Aún recuerdo la primera vez que puse mis manos sobre un “Resident Evil”. Los primeros pasos a través de la mansión Spencer con el mando de una Sega Saturn en mis manos, se tradujeron en una experiencia ligeramente traumática vivida hace ya veinte años que, además de dejarme varias noches sin dormir, marcaría un antes y un después en mi idílico romance con el género de terror, que aún perdura a día de hoy.
Es comprensible, vistos los antecedentes, que, cuando se anunció a principios de los 2000 una adaptación cinematográfica del videojuego de Capcom, el adolescente que habitaba en mi interior se sintiese totalmente emocionado y, a su vez, no sintiese un mínimo atisbo de temor —cosas de la edad— al pensar en el disparate en qué podía derivar —y derivó— la aventura fílmica de los zombis de Raccoon City.
Hoy, quince años y seis largometrajes después dando forma a una demencial franquicia ‘Resident Evil’, cuyo reboot acaba de ser anunciado con James Wan a la cabeza como productor, no puedo menos que hacer retrospectiva, sonreír, y defender la injustamente denostada licencia de Constantin Film capitaneada por Paul W.S. Anderson. Puede que sea un defensor de causas perdidas, o que perciba la realidad distorsionada vayan ustedes a saber por qué, pero, háganme caso: La saga ‘Resident Evil’ no es tan terrible como parece.
De George A. Romero a Paul W.S. Anderson
Cuando comenzó a gestarse la primera parte de la la franquicia, que se estrenaría finalmente en el año 2002, las expectativas del fandom del videojuego y del mundo zombi estaban por las nubes. No era para menos, pues el nombre que estaba sobre la mesa para dirigir ‘Resident Evil’ no era otro que el del padre del subgénero tal y como lo conocemos hoy día, George A. Romero, quien ya había trabajado para Capcom en el spot televisivo del “Resident Evil 2”.
Finalmente, la relación entre Romero, Sony y Capcom no terminó de cuajar por las diferencias creativas referentes a un guión que seguía fielmente los devenires argumentales del primer juego, y que prometía un filme de muertos vivientes a la antigua usanza, cocinado a fuego lento, y con más de una sorpresa en forma de serpiente gigante y planta antropófaga.
Finalmente, Paul W.S. Anderson, que venía de dirigir a Kurt Russell en la olvidable ‘Soldier’, aterrizó en el proyecto junto a la siempre encantadora Milla Jovovich, firmando una cinta que desató la ira de unos aficionados que se llevaron las manos a la cabeza, y el amor incondicional de un público que se llevó las manos a los bolsillos, haciendo que triplicase su presupuesto en taquilla. Y esto sólo fue el principio.
Una cuestión de tono
Nada quedaba en la ‘Resident Evil’ de Anderson del terror reposado y clasicista del videojuego. La mansión Spencer, tal y como la conocíamos, había desaparecido por completo, y tampoco había rastro alguno de Chris, Jill, Barry y compañía, protagonistas del original. En su lugar, un nuevo personaje femenino, llamado Alice, repartía estopa ataviada con un vestido rojo, unas botas altas y una chupa de cuero, en una bacanal de acción más próxima a la sci-fi que al horror, heredera de una ‘Matrix’ cuya influencia seguía siendo muy poderosa sobre la industria.
Creo a pies juntillas que, de haber optado por un tono más continuista con los cánones del género y el espíritu de la fuente adaptada, el éxito y el porvenir de la saga no se hubiese acercado ni remotamente al multimillonario triunfo conocido por todos. Porque ‘Resident Evil’ y sus cinco secuelas han sentado cátedra en el noble arte de entretener al respetable, ofreciendo un producto descerebrado, de consumo rápido y olvidable, y, por encima de todo, envuelto por un aura de autoconsciencia en la que radica su principal baza.
¡Con extra de autoconsciencia, por favor!
Una franquicia que arranca con su protagonista dándole una patada voladora en la boca a un perro zombi, y que termina con una referencia directa a la mismísima ‘Robocop’ de Paul Verhoeven en su ‘Capítulo Final’, no podría siquiera concebirse sobre el papel sin una buena dosis de autoconsciencia en mente. Una carencia total de complejos extendida a lo largo de seis largometrajes que se erige como la principal virtud de todos ellos.
Esta cualidad, muy complicada de atesorar —aunque parezca lo contrario—, ha permitido a ‘Resident Evil’ camuflar su despropósito argumental rebosante de clones, corporaciones malévolas y giros demenciales, entre las carcajadas condescendientes de un público sometido a un delicioso lavado de cerebro.
Anderson y su equipo no han necesitado ni siquiera conectar los episodios de una forma coherente y comprensible, optando por ubicar al espectador mediante unas espídicas secuencias de montajes reconvertidas en leitmotiv. ¿A quién le importa quién es toda esa retahíla de personajes cuando tenemos a Milla Jovovich armada con dos escopetas disparando monedas —si, monedas— mientras hace piruetas imposibles?
Fast food de cinco tenedores
Antes de que los lectores cojan sus antorchas y vengan a darme caza, reconoceré que ninguna de las seis partes de ‘Resident Evil’ es una buena película. No obstante, este hecho —u obviedad, como prefieran ustedes llamarlo—, no está reñido con que sean altamente disfrutables, a excepción de una ‘Apocalipsis’ que se alza como lo peor de una saga que oculta elementos dignos de elogio.
El primero de ellos sería su productor, Paul W.S. Anderson quien, además, ha dirigido todas las entregas a excepción de ‘Apocalipsis’ y ‘Extinción’, curiosamente, correspondientes al punto más bajo y al cénit de la licencia respectivamente.
Anderson, ese hombre de contrastes, capaz de regalarnos esa joya de la ciencia ficción y el terror que es ‘Horizonte Final’ y, a su vez, firmar una soporífera ‘Pompeya’, eleva el concepto de set-piece de bajo presupuesto al máximo nivel, y nos brinda un show digital en el que reinan el slow-motion y la acción más excesiva en un delicioso batiburrillo sin pies ni cabeza que podría definirse como “cine fast food de cinco tenedores”.
Feminismo post-apocalíptico
El otro pilar que logra sacar a flote a ‘Resident Evil’ y sus secuelas no es otro que su actriz principal, Milla Jovovich. Una intérprete que, pese a no deslumbrar con sus cualidades actorales, consigue poner alma, cara y ojos a la franquicia, y aportar el suficiente carisma al conjunto como para hacerle ganar enteros de la mano de una protagonista que le ha acompañado durante la última década y media.
Sin embargo, el de Alice no es el único personaje femenino de una saga dominada en su totalidad por mujeres fuertes, y poseedora de un marcado cariz feminista que no ha sido lo suficientemente ensalzado por crítica y público, y que la hace merecedora de un visionado dedicado a esta perspectiva.
La vis reivindicativa de ‘Resident Evil’, diluida en un guión rematadamente idiota a lo largo de sus entregas, y especialmente presente en ‘El capítulo final’, aborda el feminismo de una forma más directa y menos impostada que el celebrado Episodio VII de ‘Star Wars’. Donde en 'El despertar de la fuerza' se evidencian hasta la extenuación y a la más mínima oportunidad la autosuficiencia y el cariz de heroína de Rei, el filme de W.S. Anderson juega sus cartas sin disimulo alguno.
'Resident Evil' no necesita jugar con el discurso obvio, ni utilizar recursos rancios como disimular el sexo de su protagonista a través de una concepción andrógina del personaje, para elaborar un alegato feminista particularmente atípico en este tipo de producciones. Alice es una mujer, es sexy, es vulnerable y, a su vez, es capaz de dar una soberana paliza a cualquier enemigo —vivo o no-muerto—, y sobrevivir en un devastado mundo en el que los hombres conforman el grueso de las huestes antagonistas.
El cliente... ¿siempre tiene la razón?
Los seis largometrajes que componen la franquicia 'Resident Evil' han conseguido recaudar más de 1.200 millones de dólares a nivel mundial, con un desembolso previo inferior a los 300 millones. Una cifra media de 50 millones de presupuesto por producción, cuadruplicada en beneficios gracias al respaldo de un público que no ha dado la espalda a las aventuras de Alice en todos estos años.
A pesar de la dureza de la crítica y de gran parte de los aficionados con las producciones no-muertas de Paul W.S. Anderson, los números del box-office hablan por si solos, haciéndonos dudar de si el director y productor es un inepto, o un auténtico genio en el noble arte de contar historias en imágenes.
No seré yo quien defienda una película basándome única y exclusivamente en la afluencia masiva a las salas. No lo hice con la abominable 'Ocho apellidos vascos', y no lo haré con mi criticada —y amada— saga 'Resident Evil'; pero si que invitaré a reflexionar a los lectores que aún no hayan ido a por piedras para lapidarme, sobre este tipo de fenómenos.
¿Existe un exceso de "inteligencia" —nótese el entrecomillado— y afan por la destrucción por parte del espectador más erudito, o somos los amantes del blockbuster bobalicón, adolescente y vacío entes descerebrados capaces de deglutir cualquier plato recalentado e insustancial en una sala de cine?
Ruego, me contesten ustedes a esta pregunta; por lo que a mi respecta voy a desconectar lo que me queda de sesera, y a celebrar de nuevo que existan producciones capaces de abstraerte de la realidad durante noventa minutos de forma tan efectiva como 'Resident Evil' y sus maravillosamente idiotas secuelas.
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