El 16 de mayo de 1929, en el hotel Hollywood Roosevelt, las caras más conocidas del cine de la época se juntaron para una ceremonia de entrega de premios que entregó el mismísimo Douglas Fairbanks. Duró 15 minutos, los premios se fueron entregando después de una copiosa cena y la gente de la calle podía acudir a verla pagando cinco dólares de nada (con la inflación, unos 90 de hoy en día).
Por no haber, no había ni tensión entre los nominados: los premiados lo supieron tres meses antes de la gala. Ha pasado casi un siglo y, por suerte o por desgracia, en los Óscar ha cambiado prácticamente todo, pero al menos seguimos teniendo una cosa en común con aquellos primeros galardones: la estatuílla.
Drive my (Os)car
Lo de que se supiese antes de tiempo no fue algo que se cambió de repente. Durante once años, los premiados se filtraban a la prensa sin ningún tipo de problema, para que pudieran aparecer en la portada de los periódicos al día siguiente. Sin embargo, en 1940, Los Angeles Times decidió romper el embargo, anunció los premiados antes de la gala, de tal manera que todos los nominados se compraron la edición nocturna del periódico y supieron los resultados antes siquiera de entrar a la ceremonia. Al final, esto obligó a la Academia a instaurar los sobres cerrados que tantas alegrías nos han dado a lo largo de los años (con el error de 'La La Land' como máximo exponente).
Y es que, ya en 1940, los Óscar eran pura expectación, y la estatuílla que se entregaba a los galardonados, un emblema en sí mismo que se volvería icono pop tras su primera retransmisión televisiva en 1953. Y su creación no tiene mucho misterio: en 1927, después de fundar la Academia de Cine y acordar celebrar unos premios anuales, Cedric Gibbons -entonces director de arte para Metro Goldwyn-Mayer, diseñó un caballero de pie con la espada entre sus piernas, sobre un rollo de película.
La fabricación fue a parar a las manos de George Stanley, mítico escultor de Los Angeles que también hizo la estatua de Isaac Newton en el Observatorio Griffith y la conocida como "musa de Hollywood". Cobró 500 dólares (9000 de hoy en día). Eso sí, cada año, el Óscar cambiaba de tamaño hasta que se homogeneizó en 1945.
Por cierto, durante la II Guerra Mundial, ni siquiera eran de oro: tenían un simple revestimiento que, después del conflicto, pudieron intercambiar por los de verdad. La estatuílla, por su parte, siguió igual hasta 2016, donde actualizó ligeramente su diseño con detalles del boceto original de Stanley que nunca se llegaron a añadir. Hasta aquí todo bien. Solo queda una pregunta a la que crees (y solo crees) que conoces la respuesta: ¿Quién demonios era Óscar?
El misterioso Óscar
No hay manera de saber por qué se le llamó "Óscar" al cien por cien, pero la teoría más conocida es la que aparentemente afirmaba Margaret Herrick, que fue presidenta de la academia en su momento y propuso llamarle igual que su tío. Es la más común (sin ir más lejos, la que me contaban mis padres cuando era pequeño), pero inexacta y sin nada que lo corrobore más allá de la leyenda urbana.
Sidney Skolsky, periodista de cine, sí creyó tener pruebas de que él fue el inventor cuando sentenció en 1970 que, en 1934, y cansado de escribir "estatuílla dorada", le puso el nombre en una columna parodiando la típica broma del vodevil "¿Tienes un cigarro, Óscar?". De hecho, afirma que él fue el primero que puso el nombre en la prensa (algo falso, por cierto), pero en dicha primera columna daba a entender que el término era utilizado ya por el común de la población. Vamos, un misterio.
Aún hay más personas que quieren acreditarse el nombre: Eleanore Lilleberg, secretaria de la Academia, aparentemente dijo que le puso el nombre en honor a un veterano del ejército noruego que conoció en Chicago llamado así. Solo hay una persona que salió de la carrera por el nombre: Bette Davis, que en 1936 se proclamó como "madre" del Óscar al proponer llamarle como su primer marido, Harmon Oscar Nelson. ¿El problema? Que, efectivamente, en 1933 -antes que Skolsky, por cierto- ya se llamaba así en la prensa. Davis acabó pidiendo disculpas a la Academia unos años después.
Dioses de Egipto
Finalmente, hay quien cree que "Oscar" es un acrónimo del dios egipcio "Sokar". Y, aunque no es muy plausible, tiene cierto sentido: al fin y al cabo, la figurita se parece sobremanera a las del dios Ptah, que puedes encontrar en cualquier museo egipcio. Ptah, por cierto, era el patrón de los arquitectos y los artesanos, y, durante años, se mezcló con Osiris y Sokar como una especie de "dios funerario". Así pues, puede que Óscar sea realmente una mezcla entre Ptah y Sokar. Hay otra historia sobre quién es realmente el modelo, eso sí, muy alejada de los dioses terrenales.
Se trata de Emilio Fernández, un actor y cineasta mexicano conocido como "El indio" y que por aquel entonces estaba tratando de hacerse un hueco en la industria (acabaría apareciendo en 'Grupo salvaje', 'El regreso de los siete magníficos' o 'Quiero la cabeza de Alfredo García'). Aparentemente, posó desnudo para Gibbons (algo que, debido a su machismo inherente, le costó aceptar) y así continúa su efigie hasta hoy.
La historia, por cierto, es culebronesca y digna de biopic: Fernández fue a Los Angeles tras escapar de una prisión mexicana, donde estaba encerrado por haber apoyado el levantamiento contra el gobierno de Álvaro Obregón. Ya en Estados Unidos conoció a Dolores del Río, una actriz mexicana con la que mantuvo un vínculo muy estrecho (que cada cual lo interprete como quiera) que, además, era la mujer de Gibbons y quien les presentó.
Hay quien dice que todo esto fue una invención del propio Fernández, al que le gustaba inventarse sus propias aventuras, como que enseñó a bailar el tango a Rodolfo Valentino, pero, como todo en esta historia, es mucho más interesante viviendo en el misterio.
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