“Quiere centrarse en la creación y no en la venta del producto. Es extraño para un artista esculpir cosas y luego tener que ser un vendedor”.Brad Pitt sobre Terrence Malick
Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Malick. Ya de vuelta en España, todavía con algo de estrés en el cuerpo (hay que ver los engorros que supone viajar con prisas y un presupuesto ajustado), algunos me habéis pedido que cuente cómo ha sido mi experiencia en el mayor certamen cinematográfico del mundo, la aventura que ha sido el Festival de Cannes 2011, de una manera más extensa y detallada de lo que había hecho hasta ahora (os dejé fotos de mi estancia aquí y aquí). La respuesta es este artículo, apasionado y sincero, amorfo e impulsivo, escrito aún con la cabeza en Cannes, donde he estado desde el día 11 al 21 de mayo, como acreditado de prensa en representación de Blogdecine, vuestro sitio favorito dedicado al séptimo arte (se os ve en los ojos, no podéis negarlo).
Mi primer día en Cannes fue uno de los más emocionantes y agotadores de todos los que pasé allí. Estaba programado el pase de ‘Midnight in Paris’ a las once de la mañana, dos horas antes de la rueda de prensa con Woody Allen (del que soy un ferviente admirador) y algunos de los protagonistas, Owen Wilson, Rachel McAdams, Michael Sheen, Léa Seydoux y Adrien Brody. Tras dejar mi maleta en el hotel más recóndito de la localidad de Le Cannet (el GPS del taxista era incapaz de hallarlo) y recoger mi acreditación, me puse en la cola situada frente al letrero “prensa azul”, ya numerosa a eso de las diez y cuarto. Como os conté, hay varios tipos de acreditaciones; la de los privilegiados es la rosa, y la naranja es para los medios que el festival considera menos relevantes. La primera te asegura una buena butaca sin tener que esperar una hora antes de la proyección (los azules podemos entrar a todo llegando con mucha antelación, los naranjas lo tienen más crudo) y un sitio en la minúscula sala de conferencias, con solo 150 sillas para unos 4.500 profesionales acreditados; imposible entrar si no eres rosa cuando se programa una rueda de prensa con alguien famoso. Y es que nos guste o no, ahí está la clave de este certamen. No nos engañemos, si se ha hablado de ‘The Tree of Life’ es porque acudió Brad Pitt.
El glamour de Cannes
Y es que el festival de Cannes no es solo un lugar de cine, lo es también de fama, lujo, fiesta. Pude comprobarlo de primera mano tanto en el Palais des Festivals (el núcleo del certamen) como paseando por la avenida de la Croisette, repleta de gente, donde puedes encontrar fácilmente a actores y directores (me crucé con Mads Mikkelsen y Kim Ki-duk, entre otros), con enormes carteles publicitarios por todas partes, intentando llamar la atención entre tanto ruido visual y sonoro. Parte fundamental de este espectáculo en Cannes son las fiestas patrocinadas por las marcas, que celebran eventos todas las noches. También tuve la suerte de poder vivir esta otra cara del festival, normalmente reservada a selectos invitados que llegan allí en coches caros, con flamantes trajes y lujosos complementos (al parecer, Uma Thurman llevaba pendientes de 34 esmeraldas y la mujer de Robert de Niro un reloj con diamantes, de Chopard), gracias a Martini, que invitó a Blogdecine a Cannes. Ya os conté que tuve acceso a la exclusiva Terrazza Martini, situada en la Croisette, en plena playa, donde me sorprendió que se proyectaran cortos durante horas, para todo aquel que quisiera prestar atención, en lugar de charlar o bailar con un cóctel en la mano.
Mucho cine en pocos días
Pero el día a día del acreditado en Cannes no es ninguna fiesta. Exige compromiso y voluntad, si se quiere hacer un buen trabajo. No es tan sencillo como parece hablar de las películas que vamos viendo cada día, y se puede uno dejar llevar por los constantes adjetivos y las frases hechas, y tirar de las sinopsis oficiales, pero canta. Por otro lado, las proyecciones más importantes las tienes a las ocho y media de la mañana, que es un hora horrible para ver películas, sobre todo las que suelen presentar en estos festivales, tan alejadas del fácil entretenimiento “made in USA”. Por fortuna, el programa de este año fue bastante interesante y en los primeros pases pudimos ver los nuevos trabajos de Malick, Lars von Trier, Nanni Moretti, Paolo Sorrentino, Pedro Almodóvar o Aki Kaurismäki; desgraciadamente también nos “obligaron” a tragarnos la cuarta entrega de ‘Piratas del Caribe’, para poder invitar a Johnny Depp y que todo el mundo hablara del certamen. Tienes la oportunidad de ver cuatro o cinco películas en cada jornada, pero solo si comes deprisa (el MacDonald´s era un sitio muy visitado) y escribes las crónicas con suma rapidez (algunos adelantan trabajo tomando notas durante la película). Esto tiene un precio: el agotamiento. No puedes ver tres, cuatro o cinco películas un día tras otro con la máxima concentración. Dicho de otro modo, en los festivales no se presta toda la atención que merecen las películas, despachadas a menudo sin reflexión ni esfuerzo. Algo a lo que no ayuda una extensa e irregular programación.
Según el pavo que escribe en El País, ese que odia a Almodóvar y necesita que le pidan de rodillas su santa opinión, los críticos son unos mentirosos. Debe saber de lo que habla, se dedica a ello. Yo no puedo considerarme un crítico, aunque escriba críticas a menudo, pero es que además no lo deseo, aunque hay fantásticos profesionales dedicados a hablar de cine (adoro a Josemanuel Escribano) me parece una ocupación sobrevalorada que premia la arrogancia y el elitismo; me sentiría defraudado con la vida si acabo convertido en uno de esos personajes de los que se burlan en ‘La joven del agua’ (‘Lady in the Water’, 2006) o ‘Ratatouille’ (id, 2007), esos que se sitúan por encima de los cineastas y las películas que comentan, lo que no es más que una falta de respeto al cine. Y hay que amar el cine. Por eso me entristece que hasta en el festival de Cannes, donde se supone que proyectan las mejores películas y acuden los más brillantes creadores, a veces el cine quede en un segundo plano, siendo más importante la presencia de una estrella de Hollywood, alguna polémica barata o la opinión de los críticos más populares. Y es fácil contagiarse, exigiendo a las películas mostrar o repetir lo que a uno le gusta, en lugar de vivirlas y valorarlas tal como son (y con esto no digo que todas sean buenas, eso es absurdo). Tampoco es raro descubrir que te hablan de una película con rotundidad, pese a haberse quedado dormido o no haberla visto entera. “¿La turca? Una memez”. Y ya está.
Comparando festivales
Comparado con los otros festivales en los que he estado, como Berlín y Sitges (también estuve en el de Cines del Sur de Granada, pero supongo que no conviene incluirlo aquí), el de Cannes me deja un sabor agridulce. Desde luego, es un lujo poder ver los últimos trabajos de los cineastas antes citados (a los que hay que sumar Gus van Sant, Jodie Foster, Takashi Miike o Nuri Bilge Ceylan, entre otros), meses antes de que lleguen a las salas comerciales (si es que llegan), y es un placer trabajar en las instalaciones que tiene preparadas el festival para los acreditados de prensa, a los que ofrecen agua, zumo y café de manera gratuita (en Sitges no pusieron una máquina de café hasta el año pasado, y se agotaba enseguida), un servicio gratuito de WiFi durante todos los días del festival, casilleros individuales donde puedes recoger el material de prensa y una estupenda terraza para los fumadores o los que como yo prefieren escribir al aire libre. Lo peor es sin duda el sistema de clases, cosa que no ocurre en la Berlinale, donde puedes ir a una rueda de prensa venga la estrella que venga, si te das un poco de prisa, o acudir al pase de una película diez minutos antes de que empiece; no te quedas fuera.
También es preferible el certamen alemán por la localización; estás en Berlín y puedes hacer turismo en tus ratos libres, ir a un centro comercial o elegir entre una amplia variedad de sitios para comer. Tanto Sitges como Cannes son pueblos de playa, así que hay poco que ver aparte de la oferta del festival. Y cobran precios desorbitados por alojamientos ridículos. En Cannes, la opción más razonable es quedarse en los pueblos de alrededor y recurrir al tren, aunque se tenga que levantar uno a las seis y no se pueda ir a los pases nocturnos, pues los taxis le secan a uno la cartera (por cierto, hay que tener cuidado con los portátiles, los móviles y las acreditaciones, son habituales los robos). Tampoco puedo hablar bien de la sala Debussy, con una pantalla pequeña y las butacas muy pegadas unas a otras, un incordio a menos que seas un hobbit paticorto; es allí donde se ven la mayoría de las películas, excepto los pases de las 8:30 que son en el Gran Teatro Lumière, por fortuna, más amplio y cómodo. En este sentido, el de Berlín es de nuevo el mejor, salvo por los accesos a las proyecciones en el CinemaXX, donde puedes morir aplastado si se retrasa la proyección; Sitges tiene la fantástica sala del Auditori, una gozada, pero la del Retiro está muy descuidada y la del Prado es directamente una vergüenza, impropia de un certamen de cine internacional.
No sé si solo es cosa mía, pero la sensación que tienes al acabar un festival es extraña. Por un lado estás agotado y te alegras inmensamente por poder volver a casa y descansar, recuperar la rutina y ver a tu gente, pero por otro, echas de menos el ir por ahí con tu acreditación, accediendo a sitios exclusivos, viendo muchas películas interesantes (porque ya que puedes, intentas exprimir la jornada) antes de que se estrenen, gratis, y presentadas por sus directores o actores. Siempre que hago balance intento quedarme con lo positivo. He dormido muy poco, he gastado mucho dinero, he estado realmente estresado y me he alimentado bastante mal. Pero he visto ‘The Tree of Life’, ‘Melancholia’, ‘The Artist’, ‘Le Havre’ o ‘Drive’, entre otras. Sí, me compensa.
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