Desde que la viera ahora hace más de veinte años, esa rimbombante "traducción" del título inglés que es 'Cuando el destino nos alcance' ('Soylent Green', Richard Fleischer, 1973), se convirtió de un plumazo en una de mis películas de ciencia-ficción favoritas de todos los tiempos. Una afirmación esta que no ha hecho sino crecer en riqueza de matices y en solidez conforme han ido pasando los años y he ido revisando de vez en cuando uno de esos filmes en los que el transcurso de las décadas no consigue hacer mella, estableciéndose hoy con la misma rabiosa actualidad que lo hizo hace algo más de ocho lustros.
Y si eso es posible —y lo es, que no os quepa duda— es verbigracia al comedimiento que envuelve a la cinta firmada por Richard Fleischer y que, ante todo, juega en favor de establecer un futuro perfectamente plausible que aunque hoy sigue antojándose igual de lejano que entonces —la cinta tiene lugar en el año 2022—, no deja de ser una extrapolación perfectamente asumible de ciertas realidades como el agotamiento de los recursos naturales, el efecto invernadero o la superpoblación que penden aún hoy cual espada de Damocles sobre la humanidad.
El terrible futuro que nos esperaba hace cuarenta años
En esa construcción del futuro de dentro de ocho años, es digno de encomio el trabajo del director, del guionista Stanley R. Greenberg, de la fotografía de Richard H. Kline y del equipo de diseño de producción por concretar un mundo plagado de multitud de detalles que, desviándose de lo que conocemos, construyen poco a poco un entorno tan ajeno como terrorífico: estratificada en dos segmentos, la sociedad de 'Cuando el destino...' se divide en una élite pudiente que vive en apartamentos de gran lujo y tiene acceso a comida de primera calidad y una masa emprobecida que duerme allí donde puede y se alimenta del soylent green que da título al filme.
Complejo proteínico supuestamente elaborado a base de algas y plancton, el soylent green sirve como frontera divisoria entre los dos mundos que nos dibuja la producción: mientras los "ricos" disfrutan de productos cada vez más escasos como carne de buey, verduras frescas o mermeladas, los "pobres" se hacinan en las escaleras de los edificios y en iglesias que tiempo ha dejaron de ser lugares exclusivos para la oración a la espera semanal del día en que las autoridades hacen el reparto del preciado soylent, un momento éste que da lugar a una de las secuencias más aterradoras del filme.
En ella, observamos como, incapaces de contener a una masa humana descontrolada por la carencia de su alimento, la policía recurre a volquetes con unas palas de excavación que van recogiendo a los ciudadanos de la calle para lanzarlos hacia su contenedor trasero. La contundencia de esta escena, derivada sobre todo de la portentosa forma en que la maneja Fleischer, el ruido de las palas al chocar contra el suelo y los gritos del pueblo aterrorizado mientras huye en todas direcciones resultan tan reales que uno no puede contener el escalofrío que le recorre la espalda.
Acudiendo en ayuda de ese dibujo de la sociedad futura otros muchos detalles que van desde la fotografía de exterior saturada de verde —suponemos que por el efecto invernadero que causa también un aumento desmesurado de la temperatura—, hasta ese mobiliario que son las chicas de compañía de la alta sociedad o el terrible momento en el que el personaje de Charlton Heston recoge a un niño que está sentado en la calle atado a su madre muerta, afirmar que 'Cuando el destino...' es una cinta capaz de soliviantar el ánimo más inquebrantable no es algo que se haga a la ligera.
'Cuando el destino nos alcance', Heston y Robinson, impresionantes
La incuestionable solidez de los aspectos que hemos comentado arriba encuentra perfecto, preciso y asombroso apoyo en un reparto del que sobresalen con autoridad dos nombres propios, los de Charlton Heston y Edward G. Robinson. El primero, por más que sus modos interpretativos siempre se movieran en torno a similares patrones y que el papel que aquí hace recuerde sobremanera al de 'El último hombre...vivo' ('The Omega Man', Boris Sagal, 1971) —por poner un ejemplo cercano— convence como ese rudo policía que aprovecha su posición todo lo que puede y que desconoce el descubrimiento que está a punto de realizar.
Ahora bien, es en el segundo donde 'Cuando el destino...' alcanza sus cotas de mayor maestría: último papel del legendario actor, que fallecería de cáncer doce días después de finalizar el rodaje, la mezcla de sentimientos que Edward G. Robinson consigue instilar en el respetable gracias a su Sol Roth encuentra su punto álgido, qué duda cabe, en esa asombrosa secuencia en la que "vuelve al hogar", conjugándose en ella de una forma acongojante, la dirección de Fleischer con la mezcla entre las músicas de la "Patética" de Tchaikosvky con el "Peer Gynt" de Grieg y la hermosísima "Pastoral" de Beethoven.
Poseedora pues de una belleza puntual que juega a contrarrestar la sobrecogedora brutalidad de su final —un final de un nihilismo que completamente desanozador—, sobran los motivos para calificar a 'Cuando el destino nos alcance' como un clásico imprescindible de la ciencia-ficción de todos los tiempos; una calificación ésta sobre la que volveremos de forma intermitente en lo que queda de década de los setenta y que aquí adopta esa carga de verismo sociológico y anticipación con la que siempre han jugado los mejores ejemplos del género.
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