En el ciclo sobre vampiros que hace unos años pudisteis disfrutar en esta web, hablamos sobre algunas de las adaptaciones de Joseph Sheridan Le Fanu, sobre todo de ‘Vampyr’ (id, Carl T. Dreyer, 1932), y cómo no, la famosa Trilogía de los Karnstein que la Hammer ofreció con ‘Las amantes del vampiro’ (‘The Vampire Lovers’, Roy Ward Baker’, 1970), ‘Lust for a Vampire’ (id, Jimmy Sangster, 1971) y ‘Drácula y las mellizas’ (‘Twins of Evil’, John Hough, 1971). Christopher Lee protagonizó la que se considera la primera adaptación oficial de la novela ‘Carmilla’: ‘La maldición de los Karnstein’ (‘La cripta e l'incubo’, Camillo Mastrocinque, 1964).
En el guion de la película participó nada menos que Tonino Valerii, conocido más tarde por sus contribuciones al spaghetti-western y al giallo, subgénero injustamente rechazado por la (no) crítica de este país –el menosprecio suele ser producto del desconocimiento− y que fue el resultado de la evolución del fanta terror gótico italiano que se dio a principios de los sesenta. Lee, de ascendencia italiana protagonizó varios films en Italia, algunos de ellos joyas como la que nos ocupa.
‘La maldición de los Karnstein’ tiene todos los elementos de los films de terror gótico que aquellos años proliferaron en las pantallas de medio mundo. Un castillo lleno de pasillos tenebrosos y lugares lúgubres que esconden secretos del pasado, personajes que ocultan terribles secretos, luces y sombras por doquier, atmósfera de tono onírico, y en este caso una ambigüedad muy bien señalada por Mastrocinque, director que dos años más tarde nos ofreció la también recomendable, y similar, ‘Un angelo per Satana’.
Una terrorífica ilusión
El conde de Karnstein (Lee) vive en su castillo atemorizado y preocupado por los terribles sueños de su hija Laura –la bella Adriana Ambesi− que sugieren una maldición en la familia, cuando muchos años antes una bruja fue “ajusticiada” en aquel mismo lugar, prometiendo su regreso para vengarse en el clan Karnstein. Hasta allí llega, invitado por el conde, un científico –el actor español José Campos− para intentar averiguar qué le sucede a Laura, con el fin de liberarla de su pesadilla.
Por supuesto, la película tiene un abierto tono onírico, porque cada vez que sucede algo terrorífico en el film es tras un sueño de Laura, personaje cuya evolución se acrecienta con la aparición del de Ljuba –la aún más bella Ursula Davis, actriz de corta filmografía− en un momento dado, vistiendo de la citada ambigüedad el film, hasta prácticamente el final, cuando todas las cartas se pone sobre la mesa, descubriéndonos en quién se ha encarnado la bruja ajusticiada. Toda una sorpresa muy bien ocultada por la juguetona cámara de Mastrocinque.
Una cámara, que además de moverse en los momentos adecuados –el instante de la segunda foto, inquietante como pocos− encuadra muy apropiadamente los encuentros de Laura y Ljuba, sugiriendo un excitante lesbianismo de peligrosas connotaciones. Al igual que en las muy conseguidas intenciones de no dejar claro, hasta el último instante, de qué es real y qué no, maravillosa forma de juguetear con uno de los elementos característicos del vampirismo, el no reflejo de los vampiros en un espejo. El mismo parece navegar, cual atrayente ilusión, entre personajes atrapados que sólo podrán liberarse echando mano de las clásicas herramientas. Un film a reivindicar.