Decir que '2001, una odisea en el espacio' es una de las mejores películas de la historia es una expresión que casi se queda corta. La cinta ha ganado el estatus de legendaria e intocable con el tiempo. Pero en los ochenta, de forma inesperada y muy similar a las actuales legacy sequels, el estudio se atrevió a darle una continuación.
De hecho había justificación para afrontar la secuela. '2001' estaba coescrita por Athur Clake, prestigioso autor de ciencia ficción que, tras la original, afrontó una novelización que tuvo sus propias secuelas, siendo estas '2010: Odisea dos', '2061: Odisea tres' y '3001: Odisea final'. Historias que por méritos propios han conseguido su propio nicho de fans.
Eso es. '2001', la prestigiosa y opaca película de ciencia ficción que cambió la historia del género, pasó a convertirse en una saga literaria con su propio lore, personajes y tramas recurrentes. Y en 1984 volvería a la gran pantalla con '2010. Odisea dos', la adaptación del segundo libro y, por supuesto, la secuela de la que ya era una película puesta en un pedestal por la cinefilia.
Su director Peter Hyams tenía, por supuesto, un marrón. Había rechazado múltiples veces la proposición del estudio para hacer la película, pero acabó cediendo cuando en conversaciones privadas obtuvo el beneplácito de Kubrick y de Clarke. Su condición era hacer las cosas a su manera.
Tomando su propio camino
Pero las comparaciones eran imposibles. Cuando llegó a las pantallas la secuela generó interés, obteniendo el segundo puesto en taquilla detrás de 'Superdetective en Hollywood'. El público estaba emocionado con la vuelta de Hal y compañía. Pero lo que se encontraron a cambio era algo que poco o nada tenía que ver con la original.
La película ocurre nueve años después de la anterior y está protagonizada por Heywood Floyd (quien, aunque no lo parezca por su cambio de actor, ya salía en '2001'), un científico contactado por los rusos con una difícil proposición: aliarse con los americanos para viajar al espacio e investigar la órbita de Júpiter, el monolito, y descubrir lo que pasó con David Bowman.
La búsqueda de respuestas era el principal propósito de un guion que, ante la mirada estupefacta de los espectadores, cambiaba el contenido y parco en palabras guion original por una incesante verborrea explicativa. Los diálogos eran constantes y el misticismo era sutituido por un espíritu más científico y una estructura de blockbuster espacial más convencional.
En entrevistas, Hyams admitía que pese a estar ambientada en el futuro su película iba del presente, algo notorio en una trama muy centrada en la enemistad en la carrera espacial entre americanos y rusos. Su enfoque optimista era bastante rupturista para la época, eso sí, y las dinámicas entre personajes de ambos bandos a lo largo de su aventura se come gran parte del metraje.
Pese al claro cambio de estilo, los mejores momentos están cuando, al igual que la original, la película se desataba en sus ídeas más esotéricas. Hyams no consiguió imágenes tan potentes como Kubrick, pero sí alguna escena memorable, y ciertos elementos apostaban por avanzar la mitología de la original de forma más obvia, pero interesante.
El miedo a no parecerse a la anterior de Kubrick ni de casualidad (por temas, por estilo, por guion) acabó delegando a '2010' a un vacío extraño. Como secuela era un ejercicio pobre que no conseguía justificar su visionado para cinéfilos, y como cinta espacial no tenía fuerza en ninguno de sus apartados. Con dos libros de Clarke aun pendientes, quién sabe si en el futuro alguien volverá a atreverse a tocar ese legado.
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