Siete producciones que habían tocado palos como el drama, la comedia, el thriller, el cine bélico o el de aventuras medievales no podían servir de ninguna manera para prever que, toda vez diera el salto al otro lado del Atlántico dejándose seducir por los cantos de sirena de Hollywood, Paul Verhoeven sería el artífice de tres de los mejores filmes de ciencia-ficción que se han rodado en las tres últimas décadas. Una terna de títulos sobre los que iremos dando precisa cuenta conforme vaya siendo su turno y cuyo primer estadio es la cinta que hoy nos ocupa, una 'Robocop' (id, 1987) con la que el cineasta holandés dejaba claro su firme intención de alejarse de los estándares yanquis.
A fin de cuentas, si algo evidenciaba su trayectoria hasta entonces —y sólo habría que fijarse, bien en 'Delicias turcas' ('Turks fruit', 1973), bien en 'Los señores del acero' ('Flesh & Blood', 1985)— era que las formas narrativas del cineasta y su gusto por la violencia excesiva poco casaban con la "normalidad" de la maquinaria cinematográfica estadounidense. Tan poco, que tras más de tres lustros viviendo en Estados Unidos, y después de haber filmado seis producciones de las que se podría afirmar que, para bien o para mal, nunca dejaron indiferente a nadie, el cansancio de las imposiciones de la industria norteamericana del cine provocó su vuelta al viejo mundo.
Pasión por la violencia
Pero no lamentemos la sustancial pérdida que supuso para el séptimo arte su regreso a Europa —más que nada porque en los últimos quince años sólo ha estrenado un filme— y centrémonos en viajar a ese mes de diciembre de 1987 en el que se estrenó una cinta que dejó boquiabierto al jovenzuelo de doce años que servidor era por aquél entonces. Obviamente, las reflexiones que un pre-adolescente podía arrojar sobre los poco más de cien minutos de metraje de 'Robocop' se limitaban a enunciar breves aserciones hilvanadas con simples calificativos y, sobre todo, a dejarse llevar por esa sensación de haber acudido a algo que iba a dejar honda huella en mi devenir cinéfilo.
Revisada en incontables ocasiones a lo largo de los veintiocho años que han transcurrido desde su estreno, fue en la penúltima ocasión —hace cosa de más de un año los cines de la comarca donde resido nos regalaron un ciclo de proyecciones de cintas "clásicas" en versión original— donde, tras más de una década sin volver a ella, 'Robocop' desveló unas lecturas que hasta entonces habían permanecido parcialmente soterradas por la inmensa fascinación que en cada regreso a su metraje había despertado la fuerte carga de violencia y acción que caracteriza de forma mayoritaria a la cinta.
Una violencia que lejos de lo comedido a lo que podíamos estar acostumbrados en el cine yanqui no dejaba lugar a la insinuación o la sutileza, mostrándose con toda su crudeza en ciertos momentos que forman parte por derecho propio de aquellos que mejor representan a la década de los ochenta: fotografiada con una naturalidad fría y quirúrgica a Verhoeven no le tiembla el objetivo cuando vemos como se le arranca una mano o un brazo a Murphy, cuando Clarence Boddicker acribilla las piernas de Bob Morton o, por supuesto, durante ese clímax en la factoría en el que la sangre se alterna a borbotones con el cuerpo de Emile derretido por los vertidos tóxicos.
'Robocop', cínica mirada
Todos esos momentos quedan envueltos en una narración que se rinde al tono épico cuando ha de referirse al cyborg protagonista —y a aumentar ese tono viene en ayuda la soberbia y poderosa partitura de Basil Poledouris y ese tema principal que es uno de los mejores que se compuso durante la fértil década sonora de los ochenta— y bajo la que subyacen una sorna y un cinismo que son las cualidades más sobresalientes de la locuaz mirada cargada de escepticismo que Verhoeven vierte hacia el american way of life y la televisión como medio de comunicación de masas.
Y para que no quede duda, la cinta comienza, tras un plano aéreo de la Detroit donde transcurre la acción, con la emisión de un telediario local que en breves minutos nos dibuja con precisión el futuro en el que nos encontramos, con una corporación controlando la policía y con el crimen campando a sus anchas por las calles de la ciudad a orillas del lago Michigan. Jalonado por breves cuñas comerciales de lo más dispares —¿quién no quiso tener esa iteración sobre el 'Hundir la flota' en la que podías terminar provocando una guerra nuclear?— el futuro que dibuja la inclusión de los noticieros es uno que ya se antojaba cercano hace tres décadas y que hoy lo hace aún más.
No exenta de momentos de dramatismo —todo lo que rodea al destino de Murphy, los sueños que le atormentan y la terrible visita al que fue su hogar antes de "morir"— 'Robocop' se apoya sobremanera en todos sus extremos tanto en la asombrosa dirección de Verhoeven, que extrae partido de cada ramificación hacia la que se deriva la historia, como en un reparto ajustado con suma precisión del que destacan, más allá de Peter Weller y una escueta Nancy Allen, un fantástico elenco de secundarios con la villana ambigüedad de Miguel Ferrer, y la decidida maldad de Ronny Cox y Kurtwood Smith a la cabeza.
Aumentada su efectividad con el paso del tiempo y con la aplastante victoria que suma a su recorrido al ser comparada con su inane e insulso remake, 'Robocop' es el magistral arranque de la trayectoria americana de un cineasta que aún nos tendrá que dejar con la mandíbula desencajada en las dos ocasiones más en las que vuelva a incurrir en los territorios de la ciencia-ficción, un género que nunca fue su favorito —siempre se ha declarado amante del cine histórico— pero para el que demostró unas dotes que muy pocos cineastas coetáneos con él habrían podido igualar.
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