Amo el cine pero también amo ir al cine. Aporta algo especial al descubrimiento de una película que no se puede replicar en casa. Quizá es algo que adquieres de niño. Y puede que la nostalgia nuble mis recuerdos, pero creo que desde hace tiempo ir al cine ya no es lo que era. Siento que ha perdido parte de su encanto, quizá obligado por la búsqueda de mayores beneficios.
Dice Ridley Scott que la calidad de las series está siendo un problema para el negocio del cine. Y luego está la comodidad de Netflix, HBO, Movistar... En un momento delicado para las salas de cine, necesitadas de público, considero importante que se preocupen por cuidar la experiencia del espectador. Dentro y fuera de la sala, desde la limpieza a la calidad del visionado. Mi última decepción con mi cine habitual es aguantar 15 minutos de anuncios antes de la película.
Me pasó cuando fui a ver 'Han Solo: Una historia de Star Wars'. La sesión debía empezar a las 19:15, sin embargo, la película no arrancó hasta las 19:30 tras la proyección de 4 trailers y 9 cortes publicitarios no relacionados con el cine. Un refresco, un supermercado, una fundación, una constructora, dos compañías de telefonía móvil y tres marcas de coches.
Los trailers están asociados al medio, es normal que se presenten futuros estrenos que pueden interesar al público, pero todo lo demás, cuando hay más de dos o tres spots de otros productos, llega a molestar; me recuerda a ver la tele en casa. Será cosa mía pero tras tanta publicidad me encuentro en un estado de ánimo diferente a cuando me senté en la butaca. No me parece el lugar para vender coches o líneas telefónicas...
Quizá suene razonable cargar un poco de publicidad tratándose de una superproducción que acaba de estrenarse, pero fui a ver 'Borg/McEnroe', éramos cuatro gatos, y pusieron 12 minutos de publicidad. 3 adelantos de películas y 7 anuncios no relacionados con el séptimo arte, 6 de los cuales se repitieron en la proyección de 'Han Solo'; el que no coincidió intentaba vender un crucero.
Queridos cines: cuidad la puntualidad y la experiencia a cambio de tantos anuncios
Por supuesto, como en todo negocio, se entiende que los propietarios de las salas de cines busquen la mayor rentabilidad. Supongo que, además de las entradas, vender refrescos aguados como si fuera cerveza de abadía y palomitas de maíz a precio de jamón de bellota, no es suficiente. Hace faltan los anuncios para mantenerlo, de acuerdo. Pero entonces, a cambio, debería cuidarse más la experiencia del público.
Por ejemplo, algo básico: puntualidad. Si en la entrada pone que la película empieza a las 19:15, que se cumpla, antes pueden poner todos los anuncios que quieran. Más de 5 minutos de retraso empieza a ser molesto. Una alternativa puede ser aclarar cuántos anuncios hay o un tiempo estimado, así puedes dedicar esos 10-15 minutos a lo que te dé la gana: tomar un café, ir al baño o simplemente no ponerte nervioso porque se ha formado una larga cola para comprar chucherías debido a un par de grupos de niños y va a empezar la película...
La transparencia me parece clave, no obstante, si es necesario embaucar al espectador para que se trague los spots publicitarios, opino que deberían compensar por otro lado. Ofrecer la mejor experiencia audiovisual posible, no una pantalla con manchas o un sonido deficiente. Alguien atento que pueda dar un toque a espectadores molestos sería de agradecer. Butacas cómodas que no hagan ruido al moverte y salas limpias, no con el suelo pegajoso y restos de palomitas en el asiento (y dulces, que pringan más).
Entiendo que pedir una oferta variada de alimentación en la tienda puede ser quizá demasiado, pero ahí lo dejo como sugerencia. Y hay un cine en Sevilla (Avenida) que además de ofrecer siempre cine en versión original subtitulada tiene a disposición de los clientes unas hojillas sobre las películas que proyectan, con entrevistas y fichas técnicas; es un detalle muy simple pero se agradece y no creo que salga caro.
Dicen que Netflix está matando el cine. Pero a mí lo que me quita la ilusión y las ganas de pasar por taquilla es el descuido de las salas, los 15 minutos de anuncios, la gente maleducada que enciende sus brillantes teléfonos móviles o la escasez de alternativas para quienes queremos ver algo más que los títulos comerciales doblados al castellano. Si algún día se pone en marcha la idea de ofrecer todos los estrenos de cine directamente en casa, me compraré un proyector, una máquina de palomitas y adiós muy buenas.
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