El instinto maternal de Meredith hizo que la cirujana fuera mejor persona. ‘Anatomía de Grey’ siempre había tendido a definirla como una persona fría, antipática y un par de maniobras en este campo sirvieron para humanizarla. El primer indicio fue ese aborto que sufrió mientras tenía a Owen Hunt en la mesa de operaciones mientras la apuntaban con una pistola (lo cual la convirtió en heroína) y después ayudó que sintiera que Zola era su hija, esa frágil niña africana que había llegado al hospital para recibir cuidados intensivos.
Por esto el arranque de la décima temporada de ‘Anatomía de Grey’ ha sido bastante frustrante. La responsable Shonda Rhimes había conseguido lo improbable, que su protagonista fuera algo más que una réplica disimulada de su madre (a nivel individual es igual de egoísta y egocéntrica), y lo había tirado todo por la borda con su batalla de ambición con Christina Yang. Otras cosas pueden pasársele por alto a Meredith pero, al perder los papeles ante su mejor amiga Christina Yang, ella perdió su capacidad de redención.
La relación de estas dos hasta el momento había sido fácil. Compartían su ambición en el ámbito de la cirugía y su intención era que su vida personal no interfiriera en la carrera. Pero, como comentaron ambas en el último episodio, Meredith se desvió del camino dando prioridad a sus dos hijos. Todo comenzó con la decisión de Yang de no dejar que Meredith operase con ella porque no había tenido tiempo de estudiar con detenimiento esa operación fuera de lo común. Yang se proclamó mejor cirujana y Meredith asumió que la trataba como a una carnicera. Ya tenemos conflicto.
La situación, no obstante, era demasiado comprensible como espectador. Meredith no tiene tiempo material para ser una buena madre, una buena esposa, operar en el Grey Sloan Memorial Hospital y encima ser pionera en el ámbito de la investigación (sobre todo si se niega a hacer aquello que haría cualquier persona con tanta ambición y dinero: contratar una buena niñera). Es algo que debe asumir. En cambio, Yang le dio prioridad a su trabajo: ha perdido a su marido por su negativa a ser madre y solamente le queda su don a la hora de reparar corazones. Por supuesto puede ser mejor profesional por el simple hecho que tiene más tiempo para dedicarle. Pero Meredith no podía asumirlo.
Como se anunció que Sandra Oh abandonaría la serie al final de la temporada, me dio miedo como espectador que este conflicto se alargara hasta el mes de mayo. Por suerte, en esta despedida provisional de invierno resolvieron sus diferencias o por lo menos expresaron en voz alta la situación. Que Meredith asumiera su parte de culpa, reconociera que se trataban de celos, fue un paso en la dirección correcta: tanto para los personajes como para la serie. Le sienta mucho mejor que podamos respetar a Meredith como persona que todo lo contrario, sobre todo porque los cirujanos de ‘Anatomía de Grey’ tienen tendencia a ser insoportables: Alex es un imbécil que utiliza su infancia como excusa, Christina disimula muy bien que tiene alma, Avery es un engreído y Bailey ha tenido un arco también bastante irritante.
Los fantasmas de Calzona
La cirujana general tenía una excusa. Por culpa de unos guantes defectuosos y una infección, fue responsable de la muerte de varios pacientes. Desarrolló un trastorno obsesivo-compulsivo y su lucha ha sido en paralelo a la del antiguo jefe, que ha vivido su recuperación en el ala de cirugía. Dos historias de superación con un final feliz (o eso parece), mientras que la situación de Arizona y Callie también parece ir en la buena dirección... o no. La confesión de la doctora pediátrica dejó alguna duda: ¿podrá superar la impresión que Callie la quiere por la mujer con dos piernas de antes y no la mujer con una pierna ortopédica de ahora? Si estas dudas las hubieran contado en primavera, cuando Shonda escribió un adulterio-exprés, quizá se hubiera entendido mejor el error de Arizona.
Pero todo esto palidece en comparación con la terrible situación que provocó Avery en la boda de April. Cuando se levantó para quedarse en silencio, el público murió en el sofá de casa de tanta vergüenza ajena. ¿Falsa alarma? No. Finalmente verbalizó que quiere a April. Algo que, si es sincero consigo mismo, podría haber hecho antes de la boda. Una semana antes. O directamente hace cuatro años. ¿Por qué se empeñan en vendernos la relación de estos dos como algo imposible cuando en realidad nunca ha habido ningún impedimento para que estén juntos? Por favor, que Shonda nos sorprenda y April decida casarse con Matthew. No estaría mal que alguien en ese hospital se casase con un no-médico (y Matthew tiene la ventaja que puede aparecer por allí con la ambulancia de vez en cuando). Sobre todo una de las pocas buenas personas que corren por el servicio y que, por cierto, funcionan a la perfección como alivio cómico.
Un buen final de invierno
Este episodio final, ya sea por el cliffhanger, porque Meredith volvió al lado bueno de la fuerza o porque se habló en voz alta de los conflictos interiores de los personajes, recordó los buenos momentos de ‘Anatomía de Grey’. Hasta resultó interesante ver al residente Shane Ross matar al padre de Alex Karev en el quirófano, algo verosímil si tenemos en cuenta su adrenalínica actitud de tiburón de los últimos episodios. Algo que hace unos cuantos años podríamos haber visto hacer a Meredith, Christina o Alex.
Lo que da pereza, no obstante, es que Shepherd reciba una llamada del mismísimo presidente para tener que dedicar más tiempo a la neurocirugía. ¿Un cross-over con ‘Scandal’? ¿Meredith también se lo tomará a mal cuando su marido, el neurocirujano con más reputación de la costa oeste, aproveche su talento? Lo dicho anteriormente: que contraten a una niñera y acepten menos guardias de 24 horas ahora que son los dueños del hospital. Adiós al problema.
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