Hay anécdotas reveladoras, o que al menos indican una manera de estructurar el pensamiento. Es conocida la admiración de Ingmar Bergman por Andrei Tarkovski.
A propósito de'Sacrificio' (Offret, 1986), película que fotografió el colaborador habitual de Bergman, Sven Nykvist, el maestro sueco dijo:
Mi primer descubrimiento de Tarkovki fue como un milagro.De repente me hallaba junto a la puerta de acceso a un recinto en el que yo siempre había querido entrar, pero cuya llave jamás me había sido dada, y en el que Tarkovski se movía libre y confiadamente.Me sentí animado, estimulado: alguien había expresado aquello que yo siempre quise decir, sin saber cómo.Tarkovski es para mí el más importante. Ha creado un lenguaje nuevo, que se corresponde con la esencia del cine, porque presenta la vida como reflexión, la vida como un sueño".
Hijo del poeta y traductor Arseny Tarkovski, las películas del ruso no tienen una estructura dramática convencional. Pero, por una cuestión de etiquetas, se han ganado el apelativo de lentas (o peor: aburridas, categoría infinitamente subjetiva ¡como si no me aburriera yo profundamente viendo películas "rápidas" de Transformers!). Pero ¿es Tarkovski un cineasta lento?
En la primera parte de 'Solaris' (Solarys, 1972), tal vez la más hermosa de sus obras mayores, cuenta con una estructura meditativa ¡pero eso no significa que sea lenta! La estructura de la primera parte nos da mucha información dramática, sencillamente opta por un modo de presentarla no habitual. Y la pregunta es ¿ése modo habitual contribuye a expresar la historia? ¿La eleva y saca partido a todos sus matices? De hecho, sí. Esta adaptación - distanciada - de la, por otra parte, excelente novela de Stanislaw Lem, es una meditación sobre el amor y las relaciones del hombre con lo real.
La película se abre con un plano hermoso de una charca. Cabe recordar que Vadim Yusov es el director de fotografía y responsable directo de que la mirada de Tarkovski sea eso, mirada. Su sentido lumínico es excepcional y su pericia técnica, extraordinaria.
El protagonista es Kris Klein (Donathas Banionis), un científico que vive retirado en un lago en la compañía de su padre. Pronto le reclaman en una estación espacial, donde Berton (Vladislav Dovetzhsky) le cuenta sus experiencias cerca del lugar al que el psicólogo Klein va a embarcarse, el lejano planeta oceánico Solaris. Allí le advierte de extraños fenómenos.
Por supuesto, discuten. Y Tarkovski tal vez se cuestiona a si mismo con el camino ¡sin negar la inteligencia de sus personajes!
¿Es esta una broma? ¿A qué se refiere el interrogante? Por suerte, mantiene el diálogo vivo.
Estilo y recursos
A nivel retórico, un rasgo que comparten los muy distintos Tarkovski y Bergman es una absoluta independencia de la gama expresiva cinematográfica. Acostumbrados al virtuosismo retórico, sorprende ver unas películas de unos cineastas que usan, con total y rotunda convicción, tres o cuatro figuras a lo largo de la misma: travellings laterales, tomas largas estáticas y detenidas, zooms y planos generales. Y a partir de ahí construyen una película cuyo estilo es su máximo armazón y convierten de nuevo en complejo sus usos.
Primero, Klein escucha el testimonio de Breton. Es una escena fascinante, y por supuesto enigmática.
Observemos este plano general de Klein, a punto de partir. El sentido pictórico de Tarkovski en la composición es difícilmente alcanzable. La textura es distinta. Está impregnada del testimonio de Breton. La paleta de colores ha cambiado.
Técnica de vuelo
Acostumbrados a hallazgos técnicos en materia de efectos visuales, parece que la asignatura de narrar el despegue de Klein hasta la órbita de Solaris es una que se terminará suspendiendo con el paso del tiempo y el avance de la técnica. De nuevo, los grandes directores prueban falsa esta premisa. Tarkovski no está interesado en el despliegue tecnológico de su mundo si no en la experiencia que rodea a Klein hasta llegar a ése mundo. Es por eso que se sobra con tres hermosos planos. Paisaje y mirada.
Y no solamente tenemos la información si no, lo más importante aquí, la atmósfera adecuada.
Hasta la piel
Y mi momento favorito. Es particularmente escalofriante. Con la aparición de ella, Tarkovski abandona las texturas pictóricas de paisaje de antes. Usa una toma larga, con un zoom, dirigiéndose a la piel. Corta a la mirada de él, que luego deviene en sombra. Tarkovski, tantas veces calificado con cierta justicia de místico, se acerca aquí al más carnal de los sentimientos: el amor.
Y lo hace hasta la piel. Fijaos, la imagen de ella es inicialmente divina, pero Tarkovski logra transformarla a partir de un movimiento de cámara. Una vez atravesada la piel, la aparición se humaniza, se vuelve real, se magnifica.
¿No es esta una hermosa representación del amor? Una imagen, a veces una sacudida, que de repente se hace palpable y la tocamos y nada pierde su sentido. Tarkovski si era un poeta. Y uno con un objetivo concreto.
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