Clásico de los ochenta, de la ciencia-ficción y uno de los mejores filmes de acción que nos dejó la década, creo que quedó claro en las líneas que le dediqué a 'Depredador' ('Predator', John McTiernan, 1987) en este mismo espacio hace ya unas cuantas semanas, que al hablar del filme protagonizado por Arnold Schwarzenegger lo estábamos haciendo de la que también era una de las tres mejores producciones en las que se han visto envueltos tanto el fornido austríaco como el brillante cineasta y que, como decía entonces, la cualidad de legendario de su apoteosis final era aplicable a casi todo el impecable metraje de la cinta.
Con tales precedentes, pretender rodar una secuela, hacerlo sin contar ni con su actor principal ni con su director y, además, mover la acción de la frondosa jungla sudamericana al asfalto de Los Ángeles era una apuesta de órdago por parte de la Fox quien, tres años más tarde del éxito cosechado con 'Depredador' decidió que había que seguir sacando tajada del implacable cazador fuera como fuese. Y aunque se quede a mucha distancia de lo conseguido por su directa antecesora, lo cierto es que 'Depredador 2' ('Predator 2', Stephen Hopkins, 1990) es un arranque bastante digno para dar apertura al recorrido que este ciclo efectuará, a partir de hoy, por la ciencia-ficción de los años 90.
Menos elegante, más arrabalera
Cierto es que con el bagaje previo que habían acumulado ambos cineastas antes de que cayera en sus manos el alien camuflado, tan idónea parecía la elección de Stephen Hopkins en el puesto de máximo responsable de 'Depredador 2' como lo había sido en su momento la de McTiernan para rodar 'Depredador'. Pero seamos francos, comparando ambas, había mucho más cine en 'Nómadas' ('Nomads', John McTiernan, 1986) que en la que suponía la carta de presentación de Hopkins, la olvidable y mediocre quinta entrega de las pesadillas de Freddy Krueger.
De estilos contrapuestos, la elegancia de McTiernan a la hora de rodar la acción, la claridad de su narrativa y la limpieza de su forma de exponer encuentran en Hopkins una mayor tosquedad de formas y menos pulcritud en el estilo. De hecho, viendo los resultados de 'Depredador 2' en lo que a dirección se refiere, queda claro que si bien el director no habría servido para dar forma al guión de la primera entrega tal y como conseguía hacerlo su predecesor en la saga, sus maneras cinematográficas sirven bastante bien a lo que el de la presente producción exige.
Dicho de otra manera, que si cuesta imaginar a Hopkins metido en la jungla consiguiendo lo que conseguía McTiernan en esa forma de alternar su cine más físico con el más abierto y expositivo, no pasa lo mismo a la hora de valorar en términos positivos la sucia cercanía con la que nos situamos a ras del asfalto de esa jungla que construyen las calles de Los Ángeles. Y eso es algo que queda demostrado con la primera escena, una secuencia rodada a ritmo de vértigo y caos que deja claro por dónde va a discurrir el resto del metraje cuando de acción se trate.
'Depredador 2', de una jungla a otra
Reforzada dicha impresión de "suciedad urbana" por el resto del filme —la secuencia en el metro, el asalto en la carnicería...—, y considerando que éste no es más que una reimplementación de la estructura del primero cambiando de escenario y de protagonista, si hay algo que funciona a medias en 'Depredador 2' eso es precisamente la sustitución de Schwarzenegger por Danny Glover: ver al musculado actor dándose hostias como panes con el gigantesco alien era creíble y aumentaba sobremanera la efectividad del filme; atender al enfrentamiento entre el policía encarnado por Glover —que no es más que un Murtaugh venido a más— y el depredador es de todo menos plausible.
Y no me malinterpretéis, Glover hace lo que sabe —de nuevo, su papel es clavado al del compañero de Mel Gibson en la saga dirigida por Richard Donner— y cae simpático por naturaleza, pero de ahí a creernos que puede vérselas de tú a tú con el enorme extraterrestre hay un trecho que se convierte en abismo ante la resolución de los acontecimientos. El resto de los actores, como en la primera, funcionan sin estridencias como lo que es obvio que van a terminar siendo, carne de cañón para que el cazador venido de otro mundo aumente esa colección de trofeos que, por meter un espléndido guiño, será responsable indirecta de lo que se perpretará una década más tarde con el personaje.
El score de Alan Silvestri no hace sino reforzar la idea de que, más que ante una segunda parte, estamos viendo una sucinta iteración del original, y el trabajo del compositor retoma los potentes motivos principales que utilizara tres años antes y los reorquesta para la ocasión de forma que subrayen ese tono más urbano y sucio del que hace gala el filme. Una producción que, sin poder compararse con la original es, lo decía al comienzo, una más que digna secuela, entretenida y de estupendo ritmo. Ya quisieran muchas segundas partes poder decir lo mismo.
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