Críticas poco halagüeñas entre las que se contaba la de mi compañera Lucía —alguien con un criterio cinematográfico muy de fiar—. Tibia recepción en San Sebastián. Comentarios de vosotros, nuestros lectores, que advertían ante el severo bajón de calidad en el que Alejandro Amenábar incurría aquí. Alarmas todas que debían haber hecho que me acercara con pies de plomo a 'Regresión ' ('Regression', 2015) y que no obstante no impedían que siguiera firme en la creencia de que todo el mundo se equivocaba, que el cineasta que hasta ahora nos había ofrecido cinco filmes tan sólidos como los que veíamos la semana pasada no podía caer tan en picado.
Me resistía, claro, hasta que veinte minutos después de arrancar la proyección —¡sólo 20 minutos!— tuve que rendirme a la evidencia y contemplar con tristeza cómo lo que estaba desfilando ante mis ojos se apartaba de forma radical de lo que habíamos visto desde 1996 para hacerse fuerte en una mediocridad carente de personalidad que deviene en un espectáculo al uso, una cinta que podría haber rodado cualquiera y en la que nada hay que indique que tras el objetivo se encuentra el que el otro día calificaba como un genio del séptimo arte.
'Regresión', anticipación
Tanto es así, tan dura prueba son para el espectador los minutos que ocupa el primer acto de la cinta, que cabe preguntarse en qué diantres estaba pensando Amenábar —en solitario, sin Mateo Gil— para arrancar el metraje en unos modos que, ante todo, se elevan como una barrera casi impenetrable de cara a que el que se sienta en la butaca pueda agarrarse a algún saliente, por mínimo que éste sea, y deje pasar la nula identificación que se produce con cualquiera de los personajes que desfilan ante la cámara, ya sean secundarios, ya la pareja protagonista, unos Ethan Hawke y Emma Watson que se quedan muy lejos de lograr convencer al respetable.
Él, por esa notoria inefectividad de la que hace gala para mostrar a un policía vulnerable a los acontecimientos que van sucediéndose como si tal cosa —el momento en que el personaje le confiesa al psicólogo encarnado sin carisma por David Thewlis que la investigación le está afectando, es de lo menos creíble de toda la proyección—. Ella, porque en ningún momento transmite la extrema fragilidad a la que se supone debería estar sometida por los abominables abusos sufridos de mano de su padre y de esa secta satánica que la ha obligado a cometer horribles atrocidades. Ambos, porque la química que entre ellos se produce es, como poco, inexistente.
El peso específico que en ellos debería haberse depositado queda pues expuesto a servir de punto de partida de una mirada crítica que comienza a atisbar ciertos problemas en el guión que se van acrecentando —a la simplicísima definición de personajes se suma lo poco efectivo de la vertiente "terrorífica" del relato— conforme se acerca cierto momento del comienzo del tercer acto en el que, si uno ha estado atento a lo que hasta entonces ha transcurrido, se puede leer a la perfección cuál será el desenlace de una historia que, en esencia, queda reducida a dar respuesta a dos simples preguntas: ¿quién está mintiendo? y ¿es todo real? (a partir de aquí, spoilers sobre el final)
El citado momento, la secuencia en el cementerio, telegrafía de forma inequívoca que es Emma Watson la que, a través de falsos testimonios y la manipulación de todo aquél que se cruza en su camino, se ha inventado lo que da el pistoletazo de salida a la trama. A partir de ahí, ir anticipándose a todo lo que va aconteciendo resulta tan fácil como lamentable es observar la pobre puesta en escena del momento en el que Amenábar decide revelar sin atisbo posible de duda que, efectivamente, es la joven la causante de todo.
Una escena que trae a la memoria cinematográfica aquella que enfrentaba a Richard Gere con Edward Norton en los últimos minutos de 'Las dos caras de la verdad' ('Primal Fear', Taylor Hackford, 1996) pero que carece de la fuerza que le imprimían a ésta sus dos actores masculinos y, en última instancia, de la capacidad para instilar la potente sensación de sorpresa que la cinta estadounidense guardaba tras haber manipulado mucho mejor la capacidad del espectador de poder anticiparse a lo que se le venía encima.
Arropado el irregular devenir del guión —llega un momento antes del citado detalle que prefigura el final que la capacidad del filme por mantener el interés comienza a diluirse con rapidez— con una dirección que carece de la solidez que sí le habíamos visto en el pasado sometida como está a ese proceso de despersonalización que apuntaba al comienzo de la entrada, lo único medianamente reseñable de 'Regresión' es su diseño de producción y los instantes sueltos en los que la partitura de Roque Baños subraya con efectividad la acción.
Ahora bien, en descargo último de Amenábar hay que admitir, y hacerlo de forma clara, que cualquier director de la historia del cine —por muy grande que pueda ser— ha tenido sus tropiezos. En algunos casos han sido definitivos. En otros, sólo han terminado suponiendo un escollo en un camino brillante sembrado de excelsos títulos. Si tuviera que apostar —y eso que nunca lo hago— me jugaría una buena suma a que el cineasta español terminará demostrando con futuras incursiones que es el segundo el grupo al que pertenece por derecho. Tiempo al tiempo.
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