La mítica creación de EC Segar cumple noventa años y en este casi siglo de vida ha pasado por múltiples encarnaciones. Desde su nacimiento como secundario en la serie de tiras de prensa de 'Thimble Theatre', obra de E.C. Segar, a tomar el protagonismo de sus aventuras y multiplicar su presencia en el papel. Todo ello pasando, cómo no, por decenas de adaptaciones audiovisuales, desde el loquísimo musical protagonizado por Robin Williams a múltiples versiones animadas, muchas de ellas consideradas hoy clásicos.
Pese a sus múltiples cambios de formato, en estos 90 años Popeye ha vivido pocos cambios radicales, y en todas sus encarnaciones se han respetado una serie de constantes temáticas y visuales: su inconfundible físico repulsivo (tuerto, con una musculatura deforme); su dinámica argumental de rescate de una damisela en apuros; las espinacas como grial de la superfuerza bruta; y una ralea de secundarios que van de los tropos del cine de aventuras al costumbrismo bufo (empezando, cómo no, por Olivia y Bluto, pero también pasando por compañeros de peripecias como Pilón o Eugenio el Jeep, u otras némesis como la Bruja del Mar, entre otros muchos).
Juntos conforman el nutrido universo de uno de los iconos indiscutibles de la cultura pop del siglo XX. Repasamos la historia de las adaptaciones de esta criatura nacida casi a la vez que los cómics como medio y que se fue adaptando a todo tipo de formatos audiovisuales, del cine a la televisión.
'Popeye the Sailor Man' de los Hermanos Fleischer
Cuando Popeye nació en 1929 como un secundario de 'Thimble Theatre', la serie llevaba diez años en marcha. Eran tiras de prensa de aventuras, sátira y humor extravagante protagonizadas por Olive Oyl, su prometido y su hermano, con ocasionales apariciones de los padres de la chica. Popeye nació como un secundario propietario de un bote que alquilaban los protagonistas, pero pronto se convirtió en centro de atención debido a su actitud bronca, su ingenuidad poco ilustrada y su delirante inglés deformado, casi un dialecto propio. El personaje desapareció pero la presión de los lectores llevó a Segar a recuperarlo y darle más y más protagonismo.
En estas primeras aventuras de Popeye aún no estaban configuradas las constantes que le darían fama: Olivia aún no era una damisela en constante peligro -más bien al contrario-, Bluto era otro secundario más y las espinacas no salían más que como anécdota. Sin embargo, 'Thimble Theatre' (que no adoptaría el nombre del marinero hasta los años setenta) se convirtió en una de las cabeceras más famosas de la compañía de sindicación de historietas King Features, llegando a publicarse en 500 periódicos, y generando el primer fenómeno de merchandising salido de un cómic: en los años treinta, la cara de Popeye aparecía en más de quinientos productos comerciales.
A diferencia de muchos otros autores que no llegaron a ver cómo sus personajes se transformaban en mitos de la cultura pop, Segar sí vio convertido a Popeye en un buen generador de beneficios, aunque lejos del mito de la cultura popular en el que se convertiría décadas después. Pero algo pudo llegar a sospechar, porque Segar falleció en 1938, y para entonces, desde 1933, los hermanos Fleischer ya lo habían convertido en protagonista de una famosa serie de cortos de animación: más de un centenar, destinados a salas de cine, que se produjeron hasta 1942 y que se consideran la encarnación animada más perfecta del personaje.
Producidos para Paramount Pictures, su popularidad implantó en la memoria colectiva todo lo que asociamos con el personaje: Bluto, las espinacas, la estructura repetitiva con peleas, fracaso inicial y victoria final... Los primeros y mejores, por otra parte, se distancian de los ambientes costeros, y están ambientados en una maravillosa Nueva York animada, dando fe del origen del estudio de los Fleischer (también creadores de Betty Boop y de los míticos primeros cortos animados de Superman; unos animadores que se supieron distanciar de las producciones de su competidor Walt Disney gracias a un humor más adulto y negro, y por las influencias que inyectaban a sus producciones, procedentes de corrientes artísticas como el surrealismo o el expresionismo europeo).
También es responsabilidad de estos cortos la creación de personajes como Pilón, Cocoliso, Eugenio el Jeep, así como la famosa sintonía de 'Popeye el marino' y, cómo no, la identificación de Popeye con la inconfundible voz de Jack Mercer, que lo interpretó en múltiples encarnaciones hasta 1984. Mercer fue en realidad el sustituto del primer doblador, William Costello, y fue quien le dio toda su personalidad, con esos aires vulgares y ese constante murmurar por lo bajo. De los 108 cortos, 105 fueron en blanco y negro: los tres restantes fueron en color, de doble duración y extraordinaria calidad, adaptando Ali Babá, Aladdin y, en el mejor de todos, Sinbad el Marino.
Aún hoy, sigue siendo pasmosa la plasticidad y movimientos orgánicos de estos cortos, que al igual que los de pioneros como Ub Iwerks, parecen respirar al ritmo de la música, en un febril movimiento continuo que transmiten una vida de la que carecen los dibujos actuales, incluso los animados con técnicas tradicionales. Sensuales y violentísimos, estos cortos de Popeye (sobre todo los previos al código Hays) son festivales de exceso, violencia, erotismo humorístico y caricatura que pronto se verían aplacados e infantilizados.
Otros cortos animados de Popeye
Para los años sesenta, Popeye estaba completamente establecido como mito absoluto de la cultura pop, generando modas tan peregrinas como la fiebre por "el baile de Popeye" en los años cincuenta. Y en los cómics, a principios de los sesenta, tomó las riendas de las tiras de prensa Bud Sagendorf, el mejor artista del personaje tras Segar, que se mantendría con él hasta los ochenta. Sagendorf conservó personajes y el estilo extravagante del 'Thimble Theatre' original, pero le dio una estética más amable (prácticamente la que hoy identificamos con el Popeye ilustrado, de lineas limpias y redondeadas), aventuras más cotidianas y un ritmo mas apacible.
El imperio popeyil daría otro salto de gigante con la llegada del personaje a la televisión. En 1960 la propia King Feature Syndicate, propietaria de los derechos y viendo que los cortos de los Fleischer (que no les rendían beneficios económicos) estaban obteniendo una gran aceptación en su paseo catódico, produjo la famosísima serie 'Popeye the Sailor', que generaría mas de doscientos episodios en dos años. Fue en ellos en los que Bluto pasó a llamarse Brutus por conflicto de derechos -y adquirió un físico mas rechoncho y fornido-, y muchos de sus argumentos se inspiraron en tiras de prensa previas, apareciendo por primera vez personajes como el rey Blozo y la Bruja del Mar.
El resultado es divertido (demonios, es Popeye: no puede dejar de ser divertido ni queriendo), pero palidece técnicamente, y también en términos de frescura y locura, comparado con los cortos de los Fleischer. La rudimentaria y limitadísima animación y el más bien feo diseño de los personajes le hace un flaco favor al mítico personaje, algo que se solventaría en parte con la serie de Hanna-Barbera de 1978 'The All New Popeye Hour', de 64 episodios.
En ellos la animación y la violencia siguen muy discretas, pero al menos se intenta volver a cierto aire enloquecido de las tiras de prensa originales, con menos fantasía y un regreso ocasional a la ambientación urbana. La Bruja del Mar se convierte en un villano casi tan recurrente como Bluto (que recupera su nombre) y, al menos, la animación tiene una saludable elasticidad que recuerda a los gloriosos cortos para cine en blanco y negro.
A partir de aquí, poco (poco bueno, al menos), se puede decir del Popeye televisivo. Hanna-Barbera produjo en 1987 la atroz 'Popeye e hijo', perdiendo por el camino todas las señas visuales (estéticamente es horrible) y filosóficas (es decir: arreglarlo todo a trompazos) de Popeye. La serie está dentro de la tendencia de los ochenta de hacer series con versiones infantiles (de 'Los pequeños Picapiedra' a 'Los pequeñecos') de franquicias consagradas, y el resultado no puede ser más repulsivo. Solo duró 13 episodios.
Aunque la cosa podía empeorar, y empeoró, con el monumental mojón 'El viaje de Popeye', una película CGI estrenada en 2004 que conmemoraba el 75 aniversario del personaje de la peor forma posible. Con una animación atroz, se le vislumbran buenas intenciones (el tono aventurero que recuerda a los mediometrajes clásicos que adaptaban cuentos de aventuras, el esforzado trabajo de Billy West -voz de Fry en 'Futurama- dando vida a Popeye, el escalofriante diseño de la Bruja del Mar...), pero el resultado es un auténtico atentado al espíritu y la estética del personaje.
'Popeye' de Robert Altman (1980): la adaptación de imagen real
Envuelta en un aire de incomprensión y catalogada como uno de los mayores fracasos financieros de la época (la crítica la masacró y aunque en taquilla no fue un descalabro total, se esperaba más de ella) la adaptación producida por Paramount y Walt Disney y dirigida por Robert Altman es una singularísima versión musical de las aventuras del marino. Se beneficia, para empezar, por dos extremadamente adecuados Robin Williams y Shelley Duvall, ambos perfectos (y clavados en lo físico) para dar vida a Popeye y Olivia. Pero esta curiosa y extraña producción esconde mucho más.
Se dice que el origen de Popeye está en la guerra entre Paramount y Columbia por conseguir los derechos del musical 'Annie', basado en las legendarias tiras de prensa. El productor Robert Evans acudió a los perdedores en la puja, Paramount, y les propuso adaptar otra popular tira, 'Popeye', que casualmente era propiedad en parte de la compañía -para su explotación en cines- gracias a los cortos de los Fleischer.
El guión corrió a cargo de Jules Feiffer, un dibujante de comics cuya obra no es muy conocida fuera de Estados Unidos, pero que en su país es todo un mito de la historieta satírica, habiendo ganado por ello un Pulitzer en 1986. Su mítico corto de animación Munro se llevó un Oscar en 1961 y ha publicado en las cabeceras más importantes del país. Como guionista de cine, destaca su trabajo en 'Conocimiento carnal', de Mike Nichols, en 1971.
Entre los primeros intérpretes a los que se propuso para los papeles protagonistas estaban Dustin Hoffman y Lily Tomlin, con John Schlesinger en la dirección. También se habló de la llorada Gilda Radner para hacer de Olivia, por entonces muy conocida por su participación en 'Saturday Night Live', pero prefirió descartar la idea cuando el plan de rodaje incluía pasar meses aislada en compañía de Evans y Altman, famosos por introducirse por la nariz todo lo que podían. Y ella ya tenía en el trabajo suficientes tentaciones de ese tipo.
El resultado, sin embargo, es gloria excéntrica, que por otra parte es lo más adecuado para plasmar a Popeye en la pantalla. Como ya han observado algunos críticos, Altman no afronta Popeye como un encargo, sino como una película propia, y el retrato que hace del pueblo costero de Sweethaven, al que llega Popeye buscando a su padre, tiene mucho que ver con películas previas del director, especialmente la sensacional 'Los vividores'. El enfrentamiento de Popeye con un microcosmos machacado por la burocracia, la incomprensión y el infortunio entronca con los miniuniversos que perfectamente construye Altman para martirizar a los protagonistas de 'Un largo adiós' o 'MAS*H'.
Pero 'Popeye' tiene una dosis de excentricidad extra en los detalles. Por ejemplo todos los personajes secundarios que habitan Sweethaven (una atracción turística en Malta aún abierta, por cierto) son acróbatas, payasos y malabaristas del Big Pickle Circus, con lo que siempre está pasando algo demencial en segundo plano: alguien que se cae, alguien que pone caras, alguien que se pelea con un objeto. A eso hay que sumarle una banda sonora rarísima, casi de anti-musical, de Harry Nilsson, un extraño cantautor folk que, como señalaron algunos críticos, compuso todas las canciones (que tratan todas, además, sobre literalmente NADA) en escala menor, dándoles un aire melancólico.
Todo redondeado, claro, por insólitas encarnaciones, llenas de matices, de Williams (entregado a un tronchante murmurar por lo bajo, a veces de forma ininteligible, que recuerda a los cortos de los Fleischer) y Duvall (recién salida del traumático rodaje de 'El resplandor', lo que le da una perturbadora capa dramática extra a su personaje). Entre todos llevaron a cabo la asombrosa hazaña de que esta película Disney fuera fiel al elemento no-del-todo-infantil del 'Thimble Theatre' original, con personajes adultos sumidos en dramas grotescos y satiricos pero nada infantiles, en una película que rebosa situaciones y gags poco orientados a los niños (uno de los escenarios es un burdel, y cuando Popeye entra en él murmura, en su inconfundible inglés atropellado, "you’ll gets a venerable disease"). Una auténtica rareza... como no podía ser de otra manera.
La película no producida de Genndy Tartakovsky
En 2010 Sony anunció que estaba desarrollando una película de animación en 3D de Popeye que, en principio, haría olvidar la horrenda mutación que fue 'El viaje de Popeye', y dos años después se anunció a Genndy Tartakovsky como director de la producción. Tartakovsky es un creador insólito pero extremadamente comercial, capaz de que congenien en una misma producción diseños vibrantes y originales y comercialidad a prueba de bombas: colaboró en el diseño de 'Las Supernenas' y desde ahí solo ha ido a más, dirigiendo títulos como 'El laboratorio de Dexter', 'Samurai Jack' y 'Star Wars: Las guerras clon'. Su producción menos interesante es la trilogía 'Hotel Transilvania', pero su demoledor éxito le abrió las puertas de esta adaptación.
Lo que tienen todas en común, aparte de una atención a la estética pura poco habitual en la animación mainstream, es una devoción entregada y muy inteligente al humor físico. Algo que le habría sentado de perlas a un personaje cuya gramática principal es la del porrazo. Las mejores expectativas se confirmaron con este vídeo, en el que Tartakovsky no solo confirmaba lo obvio (que estaba destinado a ser animador de Popeye: uno de sus mentores trabajó en los cortos del personaje de los Fleischer), sino que disparaba las posibilidades. Los diseños, los movimientos, el espíritu es puro Popeye: quizás más el Popeye para todos los públicos de las historias de Bud Sagendorf que la cruda sátira de Segar, pero la esencia estaba ahí.
Por desgracia, en marzo de 2015, solo seis meses después de mostrar ese metraje de prueba, Tartakovsky dejaba la producción, y confirmaba que se debía al peor posible de los motivos: la visión que él tenía de Popeye no era lo suficientemente moderna. El director manifestó, con toda la razon, que con un material tan básico y tan, a su manera, "pasado de moda", solo se puede modernizar Popeye hasta cierto punto, hasta que deja de ser Popeye. La película sigue en pie, ahora escrita por T.J. Fixman (guionista de casi todos los videojuegos de 'Ratchet & Clank'), pero sin fecha de estreno en firme.
Un posible resurgimiento del Popeye clásico está así en entredicho, después de que Sony haya manifestado su escaso compromiso con esa posibilidad. Es cierto que, vistas hoy, las producciones clásicas de Popeye tienen un aire antiguo posiblemente incompatible con un bombazo de taquilla y un resurgimiento de la marca. Pero son noventa años: noventa años de Olivia gritando, Brutus zumbando y Popeye mascullando palabrotas por lo bajini y solucionándolo todo a golpes. Su encanto sigue intacto, precisamente, por ser tan esencial. Y con remodelaciones para nuevos públicos o no, algo nos dice que ese encanto primitivo y brutal será el que le haga pervivir unos cuantos años más.
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