Jaume Balagueró era una de las promesas de nuestro cine. Su ópera prima 'Los Sin Nombre' no es que fuera una gran película, pero tenía una atmósfera muy conseguida y tenía algunos momentos de verdadera inquietud. Del par de películas que hizo después, mejor ni hablo.
Ahora nos llega su último trabajo, sobre el que había bastante espectación, por ver si recuperaba su pulso y si aportaba algo al trilladísimo género de terror con casa grande deshabitada y fantasma perturbado.
La película cuenta cómo una mujer llega a un hospital infantil para trabajar de enfermera. En dicho lugar, ya muy antiguo, están realizando una mudanza, y queda poco personal y unos cuantos niños a los que hay que atender. Porque el guionista lo ha querido así, a ella le toca el turno de noche, que es cuando las sombras que se mueven y los ruidos misteriosos tienen más impacto.
Balagueró conoce bien los resortes del cine de terror y aunque no los domina bien, en el aspecto visual no hay nada que reprocharle, buen uso de la cámara, de la fotografía, buenos encuadres; pero también es lo único que merece la pena, el resto no hay por donde cogerlo.
Para empezar la narración es torpe con un enorme defecto, la carencia total de ritmo debido a que la historia está mal planteada y no engancha, sino todo lo contrario, al espectador le importa bien poco el secreto que esconde el hospital, que se adivina a la media hora de proyección, debido a que el suspense tampoco existe.
A esto contribuye también el hecho de que no haya una atmósfera creada, un clima de suspense adecuado hubiera sido lo mínimo en un film cuyo guión se deshace en pedazos por su simpleza y lo mal desarrollado que está.
Los personajes apenas están definidos, y tampoco se conecta con ninguno. Son muy pobres, estereotipos de estereotipos, sin nada que los distinga, y claro, los actores hacen lo que pueden con tan poco material. Da igual que Calista Flockhart intente poner cara de seria, su papel de enfermera con trauma arrastrado no se lo cree ni ella. A su lado Elena Anaya, en un papel menos increíble todavía, aunque aquí quizá sea por la forzada interpretación de la actriz que está prácticamente fuera de lugar como si estuviera en otra película. Respecto a los niños, se pasan toda la película chillando y quejándose (los del público también).
En fín, que la película se rompe como los huesos de los protagonistas, pero afortunadamente no causa dolor, sino la más absoluta indiferencia. Eso sí, la escena final, que dura unos diez segundos, maravillosa, pero por motivos muy personales.