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Llevamos un año de cine, cuanto menos, bastante flojo, descorazonador (algunos incluso se plantean si el séptimo arte ha muerto), pero por suerte ahora mismo hay dos películas en nuestra cartelera que son absolutamente imprescindibles. No digo maravillosas, digo que no os la podéis perder, que merecen la pena de verdad, películas que no dejan indiferente, que no sólo resultan muy entretenidas sino que van más allá, invitando también a la reflexión y el debate. Una de ellas acaba de estrenarse, es ‘La red social’, lo nuevo de David Fincher, clara candidata a barrer en la próxima edición de los Oscars; la otra lleva ya casi tres semanas en los cines, es ‘Buried (Enterrado)’, el segundo largometraje de Rodrigo Cortés.
Aunque se habla mucho de crisis de ideas en el cine (muchas veces para destacar las series de televisión, como si no hubiera mediocridad y aburrida repetición de esquemas en ese formato), lo cierto es que incluso en un año tan poco estimulante como el actual encontramos premisas originales (ahí tenemos ‘Rubber’) o al menos fuera de lo corriente, al margen de las agotadas estructuras de cada género. Como sabéis, ‘Buried’ se centra en un hombre que descubre que ha sido enterrado vivo. He leído a Cortés en alguna entrevista declarar con cierto orgullo que la suya es la primera película que transcurre íntegramente dentro de una caja. Supongo que es correcto, pero a mí me parece lo de menos, una anécdota, quizá algo relevante para el marketing; lo más importante es el partido que se le saca a la llamativa premisa. Por fortuna, es ahí donde destaca de verdad este film.
Un tipo atado en un ataúd bajo tierra, con un mechero, un móvil y escaso oxígeno. Prácticamente eso es todo lo que se ha necesitado para construir el siniestro relato del estadounidense Paul Conroy, un desafortunado trabajador enviado a Irak. Por eso, aunque como en toda película ha sido necesario un equipo, serio y compenetrado, creo que merecen ser destacados por encima de todos cinco responsables del éxito de ‘Buried’, cinco profesionales que han logrado que una trama tan simple haya dado como resultado una de las películas más intensas, entretenidas y agobiantes de las últimas décadas.
En primer lugar, hay que aplaudir a Chris Sparling. Él escribió el guión, gracias al cual comenzó todo. El sencillo punto de partida se le podría haber ocurrido a cualquiera, lo complicado es desarrollarlo, exprimir la situación; mantener al protagonista atrapado y ocupado, que sucedan cosas, que no haya respiro, y que siempre estemos pendientes de lo que va a suceder a continuación, todo ello mientras descubrimos al protagonista y nos vamos acercando a él. Ryan Reynolds dijo que era uno de los mejores guiones que había leído en su vida, pero pensó que era imposible convertirlo en una película.
Ahí es donde entra Rodrigo Cortés, principal responsable de que todas las piezas hayan encajado, de que podamos seguir con total interés la dramática aventura del enterrado vivo (el vibrante montaje también es suyo). El español, reputado realizador de cortometrajes que debutó en el cine hace tres años con ‘Concursante’ (inaguantable bodrio que comparte algunos elementos con ‘Buried’, sobre todo la situación de desamparo en la que se encuentra el protagonista), apreció el explosivo material escrito por Sparling y supo cómo se debía transformar en imágenes. Al parecer, tenía tan clara la película en su cabeza que viajó a Estados Unidos y convenció a Reynolds en menos de una hora. El director sólo tiene palabras de elogio hacia el actor, y no es para menos.
Si Cortés es el cerebro de ‘Buried’, Reynolds es sin duda el corazón. Extraordinario el trabajo del actor, una de las jóvenes estrellas de la industria norteamericana, comprometido al máximo con el relato, todo un ejemplo de profesionalidad, coraje y talento. No debe ser nada fácil enfrentarse a un reto interpretativo como éste, consciente de que todo el peso de la película descansa sobre los hombros de un solo actor, y que durante la mayor parte del metraje el espectador sólo podrá ver un rostro. Se necesitaba a alguien capaz de adentrarse plenamente en la pesadilla de Conroy, vivirla, sufrirla, hacerla real, que traspasara la pantalla y entrara de lleno en cada espectador. Reynolds lo logra.
Si bien los citados hasta ahora me parecen las tres piezas fundamentales de la película, creo que también merecen un justo reconocimiento Eduard Grau y Víctor Reyes. El primero es el director de fotografía, junto a Cortés, el principal encargado de preparar el aspecto visual del film, en el que la luz es esencial para trasladar al espectador el drama de estar encerrado en el interior del ataúd, pero en este caso también para agilizar la narración; el segundo compuso la música, no menos relevante que la luz o la interpretación de Reynolds para trasladarnos a la caja, y no menos importante que el montaje o la puesta en escena para imprimir el brutal ritmo de la película. Le sobra cierta escena de acción (más propia de Indiana Jones) y algunos desafortunados excesos visuales que Cortés no puede evitar (el uso de la cámara lenta o esas metáforas que subrayan el abandono de Conroy), pero en resumen se trata de un film notable, de lo mejor de 2010.
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