Primero fue Martin Scorsese tachándolas de "parques de atracciones" y afirmando de ellas que "no son cine"; más tarde, Francis Ford Coppola subió la apuesta —y el tono— utilizando el calificativo "despreciables" y, para rematar la jugada, Ken Loach se ha unido a la causa comparándolas con "hamburguesas" y "ejercicios mercantiles".
Así es como la vieja guardia de cineastas consagrados ha alineado su opinión para atacar con dureza a las películas de Marvel Studios, desatando reacciones de lo más variopintas que van desde la ira del fandom más ultra a la mesura y la coherencia de los responsables algunas producciones marca de la casa como James Gunn o Jon Favreau. Y ya que todo el mundo está expresando su parecer al respecto, no podía perder la oportunidad de aportar mis dos centavos al tema.
No hay más que echar un vistazo a algunas de mis reseñas o mantener una pequeña conversación conmigo para comprobar que soy un férreo defensor de buena parte de la filmografía que compone el Universo Cinematográfico de Marvel. Sin ir más lejos, reivindico la dupla compuesta por 'Infinity War' y 'Endgame' como un hito dentro del las superproducciones actuales que será recordado y transmitido a las generaciones venideras.
Pero, dicho esto, si dejamos a un lado el componente incendiario y profundizamos en las declaraciones de Scorsese y compañía, podemos encontrar en ellas una buena dosis de razón y coherencia. Porque, a pesar de su impacto cultural y su éxito indiscutible, las cintas Marvel han transformado radicalmente Hollywood y el blockbuster contemporáneo; haciéndole mostrar su peor cara a golpe de plantillas, fórmulas y una falta de riesgo general que está dejando la creatividad bajo mínimos en pos de la industrialización más salvaje.
"La misma película, una y otra vez"
Por más que entorne los ojos cada vez que se aproxima el estreno de un nuevo filme superheróico, pocas cosas me gustan más que uno de esos "parques de atracciones" de los que habla Martin Scorsese; dejar el cerebro y las preocupaciones a las puertas de la sala de cine e introducirme en un universo de héroes, superpoderes y gestas imposibles, hipervitaminado con efectos visuales a la última y un bombardeo constante de estímulos. Pero, como todo en esta vida, la capacidad de recepción tiene un límite.
Como decía mi abuela, lo poco agrada y lo mucho enfada; y en el caso de las producciones Marvel, la sensación de empacho no viene de la mano del lanzamiento periódico —y aparentemente interminable— de largometrajes, sino de las excesivas similitudes que, salvando honrosas excepciones, comparten todos y cada uno de ellos. Una tendencia al deja-vu resumida por Coppola en su frase "No sé si alguien obtiene algo de ver la misma película una y otra vez".
A juzgar por los multimillonarios resultados en taquilla de la franquicia, parece ser que el respetable sí obtiene algo de una repetición derivada del hallazgo de una fórmula de éxito. Una receta aparentemente infalible a partir de la cual se han precocinado la inmensa mayoría de éxitos, utilizando prácticamente los mismos ingredientes y los mismos tiempos de cocción para todos y cada uno de ellos.
Estos patrones obedecen al modo en que se presentan los conflictos principales —es prácticamente indispensable la aparición de un objeto de poder casi ilimitado en el primer acto—; al orden, el tempo y la escala creciente de las setpieces y escenas de acción con las que se adereza el plato; y al arco evolutivo de unos protagonistas que, dentro de sus diferencias, no dejan de regirse por los mismos parámetros.
Como aficionado a este tipo de productos —y la elección de este adjetivo no es, en absoluto, aleatoria—, no podría estar más satisfecho; exponerse a una pieza de La casa de las ideas es jugar sobre seguro y minimizar las probabilidades de salir decepcionado de una proyección. No obstante, como alguien que por formación —y por deformación profesional— tiende al sobreanálisis, empiezo a estar realmente saturado.
Llama la atención que sean los largos del Universo Cinematográfico de Marvel que más se desmarcan de este tratamiento formulario los que se encuentren en los puestos más altos de mi ranking particular; desde las mencionadas 'Infinity War' o 'Endgame' —sobre todo la primera de ellas, con un sorprendente tratamiento del punto de vista—, hasta unas 'Iron Man 3' o 'Thor: Ragnarok' que, curiosamente —y siempre generalizando—, son de las más aborrecidas por el público general. Y es que, salirse de la norma preestablecida, no siempre está bien visto.
Un punto de referencia para la deriva de la industria
A estas alturas de la película nadie se sorprenderá si sentencio que Disney se está convirtiendo en una experta en el arte de la prefabricación cinematográfica; algo que trasciende al panorama de los superhéroes y que queda demostrado en cuanto centramos nuestra atención sobre unos remakes live-action que también parecen horneados tras pasar por el incansable filo del mismo —y ya deteriorado— molde para galletas.
Pero el peor impacto de este modelo de producción que parece extraído de las cadenas de montaje propias del fordismo, frío y carente de alma, es que ha traspasado los muros de la compañía del ratón Mickey para implantarse en el corazón de la industria hollywoodiense; intoxicando a un resto de majors más preocupadas por intentar replicar el método Disney que por ofrecernos algo jugoso, original y fresco que llevarnos a la boca.
Es desolador comprobar cómo universos compartidos y franquicias sin sentido proliferan como hongos, y cómo estructuras narrativas y propuestas tonales persiguen el éxito en taquilla con el único reclamo de brindar copias de una copia. Y para muestra, ahí están casos como la última entrega de la saga 'Fast & Furious' o los desesperados intentos de la competencia por descifrar el "genoma Marvel" en cintas como 'Liga de la justicia' o 'Aquaman'.
Por suerte, entre los escombros de un panorama desolador, pueden rescatarse anomalías que enaltecer. Trabajos recientes que contestan a las generalizaciones inadecuadas sobre el subgénero de los superhéroes y las adaptaciones de cómics pijameros como las propuestas de M. Night Syamalan en 'Múltiple' y 'Glass', o una 'Joker' que demuestra que el único modo de hacer frente al máximo rival es desmarcarse plenamente de los caminos marcados por él.
Pero, excepciones aparte, dentro de todo este daño irreparable generado por el ambicioso proyecto iniciado por Marvel en 2008 con la sorprendente 'Iron Man', debemos preguntarnos por qué ha creado escuela hasta el punto de haber modificado la convulsa realidad y el modo de trabajar de la Meca del cine.
Al César lo que es del César
Podremos decir todo lo que queramos de ellas, podremos tildarlas de "fast food", quejarnos de su histriónica obsesión por el humor blanco y descafeinado metido por calzador y rabiar por cómo está convirtiendo los blockbusters en obras sin espíritu ni pretensión alguna más allá de atraer a las masas —y a sus carteras—; pero lo que es innegable es que lo conseguido por Marvel Studios durante la última década es un hito al que aplaudir de la más sonora de las maneras.
Su ambiciosa obra de ingeniería narrativa, articulando un único arco narrativo a lo largo de más de una veintena de largometrajes y haciendo coincidir a un nutrido surtido de personajes en grandes eventos, tal y como dictan los cánones del noveno arte, es un logro que muchos creíamos impensable después de deglutir desencantados fiascos como 'X-Men: La decisión final', 'Daredevil' o 'Los cuatro fantásticos'.
En Marvel han conseguido tocar las teclas oportunas para dar forma a un tono, un estilo y una mitología capaces de movilizar en apenas diez años un fandom tan enfervorecido como el de franquicias tan longevas como 'Star Wars' o 'Star Trek'; convirtiéndose en el faro a seguir para muchos titanes de la industria contemporánea. Y esto es algo ante lo que no se puede reaccionar con palabras vacías y desprecios infundados.
Este es uno de esos casos en los que en el punto medio se encuentra la virtud, y no seré yo quien quite la razón a leyendas como las que figuran en las primeras líneas de este texto. Dicho esto, a pesar de ser alguien que aprecia cada vez más las producciones independientes en las que valentía y riesgo se interponen a otros aspectos, se me hace imposible no doblar la rodilla ante una maquinaria como la marvelita. Y es que, aunque a muchos les cueste reconocerlo, a nadie le amarga un dulce.
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