Francamente, no me extraña lo más mínimo el revuelo que está generando esta película: la egomanía de Lars Von Trier, que dedica su metraje íntegro a una larga, a veces muy críptica, a veces muy obvia, perorata sobre sí mismo, combinada con una visualización de la violencia absolutamente amoral y directa, son un cóctel explosivo. Ni siquiera el evidente cartel de 'Ojo: Provocación barata' impide que críticos y cierto sector del público se solivianten, por muy obvio que sea la arremetida frontal y sin subterfugios o del director.
La cuestión es que 'La casa de Jack' se defiende sola, precisamente por su obviedad. Se puede entrar en su juego o no, pero no se puede decir que no tenga la agenda abierta por la página que anuncia: lo último de Von Trier es una reflexión sobre el papel del artista (o, directamente, el creador de cualquier clase) como francotirador cultural. Y sí, por supuesto que hay una secuencia con muertes a lo francotirador: el filo del discurso de Von Trier no es que carezca de sutilidad, es que está cortando la carne con tijeras de punta roma.
Habrá quien diga que esta historia de un asesino en serie se ve defenestrada por la banalidad con la que Von Trier retrata los crímenes y cómo manifiesta esa misoginia de la que siempre se le acusa, y que yo veo aquí como otra herramienta más de la provocación (eso sí: ¿es misogino usar la misoginia para establecer un discurso desde la ficción?... esa es otra cuestión). Pero creo precisamente que la banalidad, la vulgaridad, la pretenciosidad incluso del alter ego homicida de Von Trier es también parte del discurso.
Después de tantas décadas en las que la imagen del asesino en serie ha pasado por encarnarse en el monstruo metafísicamente oscuro (Jack el Destripador), absolutamente aberrante ('La matanza de Texas'), o intelectualmente cautivador (Hannibal Lecter), llega el momento de asumir que lo que hace que los asesinos en serie sean tan fascinantes es su absoluta vulgaridad. Es algo en lo que ya han indagado ficciones como 'Henry, retrato de un asesino' (a la que tanto debe 'La casa de Jack') o, sin ir más lejos, documentales como el reciente 'Las cintas de Ted Bundy'. Pero a menudo más como una forma de acercarse a un retrato verista de la realidad que como un posicionamiento en sí.
Von Trier abraza esa visión más moderna del serial killer como un cúmulo de vulgaridad, como alguien que se cree especial y la única manera que tiene de demostrarlo es matando mujeres. Es decir, que no es nadie. El serial killer disfraza estos impulsos de llamada divina, arte extremo o reivindicación revolucionaria, pero no es más que un matao. Por eso esa mezcla tan peculiar entre verborrea iluminada y autofustigamiento que tiene el -intrincado en la forma, superficial en el fondo- mensaje de la película. Y en esa superficialidad está su brillantez.
'La casa de Jack': el aparente asilvestramiento de Lars Von Trier
El arquitecto / artista que se cree Hannibal está más cerca de ser un palurdo a lo Ed Gein, que hace mobiliario con pieles disecadas porque es la única forma que encuentra de boquear en una angustia existencial típicamente masculina, pero eso no impide que Von Trier la enuncie con cierta sofisticación formal. Hay elementos que dejan bien claro que la película está muy lejos de ser una sucesión arbitraria de asesinatos más allá del espléndido final -que demuestra que, lo entendamos como pretencioso u obvio (visualicemos un descenso a los infiernos con un descenso a los infiernos), el director está implicado a fondo con el compromiso plástico de su película-.
Por eso, el protagonista está compuesto como un puzle de asesinos en serie reales muy diversos: hay elementos sobre todo de Ted Bundy y Jeffrey Dahmer, pero también de Ed Gain y Henry Lee Lucas. La parte teórica de su ideario se basa en 'Del asesinato como una de las Bellas Artes' de Thomas de Quincey y en su larga influencia en la teoría de la equiparación de lo horrible y lo sublime. Y la comedia bebe a parte iguales del Poe de 'El corazón delator' y de la comedia splatstick de los ochenta, a veces con referencias explícitas. Von Trier será un egomaniaco, pero rinde tributo a todos sus referentes.
Es posiblemente esa parte de comedia la que, lejos de hacer digestivo el viaje, lo haga aún más perturbador. Al menos en sus películas de horror puro, 'Anticristo' y la miniserie 'The Kingdom', Von Trier otorgaba de cierta solemnidad a sus imágenes, que aquí parece desactivar con momentos de humor bobo, como toda la comedia gestual derivada de la violencia extrema. Aunque hay veces en las que ese humor no carece de cierta sofisticación, como en los momentos en los que el protagonista lidia con manías obsesivo-compulsivas que casi le llevan a ser detenido, como le sucede a tantos serial killers reales que, sin darse cuenta, pretenden que alguien acabe con su carrera criminal.
Volvemos al principio: el cóctel no es para todos los gustos, pero tras su capa de vulgaridad hay cierto discurso muy consciente y parcialmente indescifrable (¿sofisticación extrema o provocación gratuita -que parece mentira que haya que explicarlo a estas alturas, pero también es un discurso-?). Los devotos de la violencia como expresión plástica y de la explicitud como mensaje tienen mucha tela que cortar en una película que da igual que sea una boutade o un manifiesto: lo importante es que está ahí.
Ver 33 comentarios