En sus inicios el cine era ante todo una saludable forma de entretenimiento a precio asequible para que la gente pudiera desconectar de la realidad. Es obvio que el calificativo de séptimo arte es fruto de una evolución en su naturaleza y objetivos, pero el hacer pasar un buen rato al espectador siempre ha sido una de las bases más importantes que han permitido su supervivencia y rentabilidad económica. Nunca faltarán los mecenas que estén dispuestos a financiar proyectos tan arriesgados que ya cuentan con que van a perder dinero, pero los que realmente viven de ello tienen claro que la diversión que reportará al público es un aspecto muchas veces más importante que la posible calidad final del producto.
Sé que suena mal el referirse a una película como si fuera un producto de consumo más, pero cada vez tengo más dudas sobre que la gran mayoría de producciones que cuenten con un presupuesto holgado sean algo más que un sacacuartos que —¿por pura casualidad?— a veces nos entretienen y otras nos sentimos estafados con lo que vemos en pantalla. Estas últimas semanas hemos podido comprobar esta tendencia con títulos como 'Hansel y Gretel: Cazadores de brujas' ('Hansel & Gretel: Witch Hunters', Tommy Wirkola, 2013), 'Oz, un mundo de fantasía' ('Oz: The Great and Powerful', Sam Raimi, 2013) o 'Jack el caza gigantes' ('Jack The Giant Slayer, Bryan Singer, 2013).
Estoy de acuerdo con aquellos que dicen que no se puede esperar lo mismo de todas las películas, pero corremos el riesgo de que todo valga si rebajamos demasiado nuestro sentido crítico en aras de un entretenimiento de nivel discutible —también lo es estar tirando una pelota contra la pared—. Puede que parezca algo irrelevante mientras disfrutemos en mayor o menor medida —el mayor pecado que puede cometer una película es aburrir al espectador—, pero el resultado está siendo que los estudios ven que ya no hay que prestar tanta atención a lo que realmente divierte al público, sino que tienen la capacidad de imponernos lo que les venga en gana sin que nuestras quejan sirvan para algo. Los habrá que disfruten con un título y odien otro, pero la conexión entre ellos es indiscutible: Entretenimientos de diseño, meros artificios que practican la política de todo para el pueblo, pero sin el pueblo.
El cine de acción contemporáneo
He venido notando en muchas películas de acción de gran presupuesto que parecen haber surgido ciertos tópicos que toda cinta que se precie ha de cumplir: Una gran persecución a bordo de un coche/motocicleta que acabe de forma lo más aparatosa posible, varias explosiones – sólo una ya no es suficiente- para dar una mayor sensación de espectacularidad y, si el presupuesto lo permite, la inclusión de un helicóptero —o vehículo aéreo similar— que pone en peligro la vida de los héroes de una forma u otra, los cuales tienen que pelear directamente contra él y conseguir anularlo, a poder ser mediante otra explosión más. Su utilización no es algo malo per se, pero la cosa se complica cuando se ejecutan sin la más mínima pericia, fomentando la idea de que son productos industriales que han de echar mano de esas soluciones a cualquier precio.
Prácticamente igual de insatisfactorio es cuando una producción más o menos solvente hasta ese momento recurre a una de esas soluciones en aras de una mayor espectacularidad, tal y como sucedía en el tramo final de 'El legado de Bourne' ('The Bourne Legacy'. Tony Gilroy, 2012). Poco importaba que tuvieran que recurrir a un villano salido de la nada, la floja puesta en escena de Gilroy en todas esas escenas y una molesta sensación de artificiosidad visual que impedía que el espectador se sumergiese en la acción. Aún más sangrante fue el caso de 'La jungla: Un buen día para morir' ('A Good Day To Die Hard', John Moore, 2013), donde no sólo se echaba mano de todos los recursos mencionados en el párrafo anterior, sino que se hacía a costa de cargarse todo el atractivo del personaje de John McClane y ofreciendo un espectáculo tan lamentable como aburrido.
Hay bastantes más ejemplos recientes de cine de acción industrial —'Desafío Total' ('Total Recall', Len Wiseman, 2012), 'Battleship' (id., Peter Berg, 2012), etc.—, siendo cada vez más habitual que no satisfagan las expectativas de beneficios de sus productoras, de ahí que echen mano de sagas consagradas, remakes u otro tipo de origen donde el formato haya demostrado su efectividad comercial. Por fortuna, nos siguen quedando propuestas estimulantes como 'Skyfall' (id., Sam Mendes, 2012), pero la sensación que queda es que son pequeños oasis como resultado de contar tras las cámaras con un director reputado que no va a seguir necesariamente asociado al género en el futuro —Sam Mendes ya ha rechazado la posibilidad de dirigir la siguiente aventura de James Bond—. ¿Qué nos queda entonces? Un deterioro casi insalvable de la figura del héroe de acción en beneficio de los superhéroes, personajes con los que hay mucha más libertad para hacerles hacer lo que les apetezca. Total, tienen poderes sobrehumanos, algo que no se puede aplicar a las personas de carne y hueso por mucho que lleven ya años intentándolo.
El caso Dreamworks
El cine de animación ha reportado pingues beneficios a Dreamworks, en especial la franquicia Shrek. Sin embargo, no faltaron las quejas sobre lo fallido que resultaba en no pocas ocasiones su sobreutilización del humor grosero —con resultados bastante desiguales—. Dreamworks había apostado por una mayor diversificación en los últimos años, consiguiendo rodar joyas como la maravillosa 'Cómo entrenar a tu dragón' ('How to Train Your Dragon', Dean DeBlois y Chris Sanders, 2010) o títulos muy reivindicables como 'El origen de los guardianes' ('Rise of the Guardians', Peter Ramsey, 2012), pero quedándose siempre lejos de conseguir los beneficios de antaño. Valga como ejemplo el hecho de que 'Shrek, felices para siempre' ('Shrek Forever After', Mike Mitchell, 2010), monótona cuarta entrega de una franquicia en decadencia que costó 165 millones de dólares y recaudó más de 750, mientras que 'Cómo entrenar a su dragón' ni siquiera llegó a los 500 millones con el mismo presupuesto.
El caso más llamativo es el de 'El origen de los guardianes' —quizá la primera película animada que realmente ha captado el espíritu de blockbusters de imagen real como, por poner su referente más directo, 'Los vengadores' ('The Avengers', Joss Whedon, 2012)—, ya que Jeffrey Katzenberg no tuvo problemas en reconocer abiertamente que ha sido el único fracaso de la compañía de entre los últimos 18 títulos que han estrenado. Si nos fijamos en los fríos números, su coste de producción fue de 145 millones de dólares y ha recaudado 300, pero el estudio afirma que ha perdido 83 millones de dólares solamente por culpa de esta película. Esperan recuperar esas cifras con el resto de ventanas de explotación, pero será un goteo lento que no sirve para mantener la calma entre los ansiosos accionistas de Dreamworks.
El gran problema es que en Dreamworks no han conseguido levantar un imperio equiparable a Pixar no ya en lo referente a la calidad de sus producciones, sino en los ingresos por otras vías ajenas al visionado en cines de las películas. Muy clarificador es el hecho de que si 'Cars 2' (id., John Lasseter y Brad Lewis, 2011) existe no fue tanto por el éxito de la primera entrega durante su exhibición en salas —su éxito fue menor comparado con los títulos previos de la compañía—, sino más bien por los 1.000 millones de dólares que 'Cars' (id., John Lasseter, 2006) había generado por las ventas de merchandising. Este equilibrio permite más libertad a una compañía, pero en Dreamworks han preferido tirar por la vía fácil: Despedir a 350 empleados e implantar una política de hacer todo más rápido y más barato a partir de ahora. Existe la posibilidad de que eso no se note en el resultado final de sus largometrajes animados, pero permitirme que tenga muchas dudas al respecto.
Apuntes finales
El concepto de la suspensión de la incredulidad es una de las claves a la hora de ver una película, ya que todas ellas, aunque con diferente intensidad, confían en la capacidad del espectador para dejarse llevar por lo que aparece en pantalla. Esto implica que pasen cosas que en la vida real nunca sucederían, pero es vital para que la magia del cine no desaparezca sin remedio. Todo esto se complica cuando desde Hollywood se quiere estirar tanto esa idea que el espectador ha de aceptar que en una películas las cosas pasan porque sí —¿qué tontería es eso de la progresión dramática?—, tal y como sucede en el reciente caso de 'Jack el caza gigantes'.
La inteligencia del espectador era algo irrelevante hasta hace bien poco, ya que siempre se podía abandonar la idea de crear una nueva franquicia o simplemente rodar poco después un reboot con el que intentar que todo volviese a la normalidad. El problema – o bendición, todo depende de cómo se mire- es que cada vez son más este tipo de producciones que no consiguen recaudar suficiente dinero en su paso por cines como para justificar la alta inversión que supuso su mera existencia. Estamos cerca de volver a esos tiempos en los que una productora se iba a pique por el fracaso de una sola película, ya que cada vez se invierte más dinero en según qué titulos y eso puede acabar su perdición.
Lo bueno para el consumidor es que es posible que llegue un punto en el que sigan existiendo malas películas que generen beneficios multimillonarios, pero la realidad está apuntando hacia la necesidad de no dar luz verde a cualquier carísima tomadura de pelo porque se adscribe a alguna moda existente o a cintas de acción tan redundantes y sin alma que la gente ya les está cogiendo el truco y pasando de ir a verlas al cine cuanto tiene lugar su estreno. Sigue estando lejos de lo ideal, pero no es sostenible que el concepto de diversión de espectador y productor siga alejándose cada vez más, porque así sólo van a conseguir cargarse al cine de puro entretenimiento, ése que permite sacar adelante otro tipo de películas de corte más artístico.
No hay nada de malo en que quieran ganar mucho dinero a nuestra costa, pero, por favor, que no se olviden de que están condenados de antemano si siguen ignorando cada vez más al público, ya que somos nosotros los que pagamos como buenamente podemos para que ellos sigan anunciando beneficios multimillonarios año tras año.
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