‘Anatomía de Grey’ tuvo dos buenas temporadas y, desde entonces, ha tenido momentos buenos, otros de malos y siempre temporadas muy irregulares. Es inútil, entonces, querer abordar la crítica de la novena temporada insinuando que ya no es lo que fue, que con el tiempo ha perdido el brillo de antaño. Lleva tantos años sin el mágico equilibrio del principio que al final habrá que asumir que ‘Anatomía de Grey’ es irregularidad y decadencia y su principio, en realidad, no era más que una excepción.
Este año, al igual que el sexto y el séptimo año, arrancó con las consecuencias de una experiencia traumática. El avión en el que viajaban parte de los cirujanos del Seattle Grace se había estrellado y ahora tocaba vivir el día después sin Lexie Grey, Mark Sloane y con Arizona con una pierna amputada. Había sido un accidente fatal y muy gratuito ya que es ridículo cuando cualquiera de los protagonistas recuerda por todo lo que han pasado. Pero su creadora Shonda Rhimes tenía un plan, sólo que tardaríamos un poco en enterarnos de qué iba y a qué puerto quería llegar.
La tramposa demanda
La intención era poner el hospital en manos de los cirujanos. Lograr, mediante una triquiñuela, que literalmente les perteneciera. Algo que a lo largo de los años nos habían indicado que no era buena idea. Derek Shepherd, ese hombre que renunció al cargo de director del departamento de cirugía porque se agobiaba con tantas formalidades y sólo quería operar. Él, junto a los demás supervivientes, quería ponerse al mando de la empresa.
Como ocurre a menudo en esta serie, la trama se alargó en exceso y llegó a tal extremo que pedió cualquier atisbo de verosimilitud. De acuerdo que Estados Unidos es el país de las querellas y las indemnizaciones desorbitadas, pero ese baile de responsables de la catástrofe es ridículo. Al final resultó que el responsable era el hospital porque uno de sus directivos, el Dr Hunt, había elegido una compañía aérea en detrimento de otras cuyos informes de seguridad eran más sólidos. Entonces, ¿por qué directamente no demandan al Gobierno de los Estados Unidos por permitir volar a una compañía con un índice tan alto de negligencias? ¿Qué estupidez es esta? Lo único que pasaba es que Shonda quería que Meredith fuera la propietaria del canal y no sabía cómo montárselo.
Esta decisión, además, tampoco ha tenido tantas repercusiones. Sí, ahora tienen autoridad por encima de los compañeros de cirugía que no estuvieron en el accidente y todas las decisiones importantes recaen sobre sus hombres. Pero, a efectos prácticos, tampoco ha comportado tantos cambios ni ha renovado las tramas. Sólo sorprende que ha servido para darle más protagonismo al Dr Avery, un personaje que en ningún momento ha funcionado y que probablemente sigue en el reparto porque a Shonda Rhimes le gusta el actor Jesse Williams. Gustar de ponerse cachonda.
Las tramas interminables
Si algo ha caracterizado muy a menudo 'Anatomía de Grey' es que sus temporadas suelen ser demasiado largas. Veintitantos episodios para una mujer muy cabezota que diseña unas historias a los personajes muy firmes y que alarga hasta que ocupan todo el metraje. Algunas de ellas hubieran funcionado posiblemente si hubiera tenido una temporada más corta, pero no fue el caso.
Me refiero, por ejemplo, a la relación de Owen y Christina. Una separación, un divorcio, una reconciliación y puede que otra ruptura. Un largo recorrido para terminar en el mismo punto que la anterior temporada: él quiere ser padre y ella prefiere estar cerca de una mesa de operaciones. El conflicto tiene una base firme, sí, y la explicación de Christina al final de la temporada era nítida y estaba bien escrita, pero ya lo habíamos visto antes. ¿Qué aportó?
Lo mismo digo de Avery y Kepner. Una temporada entera para contarnos su alejamiento y finalmente la necesidad de estar juntos otra vez. Y lo más absurdo de todo es que los guionistas nos hacen creer que tienen algún tipo de motivación para no lanzarse a los brazos del otro. ¿Pero qué les impide estar juntos? ¿Realmente Kepner es incapaz de estar con él porque tuvieron sexo, algo que no le impide repetir tantas veces como puede? A eso se le llama, básicamente, alargarlo como un chicle.
No había obstáculos pero Shonda Rhimes necesitaba llenar la temporada. Al igual que con Karev y su discípula. El ser más egoísta del planeta tardó más de veinte episodios en declarar su amor a Jo, una de las nuevas internas del hospital que al principio simplemente parecía un refrito de Izzie Stevens. Por suerte, con el tiempo se distanció y logramos entender qué la hacía única.
Los aprendices y una Meredith renovada
La doctora Jo Wilson, no obstante, fue la única excepción en un mar de internos anodinos de cuyos nombres ni puedo acordarme. Cinco personajes muy poco desarrollados que sólo evidenciaron que en ‘Anatomía de Grey’ sobran los actores a pares, pero que sí cumplieron bien una función: sirvieron para que pudiéramos comprobar cuanto han evolucionado los de la primera generación. Al verles actuando como sus superiores, hemos podido entender que ya son cirujanos hechos y derechos. Pero pedir que tengan una personalidad propia, definida e interesante no es demasiado pedir. Es el deber de todo guionista de una obra tan dramática como esta.
Quien sí ha tenido un retrato interesante ha sido Meredith Grey. La protagonista, que empezaron a perder en la tercera temporada cuando le atribuyeron una personalidad torturada que no venía a cuento, lleva unos años con tramas verosímiles y momentos potentes. Me ganó cuando tuvo un aborto al final de la sexta temporada mientras operaba bajo la supervisión del asesino del hospital, me entusiasmó cuando alteró el estudio de alzheimer para beneficiar a la mujer del Chief y el muy querido embarazo de este año le ha dado todavía más potencia al personaje. Volvemos a tener protagonista y de las buenas.
El penúltimo episodio, el mejor
Donde también hubo una pequeña brecha de esperanza de que ‘Anatomía de Grey’ podía ser mejor serie, podía volver a ser la serie de antaño, fue en el penúltimo episodio. Expuso unos casos médicos que se presentaron y relacionaron correctamente con las situaciones personales de los personajes, algo que hacía tiempo que no se hacía debidamente, y tuvo situaciones muy dramáticas y también muy simpáticas como la pedida de mano de April.
Puede que fuera una excepción, que conste, pues la season finale no tuvo el mismo tacto y toda la situación de las baterías resultó bastante absurda, porque tres horas después del apagón ya no quedaba energía para ninguna máquina. Pero no decepcionó: dejó un posible muerto (la tasa de mortalidad en el centro es más elevada que en un frente bélico), resolvió las pocas dudas amorosas (April y Kepner, Hunt y Yang, Karev y Wilson) y presentó un par de situaciones atractivas de cara el año que viene (Meredith y su nueva maternidad, las relaciones recién establecidas y los cuernos de Callie). Aunque ojalá la infidelidad de Arizona hubiera tenido un desarrollo más creíble. Esa mantis religiosa apareció de la nada, tuvo una presentación muy básica y el sexo esporádico ocurrió en el sitio menos discreto de todo Seattle.
Vamos, que fue una temporada defectuosa como las anteriores, todavía más prescindible, pero no voy a fingir que la dejaré en algún momento. Si llevo nueve temporadas vistas, la décima también caerá. Ahora sólo falta esperar que el penúltimo episodio no fuera una ilusión.
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