es, de eso que no os quepa duda— remite de forma íntima a la vertiente más visionaria del género, esa que anuncia ciertos futuros que a priori parecen lejanos y poco probables pero que en realidad están, como quien dice, a la vuelta de la esquina.
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