Con motivo del estreno de ‘12’ de Nikita Mikhalkov, director capaz de lo mejor y de lo peor, me propuse revisar aquélla en la que se basa, ’12 hombres sin piedad’, una de esas películas que cuando la ves ya no se te borra de la memoria pues su visionado va más allá del disfrute (y esto suena a poco cuando se habla de películas como ésta), siendo una obra de arte que lo proporciona a todos los niveles, uno de esos films que contienen una capacidad natural para adoctrinar al espectador sobre temas sociales siempre de actualidad.
‘12 hombres sin piedad’ siempre fue una de la película favoritas de su actor principal, Henry Fonda, al lado de otras dos obras capitales en la historia del cine americano: ‘Las uvas de la ira’ e ‘Incidente en Ox-Bow’, películas con las que la ópera prima de Sidney Lumet guarda algún parecido, pues son títulos de un abierto carácter ilustrativo. Por cierto, si todas las ópera primas fuesen así, otro gallo cantaría en esto del cine. Pocos debuts tan buenos se recuerdan como éste.
‘12 hombres sin piedad’ narra la historia de los componentes de un jurado, doce hombres, que se retiran a reflexionar sobre lo que parece un sencillo y claro caso de asesinato (un chico ha matado a su padre). Cuando parece que no van a tardar demasiado en decidir un veredicto, uno de ellos no lo tiene tan claro, tiene lo que se llama duda razonable, aquella que si surge es necesario e imprescindible dictaminar que el acusado es inocente (su vida depende de la decisión de estos doce hombres). Expondrá sus argumentos y pedirá una nueva votación para ver si alguien más se lo ha pensado. Poco a poco las duda comienzan a surgir.
Prácticamente toda la acción de ‘12 hombres sin piedad’ transcurre en la sala de deliberación, exceptuando el prólogo y el epílogo. En hora y media Lumet va creando una sensación de claustrofobia acorde con la psicología de los personajes. Para ello, va acercando cada vez más la cámara a sus personajes, y jugando con la lente obtiene dicho efecto. Con este sencillo truco, el espectador se ve inmerso en una historia sobre la que apenas tiene datos, pero que se van descubriendo, desvelándose con ello las distintas personalidades de los sujetos que decidirán si el chico vive o muere. Uno a uno van descubriendo sus cartas, y enseguida nos damos cuenta de aquéllos a los que verdaderamente les preocupa el caso y se toman con seriedad la responsabilidad que ha recaído sobre ellos, y a los que todo les importa un comino. Un claro reflejo de la vida real, ¿realmente todos los jurados del mundo actúan como debieran?
Los doce componentes del mencionado jurado representan al ser humano en general. Acertado es el detalle de que no sabemos la mayoría de sus nombres; o bien se dirigen a ellos por su número de miembro del jurado, o bien por su profesión. Hay desde un arquitecto (el primero en hacer saltar la liebre) hasta un publicista, pasando por un entrenador de fútbol, un contable, un vendedor, etc. Gente de a pie normal y corriente con la que es muy fácil identificarse, salvo quizá la del arquitecto, papel que le viene como anillo al dedo a Henry Fonda, pues parece poseer la verdad absoluta, algo que si existe es muy difícil de alcanzar. Un hombre recto, reflexivo, compasivo, inteligente, y que su inquietud le hace pensar más que los demás, algo que hará que los acontecimientos venideros tomen un curso bien distinto. Un curso en el que prejuicios de todo tipo salen a flote antes de que llegue el inevitable final, y todo porque la mayoría de los personajes, son incapaces en principio de dejar a un lado las experiencias personales (uno de ellos es racista con la gente de igual condición social que el acusado sólo porque ha tenido un par de encontronazos con ellos). Todos esos puntos de vista son desmontados cada vez que uno se va uniendo a la causa que el arquitecto (¿es casualidad que la profesión del personaje más llamativo sea la de alguien que hace planos, la base de toda construcción?) encabeza. Y el espectador se conmueve ante cada nueva pista descubierta, ante cada nuevo desmoronamiento de los prejuicios que todos poseemos. Al final queda la verdad, se ha hecho justicia y la sensación de haber hecho lo correcto, aunque para llegar a ello cada uno ha tomado caminos distintos.
Fonda encabeza un reparto que funciona al igual que el guión, como un mecanismo de relojería, destacando por su peso en la trama Ed Begley (increíble cuando lo dejan solo por sus prejuicios racistas), Lee J. Cobb (amargado por la relación con su propio hijo, por lo que el caso le toca la vena sensible, su cambio de pensar tiene un dramatismo que bien puede considerarse el clímax de la cinta), E.G. Marshall (el detalle de las gafas es abrumador) y Robert Webber (su pasotismo y sus idas y venidas en su forma de pensar asustan más que cualquiera de los otros).
Al final de ‘12 hombres sin piedad’ uno tiene la sensación de haber asistido a algo más que una gran película. Una de esas experiencias de las que sacar algo en limpio, una lección de vida. Una obra maestra.
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