Alto, delgado, osado, frío y observador, amante de los retos difíciles, un caballero con las mujeres aunque desconfía de todas, y una capacidad deductiva basada en la observación, absolutamente asombrosa. Ésas podrían ser las cualidades más significativas de Sherlock Holmes, personaje creado por Arthur Conan Doyle, y que ostenta el récord de ser el personaje de ficción con más adaptaciones cinematográficas de la historia, seguido muy de cerca por el conde Drácula. De todas ellas son muy famosas las realizadas por Roy William Nell e interpretadas por Basil Rathbone, la de Terence Fisher con Peter Cushing, ‘Asesinato por decreto’ (‘Murder by Decree’, Bob Clark, 1979), ‘El secreto de la pirámide’ (‘Young Sherlock Holmes’, Barry levinson, 1985), y desgraciadamente, ‘Sherlock Holmes’ (Guy Ritchie, 2009).
Tras haber disfrutado de una de las obras maestras de Billy Wilder, de la que ya os hablé en su momento, me hice un programa triple con las tres últimas películas mencionadas. Un empacho del personaje de Holmes que empezó con muy bien pie con la inspirada película de Bob Clark, siguió con el digno entretenimiento de Levinson, y lamentablemente terminó con el pueril barullo de Guy Ritchie, director que necesita urgentemente lecciones de cine, o directamente que se dedique a otra cosa.
‘Asesinato por decreto’
El ya desaparecido Bob Clark tuvo una carrera cinematográfica de lo más curiosa. Si echamos un vistazo a sus últimas películas veremos que prácticamente todas son productos familiares de fácil consumo, algunos de ellos destinados directamente al mercado casero. En la década de los 80 consiguió sus mayores éxitos con las dos primeras entregas de la insufrible saga Porky´s, ‘A Christmas Tale’, un film de enorme fama en los USA, y en menor medida ‘Rhinestone’, con unos imposibles Sylvester Stallone y Dolly Parton, y ‘Turk 182!’ con Timothy Hutton, actor juvenil muy de moda por aquellos años.
Sin embargo, si echamos un vistazo a la década anterior, la de los 70, veremos que la cosa cambia drásticamente, hasta el punto de que uno puede dudar que el realizador de ‘Asesinato por decreto’ y cualquiera de las citadas sea el mismo. Antes de enfrentar a Sherlock Holmes con el mismísimo Jack el destripador —una de las grandes bazas de la película— en este trabajo que se rodó a la par que ‘Alien de Ridley Scott en los famosos estudios Shepperton, Clark nos brindó dos realizaciones que permanecen entre lo más curioso del terror de los 70: ‘Black Christmas’ (1974) —precursora de ‘Halloween’ (John Carpenter, 1978)— y ‘Crimen en la noche’ (‘Dead of Night’, 1974), una desconocida cinta de zombies que tiene no pocos adeptos. Forman estas películas un tríptico fascinante dentro de la filmografía de un director poco reconocido.
‘Asesinato por decreto’ está protagonizada por unos inmensos Christopher Plummer y James Mason en los papeles de Holmes y Watson, sustituyendo a los inicialmente previstos Peter O’Toole —son muchas las veces que se ha pensado en este actor para dar vida a Holmes— y Laurence Olivier, que no aceptaron los trabajos por malas experiencias pasadas. Plummer y Mason se compenetran a la perfección logrando eso con lo que sueñan todos los actores, que el espectador vea a un personaje y no a un intérprete. Elegancia y buen porte son sus armas y empequeñecen al resto del reparto, para la época deslumbrante: David Hemmings, Donald Sutherland, Geneviève Bujold, Susan Clark, John Gielgud, Anthony Quayle y Frank Finlay; un buena remesa de lo mejorcito salido de Inglaterra.
Clark echa mano de un excelente guión que parte de un libro de John Lloyd y Elwyn Jones en el que se especula con la posible identidad del famoso asesino en serie. De esta forma se unen ficción y realidad en una comunión que aún hoy sigue despertando un gran interés, gracias a la soberbia puesta en escena de Clark y sobre todo a un argumento que recoge aspectos del libro —‘The Ripper File‘— que propone interesantes teorías sobre el caso, añadiéndole la lógica historia detectivesca en la mejor tradición del género y el personaje. La identidad del destripador queda en segundo plano ante el relieve que toman los acontecimientos que encierran toda una conspiración masónica cuya sombra llega hasta el trono de Inglaterra.
Clark imprime un ritmo firme al relato codeándose además con el género de terror en aquellos instantes en los que el destripador comete los crímenes. Es difícil no dejarse impresionar un poco por esos grandes angulares y planos subjetivos del asesino, en los que Clark demuestra su buena mano para crear una atmósfera de carácter casi fantasmal. Excelentes diálogos, una dirección artística perfecta y un uso del suspense que hoy rara vez se ve terminan de convertir a ‘Asesinato por decreto’ en la mejor adaptación jamás hecha sobra tan carismático personaje si dejamos a un lado la visión de su mundo que llevó a cargo Billy Wilder, evidentemente.
‘El secreto de la pirámide’
Si por lógica aparcamos los personajes a un lado, ‘El secreto de la pirámide’ tiene un elemento en común con el film anterior: Peter Childs, encargado de la dirección artística del film de Bob Clark, realizó funciones de dibujante en los diseños para el film dirigido por Barry Levinson cuyo guión surgió de la mente de Chris Columbus y en él pueden verse determinados aspectos que suponen una especie de antecedente de la saga Harry Potter en cuanto al ambiente estudiantil recreado. El film narra como muy bien indica su título original —‘Young Sherlock Holmes‘—, los años de estudiante de Sherlock Holmes, algo con lo que jamás especuló Conan Doyle, su primer caso importante y el inicio de su inquebrantable amistad con Watson.
‘El secreto de la pirámide’ es una característica producción Spielberg de los años 80 al lado de películas como ‘Gremlins’ (Joe Dante, 1984), ‘Los Goonies’ (‘The Goonies’, Richard Donner, 1985) o ‘Regreso al futuro’ (‘Back to the future’, Robert Zemeckis, 1985), en las que el sello personal del director de ‘E.T.’ está bien impreso. Un espectáculo lleno de vitalidad y fantasía servido impecablemente por un inspirado Barry Levinson consiguiendo una de sus mejores películas en una filmografía algo irregular. El argumento no difiere en demasía del típico relato de misterio de Holmes, pero es su incursión en el fantástico lo que la aparta considerablemente de lo visto hasta ese momento colmando las necesidades del público juvenil de los 80 que empezaba a acostumbrarse a películas con efectos visuales.
En dicho apartado ‘El secreto de la pirámide’ es la primera película de la historia que incluye un personaje creado enteramente por ordenador en la cuyo proceso de creación participó el hoy intocable John Lasseter. Se trata de una escena en la que la figura de un caballero en una vidriera de una iglesia cobra vida ante los asustados ojos de un cura, secuencia a la que le ha pasado factura el paso del tiempo técnicamente hablando, pero que sigue manteniendo toda su esencia gracias a que Levinson tenía muy claro algo que hoy casi nadie pone en práctica, algo tan sencillo como que los efectos visuales tienen que estar al servicio de la historia y nunca al revés.
El film juguetea todo el rato con los elementos típicos del universo de Holmes —su primer encuentro con Watson, su sombrero, la pipa, el violín y sus dotes para la esgrima— enfrentándolos al universo de su productor, el Rey Midas Spielberg. Las referencias a su cine son evidentes con guiños directos a ‘E.T’ o ‘Indiana Jones y el templo Maldito’ (‘Indiana Jones and the Temple of Doom’), sobre todo a esta última con toda esa parte final en el templo en el que se realizan sacrificios humanos. Referencias que se tornan originales en esta entretenidísima producción que también puso de moda el finalizar las películas después de los títulos de crédito. En este caso se trata de la aparición de Moriarty, el archienemigo de Holmes, cerrándose así las intenciones de explicar el nacimiento de todo lo que conocemos popularmente del mítico detective.
‘Sherlock Holmes’
A Guy Ritchie, de quién reconozco no haber visto ‘Barridos por la marea’ (‘Swept Away’, 2002) —¿me la recomendáis?—, alguien debería decirle que el espectáculo no se consigue a través de enormes movimientos de cámara realizados para que se vea un enorme despliegue de efectos digitales. O que la violencia no es más real o directa por congelar la imagen en el momento de un puñetazo, sí, queda muy bonito, pero maldito el día en que Sam Peckinpah se atrevió a utilizar el ralenti como elemento dramático, porque la lista de imitadores baratos que le salieron y que demostraron no entender nada de nada, es interminable. No pretendo yo comparar a Ritchie con Peckinpah —entre otras cosas porque me puede dar la risa—, pero a veces uno se acuerda de cómo y dónde empezaron las cosas y al compararlas con la triste realidad actual uno añora los tiempos en los que el cine daba al espectador algo que ya se echa de menos: emoción.
Da igual que el film goce de una excelente dirección artística, una estupenda fotografía del veterano Philippe Rousselot, una divertida música de Hans Zimmer —con claras influencias de la música celta o de Kusturica y Bregovic—, o que el reparto sin excepción parezca pasárselo en grande y en algunos casos demuestren una perfecta química, como por ejemplo Downey Jr. y Law. Todo eso da igual si la película carece totalmente de emoción por lo narrado, con lo que un servidor ha asistido a un festín visual de primer orden pero carente de personalidad, tal y como nos tiene acostumbrados Ritchie, eso es cierto.
De todo el reparto sin duda quien sobresale es Jude Law, realizando el Watson más apartado de los clichés de dicho personaje. Tan apuesto como Holmes, inteligente y dotado par la lucha al igual que su inseparable compañero, Law desprende una vitalidad que le sitúa por encima de Robert Downey Jr., quien no da vida al más famoso detective de todos los tiempos, si no a una especie de clon de Tony Stark. Juntos componen una pareja de superhéroes en el Londres victoriano enfrentados a un villano —interpretado por Mark Strong— que asegura que la muerte no es el fin y tiene un ridículo plan para dominar el mundo. Hitchcock dijo una vez que una película valía lo que valía el malo de la misma. En este caso, ‘Sherlock Holmes’ no vale demasiado.
Ritchie demuestra además una torpeza mayor que en otras ocasiones, con falseos de tiempo alarmantes —toda la secuencia en la que Holmes sale de su casa para disfrazarse da vagabundo—, o dotar a su trabajo de un espectáculo mal entendido en el que los aparatosos efectos visuales ahogan toda acción, todo drama, por ejemplo la imponente explosión que debería haber acabado hasta con el best boy. Una pérdida de tiempo que indica muy bien por dónde van los tiros en el actual cine comercial norteamericano. La segunda entrega ya está en marcha, Conan Doyle debe estar revolviéndose en su tumba.
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