'True Detective' ha sido uno de las grandes series del verano, aunque seguro que sus responsables hubiesen preferido que fuera por algo positivo en lugar de por la sorprendente práctica del hate-watching por parte de muchos espectadores que no dudaban en señalar todos los problemas que ellos veían en una segunda temporada que consideraban a años luz de la protagonizada por Woody Harrelson y Matthew McConaughey el año pasado.
Mi compañera Marina ya realizó una interesante reflexión sobre si merecía le odio que estaba cosechando, algo que también se dejó notar con una progresiva pérdida de audiencia. Por mi parte, no voy a negar que la segunda temporada de 'True Detective' tiene problemas que no había en la primera, pero también creo que algunos han sido heredados y me la sensación que la necesidad de aprovechar el tirón de la serie ha hecho que dieran luz verde a un guión que aún necesitaba muchos retoques. Pese a ello, no veo por ningún lado ese presunto desastre.
'True Detective', una cuestión de dispersión
Guste más o menos, es evidente que la relación entre los dos detectives era el gran eje de la primera temporada, marcando de forma inexorable una investigación con elementos góticos que se dilataba todo lo que fuera necesario para centrarse en ellos y en cómo iban cambiando tanto sus propias vidas como sus relaciones con los demás. Nic Pizzolatto demostraba ahí una gran claridad de ideas por mucho que fuera cierto que a veces se le iba la mano con la filosofía barata y que la serie en ocasiones parecía prestar más atención a su impecable acabado técnico que a cualquier otra cosa.
Saltamos ya a la segunda temporada y lo primero que notamos es que la ambientación es radicalmente diferente, marcada en esta ocasión por los bajos fondos y la decadencia moral propia de una novela negra. Comprendo que esto se vea como caer en lo convencional, pero he de reconocer que no me hubiera gustado una temporada en la que volviesen a hacer más o menos lo mismo. Donde sí tengo problemas es en el hecho de que contar con un reparto más coral se ha traducido una dispersión narrativa que ha hecho bastante mal a la serie durante varios tramos de la segunda temporada.
Esto fue especialmente palpable durante los primeros episodios, donde los cuatro protagonistas estaban más desconectados entre sí, y luego tampoco se nos ofrecía un desarrollo de ellos en sí mismos tan apasionante que lo compensara. Además, Pizzolatto lo enreda todo más de la cuenta con un caso en el fondo mucho más sencillo de lo que él nos plantea, ya que su tendencia a enrevesarlo todo seguro que agotó a muchos espectadores que decidieron desconectar antes de que las cosas empezaran a encauzarse tras el flashforward del quinto episodio.
El perdón de los pecados
Otra diferencia notable respecto a la primera temporada es que la segunda tiene un enfoque mucho más realista -el aire pesimista y decadente se mantiene, eso sí-, lo cual debería haber dado pie a que Pizzolatto abordase el guión de otra forma. La cuestión es que aquí esa tendencia a lo artificioso de los diálogos nunca va a funcionar demasiado bien y eso saca a relucir el hecho de que a los guiones les falta algo de trabajo para perfilarlos mejor.
De hecho, esos diálogos aún podrían tener su razón de ser si realmente el caso fuera lo que verdaderamente interesa a Pizzolatto, pero según avanzaban los episodios iba quedando claro que lo que realmente quería era ahondar en la paternidad y los problemas que pueden derivar de la misma. Esto resulta especialmente evidente en el caso de Velcoro y su hijo, pero también afecta a Woodrugh con la problemática relación con su madre y el hijo que viene de camino, a Frank y las charlas con su esposa sobre el hecho de tener un hijo propio o a Bezzerides con la un tanto distante relación con su padre.
Llama por eso la atención que todos los personajes masculinos protagonistas acaben muriendo, mientras que tanto Bezzerides y Jordan acaban escapando de la inevitable tragedia -algo que la primera temporada "nos robó"-. Es obvio que esto es el resultado del instinto protector de Velcoro y Frank, quizá consecuencia de su fallo como padres -algo figurado en el caso del segundo-. Lo que sí es seguro es que la muerte es la única forma posible para expiar sus pecados y la propia serie nos viene a confirmar el perdón de los mismos con la salvación de Bezzerides y Jordan, pero también subrayándolo de forma aún más evidente con la confirmación de que Ray es el padre de Chad.
Luces y sombras de la segunda temporada
Una de las quejas más recurrentes hacia esta segunda temporada ha sido que los episodios eran muy aburridos. Voy a dejar de lado el hecho de que eso podría decirse también perfectamente de los de la primera a poco que uno no se dejase llevar por completo por sus propuestas -y aún así había algunos momentos que tela- para confesaros que a mí me ha resultado mucho más llevadera y entretenida de ver. La primera prueba de ello es haber visto los ocho episodios en unos cuatro días y sin llegar a sentir pereza, algo que sí me pasó con la primera.
Obviamente, esta es una impresión especialmente subjetiva, pero su apuesta por una historia más realista ha ayudado a que sobrellevara mejor esa obsesión de Pizzolatto por lo trascendental. Además, el hecho de complicar más de la cuenta la trama en este tipo de historias no es algo que deba pillar por sorpresa a nadie. Sí que en este caso puede resultar frustrante la presencia de cabos sueltos o de tramas que parecían que iban a dar mucho más de sí, pero la cosa se normaliza una vez has entrado en la dinámica, exactamente lo mismo que con la primera, donde también me costó un poco entrar.
Me hubiera gustado que la puesta en escena se permitiese alguna floritura más, ya que aquí lo que impera es un trabajo consistente en el que resulta muy complicado saber si un episodio ha sido dirigido por tal o cual persona, pero eso no impide que nos haya dejado alguna gran escena como aquella en la que el personaje de Rachel McAdams avanza drogada por el interior de una casa donde hay en marcha una orgía. A cambio, ha habido otros momentos bastante desaprovechados como el tiroteo con el que concluía el cuarta episodio.
También el nuevo reparto ha tenido un bagaje desigual, pues tanto Farrell como McAdams han funcionado bien de forma aislada -con sus peros, sobre todo en el caso de Farrell- y aún mejor cuando compartían plano, mientras que Taylor Kitsch nunca ha llegado a transmitir gran cosa -ni siquiera en la potente escena en la que discutía con su madre por una cuestión monetaria- y Vince Vaughn sólo me ha funcionado realmente en sus cara a cara con Farrell, en especial en esa escena en la que el segundo está a punto de acabar con él tras descubrir que había matado a la persona equivocada por su culpa.
La cuestión es que no sé hasta qué punto lo de Vaughn es responsabilidad suya o de las limitaciones del guión de Pizzolatto, pues no pude dejar de ver en Frank a un personaje similar al fascinante Wilson Fisk de 'Daredevil' -hasta tiene una mujer a su lado que lo quiere por ser como es y no por su poder o dinero-, con la diferencia de que allí se estaba creando el monstruo y aquí lo que interesaba era la regeneración de lo que un día fue y ahora muchos ya creían que había dejado de ser. Hay pequeños detalles interesantes al respecto sueltos aquí y allá, pero la cosa nunca termina de despegar.
En definitiva, la segunda temporada de 'True Detective' ha sido fallida pero interesante y es cierto que ha estado algo por debajo de la primera, pero ni mucho menos tanto como se ha dado a entender, ya que la tendencia a los extremos ha hecho que una se haya encumbrado demasiado y que se haya aprovechado la oportunidad para derribar más de la cuenta a la otra.
En ¡Vaya Tele! | ¿Merece la segunda temporada de 'True Detective' las malas críticas que está recibiendo?
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