Alejandro Amenábar es un hombre privilegiado dentro de la industria del cine español. Sin duda, se ha ganado tales privilegios, muy superiores a los de cualquier otro cineasta de este país, se llame Almodóvar o de la Iglesia. Él juega en una liga varias galaxias por encima de ellos. Con cuatro películas, las cuatro rotundos exitazos de taquilla, que convencieron a amplios sectores de la crítica, y se alzaron con numerosos premios, este hombre puede, a día de hoy, hacer la película que le venga en gana.
Y en su afán por hacer cine de Hollywood, pero fuera de Hollywood, y en el de aunar cine de autor con cine comercial, hace ‘Ágora’, que el próximo viernes llega a las pantallas españolas, después de su tibia acogida en Cannes. De nuevo filma en inglés, después del taquillazo de ‘Los otros’. Habiendo indagado en miedos y en horrores, ahora cambia de tercio y se atreve con un extraño Peplum, género al que pretende dotar de un estilo más realista, hablándonos de una mujer única. Mucha ambición para unos resultados tan pobres.
Un relato inconsistente
Pienso que el principal problema de esta película es que se sustenta en un guión muy pobre, desgraciadamente, obra, una vez más, del binomio Alejandro Amenábar/Mateo Gil. Según palabras del propio cineasta, su intención era hacer una película de ficción científica, o incluso un documental, sobre el cosmos, pero todo eso le llevó hasta la filósofa neoplatónica romana Hipatia. De modo que se dispuso a armar un gran fresco histórico en el que la destrucción de la biblioteca de Alejandría fuera el vórtice a partir del cual comienza una lucha entre religiones.
Pero, sea el guión pobre, o que quizá éste se haya visto estropeado por el montaje final, lo que queda es un sincero quiero y no puedo. Guionistas y director intentan abarcar demasiado. Por un lado, la historia del choque de culturas y de religiones, de otro la búsqueda de conocimiento de Hipatia del universo a través de las matemáticas, de otro la destrucción de una forma de vida y de un sistema de creencias, de otro un retrato de los fanatismos. Y a Amenábar le fallan las fuerzas. Es sencillamente incapaz de hilvanarlo todo de forma fluida y armónica, evidenciando graves trastornos rítmicos en el seguimiento a sus personajes, incapaz de establecer un tono.
Porque, ¿exactamente qué nos quiere contar Amenábar? ¿Que los fanatismos son destructivos y terroríficos? Eso ya lo sabíamos ¿Que la razón siempre será más analítica que la fe? Esto también lo sabíamos. Ahora bien, los mecanismos de ese fanatismo, los intereses que los mueven y los promueven, las mentes que son manipuladas desde la ignorancia de una vida miserable, de todo eso no hay ni rastro en un relato que siempre se mueve por caminos fáciles, y que no es capaz de profundizar en nada. Intelectualmente, ‘Ágora’ es un filme muy menor. No hay en él una sola idea, siendo una película que, en teoría, iba a hablar sobre las ideas, ni un hallazgo. No se hace preguntas, ni se las hace al espectador.
Una dirección dubitativa y estática
No es Amenábar un director que goce de mi devoción. Muchos le consideran un grandísimo cineasta. Yo opino que es un grandísimo realizador. Quizá el más grande español vivo. ‘Tesis’ o ‘Abre los ojos’ eran castillos de naipes que se sostenían por la sola habilidad de su responsable de mantenerlos en pie como un alquimista avezado, sin duda el primero de su clase. Mucho más ambiciosas, ‘Los otros’ y ‘Mar adentro’ eran nuevos castillos de naipes, con mucho más oficio dentro, pero igual de vacías, de falsas, de impersonales.
En este nuevo castillo de naipes, el quinto, que es ‘Agora’, no hace falta ni soplar para que se venga abajo. La elefantiasis acaba por revelar todas las carencias de Amenabar como gran artista. Eso sí, su habilidad como realizador sigue creciendo. Es increíble cómo mueve la cámara, como arma las secuencias, cómo crea sonidos, ambientes. Es un grandísimo profesional. Pero le falta lo más importante: el ritmo, lo invisible, el genio. Le puede lo grandioso y se olvida de que el cine está en la cosas pequeñas, en los detalles, en lo que no se ve, pero se siente. Quiere filmarlo todo, mostrarlo todo, y pone en un pedestal sus ideas, convirtiendo sus imágenes en meros vehículos de estas. Pero en el cine, la imagen es absoluta, y los adoctrinamientos, por muy ingenuos que sean, la vuelven tendenciosa.
Porque tendenciosa es la manera en que Amenábar dibuja a sus caracteres y formaliza su narrativa. Un artista no es quien mejor fotografíe, encuadre o sonorice una secuencia. Sino el que con una capacidad de observación mayor que la nuestra nos indica una forma de mirar que descubre los rincones más secretos donde se esconde la vida, la esperanza y el horror. Y nada de eso hay en esta lamentable película. También dijo, el director, que quería hacernos sentir como si la CNN hubiera viajado en el tiempo y hubiera presenciado tales acontecimientos. Sería interesante ver la película al lado del director y que explicase de qué escena o forma de filmar se infiere tal cosa. Los planos de la Tierra sí que parecen una versión virtualizada de Google Maps, pero al respecto no le he oído decir nada.
Un reparto sin nada que hacer
He dicho que el ritmo en esta película no existe, por la sencilla razón de que sus personajes no existen, no son, no están. El ritmo no lo alcanzas con un montaje frenético, o con una cámara enérgica y virtuosa. En realidad, existe a pesar de eso, no gracias a ello. El ritmo te lo dan los personajes, sus necesidades, sus búsquedas, sus réplicas y sus interioridades. Pero para llegar a eso no se puede aspirar a hacer una película comercial y condescendiente como ‘Ágora’, cuyo mayor objetivo es lograr grandes ingresos en taquilla, y cuyos personajes parecen fantasmas pululando por la pantalla.
Se intuye talento en Amenábar para crearlos, pero falla a la hora de sostenerlos. Tanto Ammonius como Orestes, incluso el esclavo Davo (que no es más que un truco de guión evidente), son personajes con gran potencial, pero que aparecen y desaparecen de manera arbitraria y sin ningún criterio, y que viven realidades diferentes. Rachel Weisz es una actriz magnífica, pero no se puede sentir gran cosa por su Hipatia, que en manos de Amenábar no es más que una filósofa bienintencionada. ¿Dónde está esa asombrosa mujer, capaz de enfrentarse a los hombres más poderosos? Apenas hay rastro de ella. No conocemos más a Hipatia después de esta película. Le falta caracter, fuerza, presencia. Y no parece protagonista. Amenábar no sabe tratar el material que tiene entre manos.
Uno se pregunta qué clase de película está viendo, qué pretende Amenábar, de quién es la historia (¿del esclavo? ¿del prefecto? ¿de la matemática?). Demasiados interrogantes. Uno se pregunta si eran necesarios cincuenta millones de dólares para hacer realidad este proyecto, o por qué Amenábar no siguió el camino que él mismo se había trazado. ¿Es una de aventuras, es una película sobre ideas, espiritual, metafórica? Ignoro si será un éxito, pero Amenábar, en su infinita ambición, comienza a flaquear en su capacidad, hasta ahora asombrosa, de hacernos pasar gato por liebre. De pronto la liebre se parece mucho al gato, y es que puede ser que siempre haya sido gato.
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