‘Los niños del paraíso’ (‘Les enfants du paradis’, Marcel Carné, 1945) fue publicitada en su momento como la respuesta francesa a ‘Lo que el viento se llevó’ (‘Gone With The Wind’, Victor Fleming, 1939). Lo cierto es que pueden ser comparadas por ser sendas mega producciones, con gran despliegue de medios, a pesar de que la segunda tuvo enormes problemas en su filmación –tardó tres años en finalizarse−, personaje crucial femenino, cierta megalomanía en sus intenciones, y cómo no, el triángulo amoroso con sus correspondientes bifurcaciones.
Citada en más de una ocasión como la mejor película francesa de la historia –François Truffaut declaró una vez que cambiaría todos los films que había realizado por éste−, supone un monumental trabajo por parte de su director, uno de los más representativos del cine francés, con películas tan inolvidables como ‘El muelle de las brumas’ (‘Le quai des brumes’, 1938), ‘Le jour se lève’ (1939), y ya en su etapa no tan considerada, ‘Tres habitaciones en Manhattan’ (‘Trois chambres à Manhattan’, 1965). La que nos ocupa es la más “grande”, un canto de amor al teatro y una disección sobre el amor.
Grandiosidad en todos sus aspectos
En su momento el film fue dividido en dos películas separadas –lo que Quentin Tarantino o Peter Jackson, por poner dos ejemplos, pusieron de moda, ya se daba hace décadas, en más casos de los que se recuerdan−, la primera titulada ‘Le Boulevard du Crime’, que es donde ocurre prácticamente toda la acción del film, y ‘El hombre blanco’ (‘L’Homme Blanc’), en referencia al personaje Baptiste, al que da vida un excepcional Jean-Louis Barrault, y tiene su base en alguien real, como algunos de los personajes que circulan por el relato. Tras la ocupación, el film se exhibió como corresponde, con sus más de tres horas de duración.
Toda una epopeya sobre el teatro y el amor que navega en toda su inmensidad, como si de una gran obra de teatro se tratase, alrededor de tres personajes cruciales, el citado Baptiste, actor que se dedica al mimo, Lemaître, actor teatral al que da vida un muy divertido y camaleónico Pierre Brasseur, y cómo no, ese fascinante personaje femenino que responde al nombre de Garance, a la que da vida la actriz Arletty, la cual tuvo no pocos problemas durante la ocupación nazi, llegando a ser juzgada por colaborar debido a su relación con un oficial nazi. Su defensa en el juicio es histórica: “Mi corazón pertenece a Francia, mi culo es internacional”.
Dejando a un lado todos los impedimentos que Carné tuvo durante el largo proceso de filmación –se pueden citar decorados que se destruían, mal estado de la película, actores que tenían que esconderse debido a su ideología, o la retirada de la financiación italiana cuando el país de la bota cayó bajo el poder nazi− y que sin duda influyeron en el mismo, ‘Los niños del paraíso’ supone todo un fresco de una época del país galo, en la que laten con fuerza sentimientos encontrados, pasiones eternas, y sobre todo, la alegría de esos niños del título, que no son otra cosa que los espectadores del gallinero de todo teatro, ansiosos por disfrutar de una gran obra, y reír, olvidándose de la vida, aunque ésta, en cierto modo, también se representa en el escenario.
La vida es una farsa
Soberbio texto de Jacques Prévet, sin duda el mejor colaborador que ha tenido Carné, el film ofrece al personaje femenino Garance establecer cierta disección del sentimiento amoroso, en tiempos difíciles, y recibido de diferentes formas, las mismas que amantes y pretendientes tiene Garance, quien en un momento dado sentencia que el amor es fácil, haciendo alusión al siempre necesario deseo carnal, cuando acepta la hospitalidad de un miedoso Baptiste mucho antes de ser famoso. La respuesta la obtendrá años más tarde, en la misma habitación de hotel, y con un leve movimiento de cámara hacia la derecha dejando fuera de plano a los dos amantes.
El paso del tiempo, a través del cual somos testigos de las vidas de personajes entregados a su pasión; amores ocultos durante años, y secretos que llevan a celos de toda índole, como los protagonizados, cada uno a su manera, por el perverso Lacenaire (Marcel Herrand), preocupado más que nada por un status, y el Conde de Montray (Louis Salou), obsesionado por conseguir el amor de su esposa, que no es otra que Garance, pero que realmente ama a Baptiste después de tanto tiempo. El conde proporciona cierto toque irónico a la historia, puesto que supone un personaje que no necesita fingir o llevar una máscara, y al que le resulta difícil conseguir lo que ama siendo sencillamente como es.
Los instantes finales de ‘Los niños del paraíso’ son de una dureza embriagadora, haciendo honor al título, celebrando la vida como si fuese una gran comedia o drama. Con esa concepción, Marcel Carné no deja títere con cabeza, nunca mejor dicho, satisfaciendo a un público hambriento, aquí espectador y habitante del gallinero, dejando a sus actores libres y grandes, ofreciendo no pocos duelos interpretativos entre ellos. En esa secuencia final en la que Baptiste ha elegido entre Nathalie (María Casares) y Garance, el gentío apaga sus gritos de llamada, los impresionantes decorados de Alexandre Trauner lo llenan todo, el telón baja, como al inicio subía, y nosotros recordamos que todo empezó con una flor.
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