Ha cumplido 'Regreso al futuro' (Back to the future, 1985) treinta años y sigue joven, como si fuera antes de ayer cuando la estrenaron y ayer cuando nos sorprendimos al ver que pese a todos los detalles de época, incluido el pegadizo Power of Love de Huey Lewis and The News, la película permanece intacta y divertidísima.
¿Por qué ha envejecido tan bien? ¿Por qué no necesitamos un remake? ¿Por qué todos sus homenajes son tan...viejos? Desde el episodio de Padre de Família hasta la inevitable 'Jacuzzi al pasado' (Hot Tub Time Machine, 2010), no hay homenaje al clásico de Robert Zemeckis que sea tan divertido y gracioso como el original.
Voy a intentar trazar una teoría modesta. Esta producción de la Amblin Pictures es, tal vez, una de las películas menos sociológicas de los años ochenta. Pensemos en las películas que producía John Hughes. Son claramente películas de época. Las canciones pop, la moda, los actores jóvenes no son solamente elementos de la película, son, de hecho, la película en sí.
Lo mismo con otras comedias de los ochenta. Zemeckis era la confirmación de que otro Hollywood estaba llegando. Su estilo vigoroso y rápido, de humorada, formado en California, contrastaba con la década pasada. En la mitad de los ochenta, en plena era Reagonomics, llega una historia sobre la posibilidad de prosperar regresando a los cincuenta. Ideológicamente, Zemeckis firmaría una secuela bastante liberal, pero la película admite esta lectura: en una época y una presidencia estadounidense donde la nostalgia por los cincuenta influyó al resto de la cultura estadounidense de masas, la película llegó en un momento inmejorable.
Padres e hijos
Con todo, creo que las virtudes de 'Regreso al futuro' son de un orden casi filosófico. E insisto en el casi. Para empezar, la película transcurre en un universo muy pequeño: el pueblecito de HilL Valley. El objetivo de su protagonista, Marty McFly, encarnado por un inovlidable Michael J. Fox, no es salvar al mundo ni dar cantos a la patria.
Pero también trata del uso de un lugar común. Nuestra relación con los padres es íntima, no solamente en el espacio (a fin de cuentas, nacemos en sus hogares, en lugares que ellos han puesto a nuestra disposición para nosotros) si no también el tiempo (por eso llevamos tan mal que se hagan mayores, que cambien, que se empiecen a cansar y se conviertan en abuelos).
La película obliga al niño a literalmente comprobar cómo su padre y su madre fueron jóvenes y vigorosos. Es conocida la escena donde McFly se indigna porque su madre, que en la primera escena era una aburrida y gris ama de casa, trata de meterle mano y le llama Levis-Strauss.
La escena es divertida por varias razones. La primera es obvia, en los años cincuenta (¡ni siquiera hace tanto tiempo!) existía un mundo previo al de la moda y las marcas. Por lo tanto, Levis no existe. La segunda, no tan obvia, es cómo McFly ni siquiera se ha planteado que su madre tuvo sus anhelos adolescentes.
Quizás es demasiado pronto para esto
La historia reciente de los Estados Unidos ha beneficiado a la película. El gag del empleado afroamericano que termina siendo alcalde tiene ahora mayor resonancia. Y la banda sonora, con la melosa y preciosa Earth Angel de los Penguins siendo encadenada a los riffs eléctricos de Chuck Berry y su Johnny B. Goode, no parece que se haya visto perjudicada por las sombras de Tarantino y su reconfiguración de Hollywood (y más allá) como un espacio vintage para sus bandas sonoras.
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