Coincluida la Mostra de Venecia, la actualidad cinematrográfica se centra estos días en la nueva edición del Festival de Toronto, donde se han presentado títulos tan esperados como 'El quinto poder' ('The Fifth State', Bill Condon, 2013) o '12 años de esclavitud' ('12 Years a Slave', Steve McQueen, 2013), entre muchos otros. Como en cualquier certamen --y más uno que está creciendo, como el canadiense-- uno piensa que lo más importante son las películas. El cine. Ver los últimos trabajos de los autores más estimulantes y descubrir a nuevos talentos. Debería ser así. Hoy me ha llamado mucho la atención una serie de mensajes en Twitter escritos por Steven Weintraub y Alex Billington, editores de Collider.com y FirstShowing.net respectivamente, que me han recordado malas experiencias que tuve en Cannes.
Weintraub se quejaba hoy de la cantidad de personas que habían estado usando el móvil durante el pase de prensa de 'Enemy' (Denis Villeneuve, 2013). Lo de Billington llegó más lejos. Cuenta que se encontraba en la proyección de 'The Sacrament' (Ti West, 2013) cuando un señor de la fila de delante comenzó a usar el teléfono como si estuviera en el salón de su casa. Harto, incapaz de sumergirse en una historia de terror, donde la atmósfera es fundamental, decide llamar al servicio de emergencias --un poco extremo, sí-- con la excusa de una sospecha de piratería, y acaba fuera de la sala, hablando con los encargados del festival. Por un lado, le dicen que el tipo estaba viendo la película mientras hablaba por teléfono y que ha sido él quien ha molestado a los demás por quejarse. Por otro lado, le informan que en Toronto se puede usar el móvil durante las proyecciones para prensa y le aconsejan que, si tanto le molesta, vaya a un pase con público. La cara que se le debió quedar me la imagino perfectamente.
Fantasía interrumpida
Dicho eso, debo hacer una aclaración. Los festivales representan al cine en su doble vertiente, arte y negocio. Además de proyectarse películas y servir de escaparate para cineastas, también es un sitio de encuentro para comerciantes, una oportunidad para lanzar y financiar proyectos, comprar y vender largometrajes en todo el mundo. Productores, ejecutivos y organizadores, entre otros profesionales del mundillo, están en el certamen para este tipo de cuestiones y asisten también a los pases junto a periodistas y críticos. Es por ello que en Toronto se permite el uso del teléfono: se entiende que hay negocios en marcha y el tiempo es oro. Ahora bien, ¿es justa esta medida para los demás? ¿No podrían organizarse pases privados para los que solo acuden interesados por el negocio? ¿Es respetuosa con el arte? ¿Cómo pueden valorarse las películas si se está pendiente de mensajes y llamadas?
Ahí es donde realmente quería llegar con todo esto. Lo que han denunciado estos dos acreditados en Toronto resulta particularmente escandaloso para los que amamos el séptimo arte y vamos a festivales para disfrutar de películas que tardarán meses o incluso años en llegar a las carteleras, pero el problema de los móviles durante las proyecciones es algo que nos afecta a todos, cualquier día que vamos al cine. Cada vez es más habitual ver pantallas encendidas en la oscuridad de la sala. No sé a vosotros, a mí eso me distrae muchísimo --por eso prefiero sentarme en las primeras filas--, pero al margen de que se esté molestando a otros espectadores con esa luz, o que haya impresentables que responden llamadas ahí mismo en la butaca en lugar de salir fura un momento, encuentro sorprendente --por no decir otra cosa-- que alguien pretenda ver una película mientras presta atención a su smartphone.
Dificultad de concentración y falta de educación
Hay un gracioso argumento a favor del doblaje que es algo así: "con las versiones originales subtituladas tienes que leer y te pierdes la imagen". Una persona que me dijo eso reconoció luego que quería escuchar los diálogos --en español-- mientras hacía otras cosas, como leer una revista o preparar la cena. Así no se puede apreciar una película. No es posible. Si eso es lo que algunos entendéis por ver cine, entonces quizá pertenezcamos a especies diferentes. ¿Cómo vas a disfrutar de una interpretación o de los matices de unos diálogos si estás leyendo un tuit gracioso que acaba de enviar un colega? ¿Cómo vas a sentir la emoción o la tensión de una escena amorosa o una persecución si estás escribiendo dónde estás y con quién? Que por cierto: ¿qué NECESIDAD hay de comentar en todo momento de lo que se está haciendo o pensando?
Quizá sea la señal de un cambio. La posibilidad de ver películas y mantener conversaciones. Otros tiempos, otras costumbres. El futuro. ¿Por qué no? La m***** de futuro que ya estamos viviendo los que aún acudimos con emoción y respeto a una sala de cine, ese mágico templo que nos permite escapar de la realidad. Y eso es imposible si uno está conectado al móvil, leyendo nuevos chistes sobre el "relaxing cup of café con leche". Ya os cedo la palabra. Quiero leer vuestra sincera opinión. Podéis decir que soy un viejales anticuado. Quiero saber si hay lectores que están a favor de la tendencia actual y son capaces de prestar atención a dos pantallas al mismo tiempo. O a tres, ya puestos, podemos llevar la tablet y escribir una crítica en tiempo real, conforme las ideas vayan pasando por la cabeza. Y pedimos a la amiga que tenemos al lado que nos haga una foto poniendo morritos o cara de interesante. Pal feisbu.
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