Todo… simplemente encaja. Soy yo. Yo elegí esto. Yo elegí todo esto. Esta roca… esta roca me ha estado esperando durante toda mi vida.(Aron Ralston)
Quizá esperaba demasiado de esta película, nominada a seis Oscars. Quizá debieron estrenarla antes que ‘Buried (Enterrado)’. Quizá es necesario haber ido de escalada para poder apreciar mejor la experiencia del protagonista. Puede que influya todo eso y más. Pero mi punto de vista es que Danny Boyle no debió filmar ‘127 horas’ (‘127 hours’, 2010), que es una rotunda equivocación, un bochornoso espectáculo cinematográfico. Me explico, mientras afiláis los cuchillos. Cuando Rodrigo Cortés dejó a Ryan Reynolds atrapado en un ataúd de madera, enterrado vivo, logró trasladarme la angustia, el desamparo y el nerviosismo de un hombre enfrentado a la muerte; sin embargo, cuando Boyle trata de reflejar la peripecia de James Franco, el solitario prisionero de una implacable roca, lo que me transmite es un lamentable afán por el lucimiento personal y el efectismo barato.
Por fortuna, el enfoque del popular realizador inglés, que demuestra una escandalosa incomprensión del dolor y la desesperanza de su protagonista, hasta el punto de que parece que disfruta con su sufrimiento, pierde un inesperado duelo con el trabajo del actor que da vida a Aron Ralston. Boyle no lo quería, no lo veía en el papel, y su intención era conseguir a Cillian Murphy, con el que había trabajado en ’28 días después’ y ‘Sunshine’ (y que casualmente protagoniza lo nuevo de Cortés). Pero James Franco eventualmente se ganó la confianza del director y pudo demostrarle que era el actor idóneo para encarnar a un personaje que debe resultar patético y cautivador al mismo tiempo. Está sensacional, es la mejor interpretación de su todavía joven carrera, que a raíz del éxito de ‘127 horas’ puede dar un giro de lo más interesante. No diré que se merece el Oscar, pues creo que Colin Firth está un peldaño por encima, pero sí que su actuación es una de las más impresionantes del año pasado (por cierto, Reynolds estuvo al mismo nivel y parece que ya nadie se acuerda).
Escrita por Boyle y su habitual colaborador Simon Beaufoy, ‘127 horas’ está basada en una historia real vivida por Aron Ralston, narrada en su novela ‘Between a Rock and a Hard Place’ (título que juega con lo ocurrido y la expresión “entre la espada y la pared”). Comienza la película con un alocado montaje, que divide la pantalla en tres partes para mostrar diversos escenarios repletos de gente, del que surge un protagonista, un joven de espíritu aventurero que abandona la ciudad para lanzarse a un liberador viaje que le permita probar sus límites. Recorriendo el impresionante desierto de Utah, Ralston (Franco) se cruza con dos simpáticas excursionistas (Amber Tamblyn y Kate Mara) que se han perdido; las ayuda y comparten un rato divertido, pero él desea continuar el camino en solitario. Más adelante, no mucho más tarde, se arrepentirá de haber tomado esa decisión. Descendiendo por un cañón bautizado Blue John, el muchacho resbala y libera una pesada piedra que le aplasta el brazo derecho. Ralston acaba de quedar atrapado en las entrañas de la tierra, y nadie puede ayudarle.
Lo primero que hace Danny Boyle con esa situación es lanzar la cámara hacia arriba. Nos saca de la gruta en la que se encuentra aprisionado Ralston para mostrarnos un plano general del desértico paisaje, para que veamos que está tan solo como si hubiera llegado a la Luna. No me parece la mejor opción para narrar esta auténtica pesadilla (compatible con flashbacks, ahí sí coincido), pero de acuerdo, es espectacular y puede servir para subrayar el infortunio en la que acaba de caer el personaje. El problema es que no será la única vez que se haga algo así, de hecho, solo acaba de empezar. Boye parece interesado solo en la superación del reto, dando la sensación de que le aburre todo lo demás, y/o que no confía totalmente en la fuerza de la interpretación de su actor, así que se dedica a jugar. Con el montaje, con las cámaras, con la música, con los recuerdos y las fantasías del protagonistas, con todo lo que le permita construir un frenético entretenimiento audiovisual, lo que no hace otra cosa que desplazar la experiencia dramática. Eso, a mi parecer, es no tener ni pajolera idea de lo que se está haciendo.
Así las cosas, me resulta muy difícil conectar con el relato de ‘127 horas’, sentirlo como auténtico, doloroso, reflexivo, épico, apasionante; no me deja Boyle con su molesto empeño en querer destacar por encima de lo que es importante aquí, la narración de una potente historia de supervivencia. Si Ralston estaba obligado a permanecer en ese espacio, con esas escasas provisiones, pensando que estaba destinado a morir allí por culpa de una maldita roca que el destino le tenía preparada, el público debe estar allí, debe sentirlo lo más cercano posible, debe ponerse en la piel del protagonista y entender su tragicómico discurso (posiblemente lo mejor del film) como si estuviera saliendo de su propia boca, no puede estar pensando en los ingeniosos recursos visuales que muestran el vuelo de un pájaro o qué pasaría si se inunda el cañón, porque se está desviando la atención sin criterio alguno, destruyendo la tensión. Importa que entendamos su frustración personal, sus arrepentimientos (como la ruptura con su novia, a la que interpreta Clémence Poésy), pero que sepamos lo lejos que está una deseada botella de bebida energética, pues no, es absurdo.
Un detalle que me parece muy significativo es que el verdadero Aron Ralston necesitó unos cuarenta minutos para amputarse el brazo con una inofensiva navaja sin afilar, mientras que en la película apenas se resuelve en tres. El resultado es que no me lo creo, como tampoco que el tipo se pase seis días allí atrapado, dejándose enloquecer y morir. Me da igual lo que ocurriera, porque lo que importa es cómo está plasmado en la pantalla, y me resulta falso, una explotación morbosa de un hecho desesperado que no justifica una película. No de esta manera. Desde luego, el noveno largometraje en la carrera de Boyle es una producción muy cuidada, con una excelente fotografía (obra de dos profesionales, Anthony Dod Mantle y Enrique Chediak), un acompañamiento musical irregular (no obstante, destacado trabajo del compositor A.R. Rahman) y sobre todo una inspirada interpretación de James Franco, que hace más o menos soportable los más de noventa minutos que dura esta huida y regreso a la (¿protectora?) civilización.
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