La esperadísima segunda parte de 'Stranger Things' ha llegado y los servidores de Netflix están que echan humo. Maratones intensivos para ver la nueva serie-evento de ciencia-ficción y terror y mucha ilusión puesta en la que fue una de las joyas televisivas del 2016. Por supuesto, hubo quien no conectó con la serie y no acabó de comprar su resampleo nostálgico de Steven Spielberg, Stephen King y John Carpenter.
Sin embargo, no es la nostalgia lo que convencía de aquella. Su capacidad de fagocitar el terror cósmico de Lovecraft y de conseguir estructurar su historia como una megapelícula de altos valores de producción con principio, nudo y desenlace, la elevaba sobre el resto de series. No sobraba ni un minuto, las subtrama parecían encajar equilibradamente y su gran mérito era estar centrada para crear un impacto a la altura en su recta final.
Había mucho en juego para los Duffer Brothers con la segunda entrega y la presión se ha dejado notar pese al evidente esfuerzo en tratar de ser diferente a la original. El problema es que el intento ha ido por los cauces menos adecuados y en el fondo, acaba apretando las mismas teclas con intención de hacer sonar la misma música, pero cuando lo hace llega demasiado tarde. Estas son las principales razones por las que no acaba de funcionar tan bien como su predecesora.
Secuelitis
Una secuela es una secuela. Y muy rara vez una secuela consigue replicar o mejorar lo que ofrece su primer plato. ‘Stranger Things 2’ sigue siendo un valor seguro comparándolo con la mayoría de la camada de series fantásticas, pero aunque trate de ser desesperadamente un ‘Regreso al futuro 2’ (Back to the Future Part II, 1989) o un ‘El imperio contraataca’ (The Empire Strikes Back, 1980), acaba sufriendo el síndrome inevitable de ‘Tiburón 2’ (Jaws 2, 1978), ‘Pesadilla en Elm Street 2’ (Nightmare on Elm Street 2, 1985) o ‘La Jungla 2’ (Die Hard 2: Die Harder). Y es tan inevitable que, al haberlo vivido antes, acabas entendiendo que ha pasado.
Más no es siempre mejor
Y es que tomar la vía de crear el mismo coche con piezas más grandes algunas veces sale bien, pero hay un alto riesgo de que el trasto se haga demasiado pesado y recreado a escala no logre soportar su mole durante el trayecto. No valen monstruos más grandes, ni más numerosos por el hecho de serlo. Lo que antes funcionaba por extrañeza, desconocimiento, ahora quiere funcionar al peso. Ningún problema si tienes el combustible adecuado, pero con gasolina sin plomo no marcha.
Nuevos personajes
Hay varios nuevos personajes, algunos funcionan, como Max, la amiga nueva o, parcialmente, el nuevo novio de Wynona, pero otros pasan sin pena ni gloria (el conspiranoico) o directamente, están añadidos por el hecho de hacerlo. El bully que parece George Michael que pasa el noventa por ciento de sus escenas conduciendo cabreado y siendo muy malo porque sí, tiene un momento de exploración de sus conflictos, pero después se aparca y ese momento no tiene consecuencia. Son flecos sueltos que parecen servir más de decoración que servir en la historia.
9 episodios
Dicen que si hay algo que funciona no hay que intentar arreglarlo. Si algo se apreciaba de la primera parte es su acotación a ocho episodios que economizaban subtramas y aspectos que no importan en el desarrollo para evitar caer en la duración estándar “porque sí” de la mayoría de series que acaban durando 13 episodios por norma. ‘Stranger Things 2’ podría estar servida con 6, pero si hay un episodio que sobra, si hay un pegote añadido de mala manera, es el episodio 7. Digno de estudio de como un solo capítulo está a punto de hacer descarrilar todo lo demás.
Subtramas arbitrarias
Quizá sea por la presión de los cansinos fans de Barb en internet, pero dedicar un hilo argumental completo dándole vueltas a la muerte de Barb por sus padres y su amiga del alma, con el remordimiento como desencadenante de una serie de conflictos imposibles de creer, es demasiado. No lo arregla las vueltas absurdas primero al estado de Eleven, y luego su búsqueda y tramita paralela de vergüencilla. Todo en detrimento de Mike, convertido en un personaje totalmente secundario que solo espera por ella mientras tiene reacciones y exabruptos poco propios de él.
La escena. Esa escena.
No, no nos referimos al nuevo look, final,de Eleven (que también merece una colleja a alguien del departamento de diseño). Raramente podría considerarse esto un Spoiler, pero avisamos. Nos referimos al momento en el que la madre de Mike tiene un encuentro con el hermano de Max. Digno de la introducción de una mala película porno de los noventa. Tan ridículo, fuera de tono e innecesario que uno se pregunta qué droga tomaron ese día los guionistas.
Planes y estrategias que no funcionan
De la obviedad inútil de poner a la madre de Will a calcar en la televisión una forma que le recuerda a un dibujo de su hijo que se puede captar a primera vista, a la emulación de fórmulas parecidas con el dibujo del plano de Hawkins de Will, a el uso del lenguaje morse por los pelos, hay una desesperación tan evidente en repetir el truco del abecedario y las luces de navidad que duele un poco ver tan claramente como ninguno de sus intentos le han salido especialmente memorables en esta ocasión.
La intensidad, los personajes
Todos los que brillaron y se hicieron un hueco en el corazón del espectador siguen ahí, haciendo muy bien lo suyo y siendo el alma de la función. Incluso Steve ha resultado ser un personaje genial, lleno de posibilidades. Pero en otros casos, el histrionismo de algunos personajes como unos irascibles Mike o Hooper, entre otros, revelan una necesidad de dramatizar todo al máximo, incluidos momentos que no lo necesitan, con la intención de mantener la intensidad arriba en todo momento. Como consecuencia, se pierde el foco de cuáles son los eventos verdaderamente decisivos en la historia.
El guion
Mientras que el trabajo previo de la primera temporada se dejaba notar en su estructura, la segunda temporada tiene un gran interés en mantener la coherencia de una sola historia global, pero se le escapa en las decisiones de cómo contarla y acaba dejándose llevar por su formato de serie. También es inferior en diálogos y la aparición de infinidad de momentos forzados, agujeros de trama, decisiones estúpidas y justificaciones dudosas de un buen puñado de situaciones. No pedimos Shakespeare pero, por ejemplo, el “olvido” de cierto personaje del paradero de Eleven hasta el penúltimo capítulo no hay quien lo compre.
Los flashbacks
Otra cosa que se percibe en esta nueva entrega es que quizá ha habido algo de miedo respecto al nuevo público potencial. Es decir, cuando apareció la primera había un interés alto pero no el nivel de hype o fenómeno que es hoy. Si en la primera el misterio tendía a dejar cosas en el aire, añadiendo una atmósfera extra a lo inexplicable, en la segunda parte se cuenta todo con una insistencia sospechosa en recalcar elementos de la trama que se han asimilado de sobra.
Y a parte de algunas líneas de guion que van por ese camino, el problema se ejemplifica en flashbacks. Flasbacks del pasado y trozos de historia que no hemos visto pero nos llegaba con suponer y más flashbacks y montajes con escenas que ya hemos visto (a veces en el mismo episodio) recalcando obviedades en un contínuo que llega a ser una molestia de verdad. Con el metraje de todos los flasbacks unido te sale otro capítulo.
El fuego lento no funciona igual
Una de las críticas más comunes a la primera temporada era el ritmo lento y el transcurso pausado de los acontecimientos hasta la mitad de la temporada. Sin embargo, lo cierto es que había un misterio, la desaparición de Will, que daba cancha a que el interés se creara por sí mismo. Sin embargo, el único aliciente del estilo aquí son las visiones de Will. Hay un “salvemos a Will” pero no funciona como carburador de la misma manera.
Antes había una sensación de descubrimiento constante, y la conspiración gubernamental iba saliendo a la luz al mismo tiempo que entrábamos en el misterio del upside down. ‘Stranger Things 2’ se toma mucho tiempo en arrancar, pero esta vez no hay una sensación orgánica de florecimiento hasta el clímax, lo que además de crear un problema de ritmo, evidencia una ruptura en la que parece que lo único interesante está en los últimos dos episodios.
La magia
Puede que entremos en un terreno subjetivo al hablar del por qué nos gusta una obra de ficción o no. Puede que ni sus mismos creadores lo sepan y puede que sea una impresión que depende de cómo nos impacta en cada uno. Pero lo cierto es que hay algo mágico en ciertas películas que le dan cierta personalidad y nos atraen por muchos problemas técnicos o rítmicos que tengan. La popularidad de un show como ‘Stranger Things’ puede que se deba a esa magia. Y está claro que mucho de ese encanto bien de sus protagonistas y cómo interactúan.
Por ello, hay decisiones en esta segunda temporada que juegan en contra de la propia naturaleza de la serie. Por ejemplo, el escollo de separar a todos los chavales durante la mayoría del tiempo de la temporada, no se puede decir que se resuelva con una catarsis a la altura en su tramo final. Aunque lo más problemático de la magia es que a veces es un truco, y cuando un mago repite demasiado un truco hay más posibilidades de que veamos cómo este está hecho.
Así, hay una sensación de que a veces se quiere repetir la jugada, por ejemplo poniendo de nuevo el ‘Should I Stay or Should i go’ de los Clash como catalizador emocional de Will, o hacer una comparación-broma meta con monstruos de dragones y mazmorras que resulta una autoreferencia demasiado temprana. El dilema no es ya que ‘Stranger Things’ sea o no una ficción nostálgica por la imaginería de los 80 (punta de lanza de las críticas más perezosas) sino que en esta ocasión muestra una prematura nostalgia por ‘Stranger Things’.
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