Los años ochenta son probablemente los peores que ha tenido el cine desde su creación –realmente cualquier tipo de arte−. Curioso al suponer en el caso de muchos, como servidor, la época en la que uno empieza a formarse como cinéfilo, tragándose todo tipo de bodrios disfrazados de buen cine, resultados del nuevo concepto de mainstream que dos amigos llamados George Lucas y Steven Spielberg habían instaurado poco antes. La cantidad de malas imitaciones de su cine superaban con creces a los pocos intentos dignos de “reescribir” a los maestros.
‘Miedo azul’ (‘Silver Bullet’, Daniel Attias, 1985) es una de las hijas bastardas de ese tipo de cine, y a la que el necesario paso de tiempo ha tratado tan bien como mal. Se trata de la única película de su director, que después se metió en el mundo de la televisión y ahí sigue, consolidado como uno de los realizadores más solventes del medio. Desde ‘Corrupción en Miami’ (1984-1990) hasta ‘Ray Donovan’ (2013 - ), pasando por ‘Sensación de vivir’ (‘Beverly Hills, 90210’, 1990-2000), ‘Los Soprano’ (‘The Sopranos’, 1999-2007) o ‘The Wire’ (2002-2008), entre otras muchas.
El licántropo ochentero
A mediados de esa década, films como ‘Noche de miedo’ (‘Fright Night’, Tom Holland, 1985) o ‘Jóvenes ocultos’ (‘The Lost Boys’, Joel Schumacher, 1987) se introducían en el fascinante universo vampírico, recuperando los antaños chupasangres que tanto éxito tuvieron en décadas anteriores. Los licántropos, que no tuvieron nunca buena fama en el cinematógrafo, vivieron irónicamente su mejor época en los ochenta con films tan estimables como ‘Aullidos’ (‘The Howling’, Joe Dante, 1981), ‘Lobos humanos’ (‘Wolfen’, Michael Wadleingh, 1981) y, cómo no, ‘Un hombre lobo americano en Londres’ (‘An American Werewolf in London’, John Landis, 1981).
En un grado muy menor se sitúa ‘Miedo azul’, que supuso el segundo intento de Stephen King de escribir el guion de una película tras la celebrada, y también insulsa, ‘Creepshow’ (id, George A. Romero, 1982), y justo antes de demostrar que la dirección no era lo suyo con ‘La rebelión de las máquinas’ (‘Maximun Overdrive’, 1986), sin duda la peor adaptación jamás hecha de una de sus obras. Desconociendo el material original, uno de los pocos libros de King que no leí en aquella época, el guion en sí se las trae.
En una pequeña localidad estadounidense, muy en la línea del universo literario de King, vertiendo cierta mirada nostálgica sobre la década anterior, un joven paralítico de cintura para abajo se verá enfrentado a nada menos que un hombre lobo. Repetimos y leemos más despacio: un adolescente, pa-ra-lí-ti-co de cintura para abajo se enfrentará a un hombre lobo. Sobre el papel, delirante, y sin embargo Attias lo hace creíble. Esa estrella fugaz que fue Corey Haim presta su cuerpo, con inesperados movimientos de piernas incluidos, y voz al personaje.
Absurda y entretenida
Haim cae simpático en el rol, el típico adolescente americano, al que además se le añade el cliché tan manido en el cine estadounidense, el de la superación personal, por mucho que la vida te ponga trabas, ya sea, paralizándote las piernas o poniendo delante a un hombre lobo. La relación que el chaval tiene con su tío, al que da vida un divertido Gary Busey, es de lo mejor del film, subrayando la diferencia entre el mundo adulto y el adolescente, la fina línea que divide lo real de lo fantasioso, de creer o no.
Attias dirige con eficacia, utilizando muy bien la fotografía nocturna del italiano Armando Nannuzzi –muy sugestiva la secuencia del puente, a plena luz del día, o la caza durante la niebla−, marcándose además momentos de suspense bien llevados como la búsqueda de una persona a la que le falta el ojo izquierdo, con la cámara mostrando los diferentes rostros. En cualquier caso la identidad del licántropo se descubre por sí sola en cuanto una secuencia onírica, de claras connotaciones antirreligiosas−lo cual siempre merece un aplauso− es insertada sin más ni más.
El resto se mueve entre lo correcto y lo extraño, con delirantes apuntes como la persecución de un coche a la moto preparada de Haim, o el hecho de que la criatura, diseñada por el insigne Carlo Rambaldi, actúe con excesiva lentitud y hasta pensando, aunque por supuesto no faltan toques gore tan del agrado del público amante de este tipo de cine. El porqué de la no vuelta a la dirección de largometrajes por parte de Attias es algo que aún no ha trascendido, y no creo que lo haga. Supongo que se encuentra mucho más cómodo en la pequeña pantalla, nominaciones a los Emmy incluidas.
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