Los domingos son las jornadas cristianas de la pereza consensuada, por eso mismo, ver películas en domingo es poco menos que una redundancia feliz: a la pasividad que permiten gobiernos y empleadores - conozco la vida del autónomo, los únicos ajenos a esta norma, a ellos mando empáticos abrazos - se le suma la (prácticamente nula) actividad de ver cine.
Naturalmente, yo soy también un hombre de domingo, así que revisé 'Límite: 48 Horas' (48 hours, 1982) porque, ya lo dice la canción, quería esa grandeza que la pereza lleva consigo. Esa película de Walter Hill me pareció mejor, aunque esto es díficilmente una sorpresa: cada película de Hill no ha hecho más que ser mejor y más perfecta conforme pasan los años, incluso las menores. Os recuerdo que podéis leer la crítica de mi compañero Alberto y el especial Hill.
Lo primero que pensé bien merece otro post: menudo empollón estás hecho, Nicholas Winding Refn. El clímax de la película, imaginación lumínica y compositiva, de figura y tiroteo, bien se lo ha aprendido el talentoso director de 'Drive' (id, 2011).
Pero lo que más me sorprendió fue el guión de la película y su absoluta carencia de justificaciones argumentales. El guión lo firman Larry Gross, Jeb Stuart, Steve E. de Souza, Roger Spottiswoode y el mismo Hill, lo que, a simple vista, puede parecer hiperbólico porque cinco guionistas para un relato tan directo parecen demasiadas mentes. Pero es muy probable que esta concisión sea, precisamente, del trabajo y de la exigencia multiplicada.
El argumento, como bien debéis recordar, sigue las andanzas de Jack Cates (Nick Nolte) un duro policía de San Francisco ocupado de capturar a un preso fugado, llamado Ganz (James Remar) que ha sido sacado de la trena por un indio gigante, Billy Bear (Sonny Landham). Un antiguo cómplice suyo, Reggie Hammond (Eddie Murphy) es el único que puede entender qué busca tal criminal y Cates consigue, de manera dudosamente legal, su liberación durante las 48 horas del título.
¿Imaginaís una película así ahora? No me refiero al talento de Hill traslado a la contemporaneidad, que evidentemente sucede después de su cine (y el de otros tantos). Sino del argumento preciso. La película contrasta, de un modo poderoso y convincente, el universo racial y social de los héroes a través de lugares. San Francisco, en la mejor tradición del género negro, está tan viva como el contraste que conduce a los protagonistas a la captura.
Tenemos el bar de neonazis frente al bar de los afroamericanos: espacios blancos, raciales, de imaginaro sudista y turbador frente al enérgico y zumbón local de baile, ritmos de soul y funky presidiendo todo el escenario. Las situaciones funcionan a modo de gag, pero también trazan la ciudad, no se conforman como mera chanza a costa de las personalidades distintas.
¿Y qué decir de los vericuetos del argumento? Hammond tiene un dinero - robado - en el coche y engaña al policía sobre la situación del mismo. Cuando llega el momento,
La película tiene una definición espacial y temporal que agiliza todos sus actos. Es, en ese sentido, rigurosa. Pero de ese rigor nace lo verosímil: esquiva imposibles y esquinadas escenas de acción, también obvia melodramáticas o exageradas subtramas, y no lleva la escala de la acción más allá de la ciudad y del asesinato y algunas persecuciones. Cates no es un hombre demasiado inteligente más allá de su trabajo, y da síntomas de un preocupante machismo y hasta de un alcoholismo incipiente.
Qué raro es ver esta película hoy, donde ni los policías del cine son creíbles, puesto que o son demasiado y exageradamente atractivos o viven con estándares propios de un actor de Hollywod - y no del personaje que presuntamente encarna el actor de turno - o responden a demandas suavizadoras.
Y qué raro que no haya excusitas de ningún tipo, incluso en el final, donde todos cumplen su parte del trato y en un gesto de honor, Cates deja el dinero, asumiendo que en la colaboración no se debe intervenir en la soberanía personal de cada uno previa al trato, aunque entonces fuera su ahora útil ayudante un habitual del crimen.
Un cine sin excusitas, eso me gustaría ver.: sin subtramas innecesarias, sin amenazas tremebundas que ya no lo son tanto, sin intensidad amorosa que es apenas una reproducción gastada y agotada del cliché, sin esfuerzos por complacer a lo que se supone que es el "actual público adolescente". Un cine como el que Hill practicó, con espíritu insobornable, a lo largo de su carrera. Un cine sin excusitas, pero lleno de motivos recurrentes, de sutilezas, de una súbita y extraña perfección. Un cine cuya única renuncia es la del lugar común. Un cine matón de la excusita y amante de la inventiva.
No sé yo si es un cine posible.
Ver 12 comentarios