Pasan los años y las ceremonias de entrega de los Oscar, y aún somos incapaces de olvidar uno de los momentos más controvertidos de la historia de la cita más importante de cada temporada de premios. Lejos de estar refiriéndome al infame guantazo de Will Smith a Chris Rock, el momento al que hago alusión es a la negativa de Marlon Brando a recoger el Oscar al mejor actor por su eterno trabajo en 'El padrino' de Francis Ford Coppola.
La reivindicación
Esta anécdota tuvo lugar en la 45ª entrega de los Premios de la Academia de Hollywood, que tuvo lugar en 1973. Roger Moore y Liv Ullmann se encontraban sobre el escenario para entregar el galardón al mejor intérprete del año para, tras anunciar los nominados y dar el nombre del vencedor, recibir en el escenario a Sacheen Littlefeather; una activista indígena que rechazó la estatuilla de manos de 007 antes de dar un potente discurso.
En él, la mujer Apache, en representación de Brando, explicó las razones por las que el intérprete decidió dar plantón a la organización, centradas en el tratamiento que la industria cinematográfica y televisiva daba a los indios americanos en sus producciones y reposiciones, y en actos recientes como la ocupación de Wounded Knee. Un alegato político inesperado que dejó al público estupefacto y al que la academia reaccionó de forma retroactiva medio siglo después.
Tuvieron que pasar 50 años para que la AMPAS publicase una disculpa formal ante el trato que recibió Littlefeather después de su participación en los Oscars del 73. Rezó lo siguiente.
“Una poderosa declaración que continúa recordándonos la necesidad del respeto y la importancia de la dignidad humana. El abuso que soportó debido a esta declaración fue desproporcionado e injustificado. La carga emocional que ha vivido y el costo de su propia carrera en nuestra industria son irreparables. Durante demasiado tiempo no se ha reconocido el coraje que demostraste. Por ello, ofrecemos nuestras más profundas disculpas y nuestra sincera admiración”.
La reacción
No obstante, fueron muchos quienes no decidieron tomarse tanto tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido esa noche. Sin ir más lejos, además de abucheos por parte del no tan respetable presente en la ceremonia, la activista denunció que John Wayne trató de agredirla para sacarla del escenario, lo cual lograron evitar varios guardias de seguridad.
Quien sí logró expresar su opinión en público poco después del discurso de Littlefeather fue Clint Eastwood, encargado de entregar el Oscar a la mejor película del año, que fue a parar a manos de 'El padrino'. El actor y realizador, antes de iniciar el proceso de lectura de los nominados y anuncio del ganador, no dudó en soltar un chascarrillo acompañado de una de sus míticas sonrisas ladeadas que el público recibió con aplausos y por el que, más tarde, se le acusaría de racista:
"No sé si debería presentar este premio en nombre de todos los cowboys a los que se filmó en los westerns de John Ford a lo largo de los años".
Dejando a un lado comentarios desafortunados y respuestas tardías a las que la propia Littlefeather respondió con no poco sentido del humor —"Los indios somos personas muy pacientes, ¡solo han pasado 50 años!"—, lo que merece verdaderamente la pena de esta imperecedera polémica es el el modo en que señaló el camino de las entregas de premios actuales, en las que las reivindicaciones sociopolíticas están a la orden del día.
Sin Brando, Littlefeather y el cabreo de Wayne, Eastwood y compañía no habríamos vivido algunos de los momentos más emocionantes dentro y fuera del show business estadounidense y sus comentarios sobre el #MeToo, el cambio climático o, más recientemente, el genocidio israelí en Gaza —tremendo Jonathan Glazer—. De hecho, nuestros Goya también se ven reflejados en aquél lejano 1973. Y es que el arte, en el fondo, es política.
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