Una de las cosas que más me fascinan a la hora de ver una serie es cuando te llega la certeza de que una ficción en concreto no podría ser concebida fuera de unos límites geográficos. Pasa mucho con las comedias británicas que son tan características en su concepción que resulta difícil su traslación a otros mercados. Esta cualidad de "britanicidad" reside en una de las últimas series de la pérfida Albión en aterrizar en nuestro país: 'The end of the f***ing world'
Como un regalo de noche de Reyes (y junto a la segunda temporada de 'Dirk Gently: Agencia de investigaciones holísticas'), Netflix puso a disposición de todo el mundo esta dramedia oscura coproducida junto a Channel 4, que la emitió en Reino Unido el pasado octubre de 2017. Ocho episodios de apenas veinte minutos de duración que se ven en un suspiro, siendo casi su única virtud.
'The end of the f***ing world' es la historia de dos adolescentes de 17 años: James (Alex Lawther), que se autodefine como psicópata y que lleva matando animales desde los ocho años, y Alyssa (Jessica Barden), que está en plena crisis existencial y decide hacerse novia de James, quien decide que será su primera víctima humana. Sintiéndose tan incomprendida en casa como "amada" por su nuevo amor, Alyssa huye de casa y emprende junto a James una aventura para buscar a su padre.
En esta conciencia social que hay actualmente sobre la lacra del machismo y la violencia de género resulta cuanto menos arriesgado e incluso incómodo que la premisa de 'The end of the f***ing world' se pueda resumir en que un adolescente quiera matar a su novia, por mucho humor negro que tengan. Y aquí es donde Charles Forsman, creador del cómic en el que está basado, y Charlie Covell, el encargado de la adaptación, intentan subvertir esto e ir más allá.
Quiero decir, más allá de este truculento toque, lo que emprende 'The end of the f***ing world' es la historia de dos jovencitos confusos que no encuentran su sitio en la vida y deciden (bueno, ella en realidad) fabricárselo lejos de su hogar. Ante Alyssa está la esperanza de que reencontrarse con su padre sea la solución a sus problemas; James se ve, sin embargo, arrastrado por las circunstancias y actuando en base a ellas.
Creo que es importante resaltar que, si bien la serie se define a sí misma como una tragicomedia, nos encontramos más de trágico que de lo otro. Por lo menos en lo que atañe a las escenas de estos "tórtolos", porque el tono cómico lo pone más la pareja policial, interpretada por Gemma Whelan y Wunmi Mosaku. Sus interacciones, añadidas a la parte de los padres, son lo que más destaca de la trama "de los adultos".
Una historia que no logra rellenar metraje
'The end of the f***ing world' tiene un problema de base, de planteamiento más bien: su historia no da para hacer una serie. O por lo menos lo que se nos ha planteado en esta temporada, única de momento, no tiene lo suficiente . Suerte que son solo ocho episodios de veintialgo minutos, lo que hace que se vean rápido. Al final da la sensación que esas casi tres horas les vienen muy grandes y que en un formato largometraje de noventa minutos les hubiera venido como anillo al dedo.
No hay nada especialmente destacable en 'The end of the f***ing world'. El reparto no pasa de correcto, al guion le falta empaque y su dirección no es nada del otro mundo.Sólo su banda sonora puntúa alto. Es una serie cuya identidad radica en que tiene un rollo indie que la hace atractiva y una premisa que, aun siendo arriesgada, es llamativa, pero si luego no da pie a una buena historia, se pierde.
Pero ya no en términos de historia, sino en caracterización de los personajes ni el tratamiento de sus motivos. Porque en el fondo, 'The end of the f***ing world' es tan indie en su estilo y en su formato como plana y superficial. Lo que parte desde una algo controvertida y "gamberra" pero buena idea, se vaporiza enseguida al girar por un rumbo a través de una trama y unos protagonistas que, simplemente, ni funcionan ni interesan.
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