El año 2020 ha empezado pisando fuerte en lo referente a estrenos cinematográficos. El día 1 de enero llegaron a los cines españoles ‘Richard Jewell’ y ‘El oficial y el espía’, los nuevos trabajos tras las cámaras de Clint Eastwood y Roman Polanski, y el próximo viernes 10 será el turno de títulos como ‘El faro’, la cinta con la que Robert Eggers tiene que confirmar que ‘La bruja’ no fue una casualidad, y ‘1917’, el primer largometraje dirigido por Sam Mendes desde que dejase atrás su etapa al frente del universo de James Bond.
La gran particularidad de ‘1917’ respecto a otras muchas películas que hayamos visto ambientadas durante la I Guerra Mundial está en el hecho de trasladar al espectador la sensación de que todo sucede en un único plano secuencia. Obviamente hay varios cortes a lo largo de su metraje, pero Mendes logra disimularlos con soltura para realizar una proeza técnica que va mucho más allá de eso al conseguir sumergirnos en las trincheras para experimentar de una forma muy viva la misión que reciben dos soldados para evitar una matanza.
Un hito
Esta claro que, aunque en ocasiones pueda ser de forma inconsciente, cierto componente de lucimiento personal hay cuando un director toma la decisión de hacer un gran plano secuencia. A su manera puede verse como un golpe de efecto similar al que se puede conseguir a través de los efectos visuales, siendo lo realmente importante que aporte a la obra en su conjunto. En ‘1917’ sirve inicialmente para dar más fuerza a la presentación de los personajes, pero la clave está en una sensación de movimiento continuo para que los protagonistas completen la tarea que se les ha asignado.
El primer acierto de Mendes es evitar que ‘1917’ resulte acelerada sin necesidad. Sí, hay movimientos de cámara impresionantes y seguro que somos muchos los que habríamos dado casi cualquier cosa por estar en el rodaje, pero todo está muy medido, relajándose cuando la ocasión lo requiere y pisando a fondo el acelerador cuando no queda otra para evitar que una unidad del ejército británica caiga de lleno en una trampa que los alemanas llevan tiempo ideando.
De esta forma, podemos ver en ‘1917’ dos mitades más o menos diferenciadas. En la primera vemos a dos soldados emprender viaje, con uno de ellos más implicado en la misión porque podría salvarle la vida a su hermano, mientras el otro simplemente se tiene que comer el marrón que le ha caído encima. Ahí es cuando Mendes, también coguionista de la película, también entra a perfilar el lado más humano, pero siempre vinculado a que no pueden parar si quieren llegar a tiempo.
El contraste entre los personajes interpretados por Dean-Charles Chapman y George McKay se consigue a través de detalles sencillos, pero todo está encaminado a estrechar más los lazos entre ellos antes de que la única opción posible sea seguir adelante. De forma puntual cuentan con el apoyo de rostros más conocidos por el gran público, ya sea a modo de etapa intermedia en su “viaje” o como culminación, pero sin llegar nunca a convertirse en una distracción.
Un gran equilibrio
A fin de cuentas, ‘1917’ es la historia de una misión imposible y cómo va afectando a los dos encargados de llevarla a cabo. Es cierto que es McKay el que cuenta con un arco de personaje mas amplio que el sabe mostrar a la perfección a través de su expresión corporal, pues llega un punto en el que los diálogos casi desaparecen en beneficio de la acción bélica.
Ya en esa primera mitad se había notado una preocupación exquisita por conseguir el realismo buscado, pero es en la segunda cuando nos sumerge por completo en el campo de batalla. Y es que al principio no solamente había presentado a los personajes, también nos había ido metiendo a nosotros en ella de forma paulatina para convertir a ‘1917’ en una experiencia inmersiva inolvidable con un ritmo envidiable.
Es entonces cuando esa apuesta de Mendes traspasa la frontera de la proeza técnica para que uno casi llegue a sentir en nuestras carnes las penurias que suceden en pantalla, disparándose por completo en un tramo final frenético que eleva la tensión que pueda sentir el espectador a otro nivel. Todo ello sin olvidarse de ese componente más emocional, pero sin llegar nunca a adornarse sin necesidad, ya que se siente como una evolución lógica de todo lo visto hasta entonces.
No me cabe duda de que lo que ha conseguido Mendes en ‘1917’ no habría sido posible sin estar rodeado de otros talentos de primer nivel. El mas importante de ellos un Roger Deakins que sabe exprimir a fondo las posibilidades que le daba la iluminación natural para que esa continuidad sea constante en todos los frentes. Y es que se está cambiando constantemente de escenarios y todos ellos son en exteriores, por lo que conseguir esa armonía visual era tan importante o más que el hecho de que los cortes de plano sean inapreciables.
En resumidas cuentas
Apenas llevamos unos días de 2020 y ya tengo muy claro que ‘1917’ va a ser una de las mejores películas del año. Sam Mendes ha conseguido ofrecer una visión diferente de la guerra, sin deleitarse en ella pero tampoco recurriendo a la crítica. Lo que hace aquí es meternos de lleno en ella a través de un encargo imposible que reciben dos soldados para poco menos que conseguir que nos convirtamos en otro personaje más en una carrera contrarreloj. Bravo.
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