‘Crimen perfecto’ (‘Dial M For Murder’, Alfred Hitchcock, 1954) fue el encuentro cinematográfico del maestro del suspense con la que fue una de sus actrices favoritas, Grace Kelly —aunque la primera actriz a la que ofreció el papel fue Deborah Kerr—, quien protagonizó tres películas seguidas para Hitchcock, dos de las cuales son obras maestras que justifican por sí solas el trabajo de dirección y puesta en escena como algo fundamental para la narración cinematográfica.
El director británico se hizo cargo del proyecto, que adapta la obra teatral de Frederick Knott, que la Warner quería convertir en un película filmada en 3D, que por aquel entonces empezaba a hacer furor. Las razones de Hitchcock fueron por la imposibilidad de llevar a buen puerto un proyecto titulado ‘The Bramble Bush’, y quiso jugar sobre seguro con el texto de Knott. Sabía perfectamente que era un material que podía manejar muy bien. Hizo mucho más que eso.
Comunión de cine y teatro
Es curioso, una vez más, que Alfred Hitchcock nunca pensó bien del film, el cual consideró un producto alimenticio para salir del paso y dedicarse a su siguiente proyecto, el muy personal y revolucionario ‘La ventana indiscreta’ (‘Rear Window’, 1954). Lo cierto es que estamos ante otra de sus obras maestras en la que la maquiavélica mecánica del suspense era sustituido por una increíble integración de los personajes en el escenario y su comunión con determinados objetos.
Aunque Fue filmada en 3D, por obligación de la Warner, Hitchcock fue muy inteligente al pasar del invento, utilizándolo sólo para colocar determinados objetos —una silla, un jarrón o unas tijeras en la secuencia del asesinato— o juguetear con los fondos en escenas como la de Kelly en el juicio. La intención del director fue la de no alejar el material del concepto teatral para el que fue diseñado, logrando un milagro al alcance de muy pocos. ‘Crimen perfecto’ no se aparta de su teatralidad, y al mismo tiempo es un ejercicio cinematográfico de primer orden.
La puesta en escena cobra mayor importancia al hacer mucho más interesante de lo que es la historia de un exjugador de tenis famoso (Ray Milland) que decide asesinar a su mujer (Grace Kelly) para cobrar la herencia, realizando un diabólico juego, muy en la línea con el humor de Hitchcok, que éste mantiene con el espectador continuamente, ofreciendo, como siempre, un mayor número de datos al espectador que, salvo al final, contiene siempre más información que los personajes.
Puesta en escena
La película enseguida engancha con su argumento, y los detalles de puesta en escena no tienen desperdicio. La entrada de Ray Milland en casa de su esposa, a través de una puerta que separa las dos sombras de los amantes es una clara muestra de intenciones. Algo sucederá en ese apartamento, algo que tendrá su revelación en la reunión entre Tony (Milland) y Swann (Anthony Dawson), en la que el primero hace un espectacular chantaje al segundo para que asesine a su esposa —atención al plano del bastón sobre el sofá y que Tony ya no necesita para fingir—. Un asesinato que tiene nada menos que tres representaciones.
La primera, prodigioso plano secuencia casi en picado, de Tony representando el crimen mientras se lo narra al verdadero asesino. La segunda, éste repasando todos los posibles puntos débiles del plan, y en el que ha Hitccock lleva la cámara al nivel de sus personajes, y la tercera, el propio asesinato en sí, que viene a demostrar una vez más que da igual lo que se planee algo, siempre habrá algo que puede salir mal. Y efectivamente sale.
La secuencia del crimen en sí ha pasado a la antología del cine por derecho propio. Una secuencia con una violencia muy física, muy en la línea de lo que repetiría años más tarde con Paul Newman en una inolvidable secuencia en una cocina de la que ya hablaremos en su momento. Hitchcock llega a engañar al espectador hasta tres veces, primero con el detalle del reloj de Tony, y más tarde con el crimen en sí, cuya resolución se convierte en impecable punto de inflexión en el que la inteligencia de Tony se multiplica, y con ello el diabólico juego.
La maldad de Milland vs. la belleza de Kelly
Pocas veces los objetos tuvieron tanta importancia en un film de Hitchcock, amante de utilizar elementos cotidianos para sus historias. Unas tijeras, una reveladora carta, un teléfono, y sobre todo unas llaves que serán vitales a la hora de descubrir al verdadero asesino, labor que recae en el Inspector Hubbard, papel a cargo de un antológico John Williams —no confundir con el compositor—, eterno y maravilloso secundario que realiza una muy divertida y cínica composición.
Si Hitchcock decía que una película valía lo que vale el malo de la misma, en este caso sus palabras cobran todo su sentido. Ray Milland, en la que fue su única colaboración con el gran director, está absolutamente fantástico en un rol divertido, amable, peligroso, mentiroso y cínico a partes iguales. Sus intervenciones son toda una lección de acting, sobre todo el poderoso instante en el que es pillado en su “descuido”.
Mi compañero Pablo comparaba al malo y el suspense de esta obra maestra con una de las mejores películas de Tarantino, ‘Malditos bastardos’ (‘Inglorious Basterds’, 2009). Las diferencias son notables y evidentes. Mientras la naturaleza malvada de Milland está oculta hasta casi finalizada la película para el resto de personajes, en el caso de Waltz dicha tensión no existe, y el único instante puramente hitchcokiano que alude a ‘Crimen perfecto’ es el de la taberna.
Respecto a la bellísima Grace Kelly es muy interesante el juego que realiza Hitchcock con la vestimenta de la misma y que va cambiando según avanza la acción. Así pues al inicio lleva un radiante vestido rojo pasión, y según avanza la trama su vestimenta se va oscureciendo. Hitchcock filmó la película en poco más de un mes y se pasó hablando todo el rodaje con la actriz a cerca de su próximo proyecto, un thriller de un hombre con una pierna rota mirando por la ventana, el proyecto que realmente quería hacer.
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