Todos los grandes directores tienen un arco de trabajo óptimo y una fase en la que sus películas son recibidas con interés por el nombre que se han labrado, independientemente de la relevancia que tengan. ‘Tiempo’ de M. Night Shyamalan es de esas películas tempranamente crepusculares que muestran a un maestro trabajando en una suma de condiciones que no son la que acostumbraba, logrando unos resultados alejados de sus mejores días, pero nada desdeñables.
Carreras como las de John Carpenter son ahora analizadas como un conjunto de éxitos, pero tras fallar con su mejor película en taquilla hizo que incluso en los 80 trabajara con presupuestos mucho más ajustados. Tras su trío de desastres de ‘El incidente’, ‘Airbender, el último guerrero’ y ‘After Earth’ a Shyamalan le salvó Blumhouse y su capacidad para trabajar ideas con poco presupuesto, por lo que esta ‘Old’ es parte de un contrato de thrillers pírricos (18 millones) ganado tras su nueva resurrección de trabajos sin demasiado riesgo para los estudios.
Un adaptación de cómic con insolación
Un espacio cómodo para el director, que encuentra relativa libertad para seguir perpetuando su estilo sin la necesidad de buscar subirse a olas de género actuales que no le acaban de pegar ni las necesita. ‘Tiempo’ adapta una novela gráfica que Shyamalan decide reinterpretar a su manera, reescribiendo las partes más enigmáticas para llevar la historia a su terreno de una ciencia ficción de explicaciones ambivalentes, en el que la ciencia es casi un elemento sobrenatural en el que sirve apoyarse para explicar los desarrollos más conflictivos de lo improbable.
Un movimiento que no se debe tanto a falta del elegancia como una obsesión autoral que bascula alrededor de la idea de lo sobrenatural según la serie ‘The Twilight Zone’, que llegaba a lo metafísico por medio de una ciencia casi alquímica que en muchos casos sigue una lógica propia que más que ciencia es fantasía-ficción creada para escépticos, pero que resulta hoy más ingenua y entrañable a la luz de las nuevas barreras que se han ido poniendo a esa magia atribuida a sustancias minerales, agujeros negros y otras lógicas del “por qué no”.
De hecho, hubo una serie de televisión que trató de estirar los límites de la ciencia para lograr desempaquetar todos los subgéneros de terror y fantástico posibles con una lógica interna muy de los 90. ‘Expediente-X’ trataba de presentar lo imposible como ciertamente posible, a modo de un antídoto contra las series y películas de terror que presentaban sus elementos sobrenaturales sin plantearse si eso necesitaba una base más o menos comprobable empíricamente.
En busca de la magia-ficción plausible
Hoy los episodios más serios de la serie de Chris Carter son los más entrañables por su esfuerzo en hacer plausible lo imposible y ese estilo es con el que Shyamalan ha jugado en toda su filmografía, siendo el caso de ‘Tiempo’ el más evidente, ya que, más allá de la inspiración en ‘Castillo de arena’, todo el episodio parece una reinvención familiar del episodio ‘Dod Kalm’ de ‘Expediente X’. Fiel a sí mismo, el creador de ‘El incidente’ maneja el tono con soltura, sin permitirse demasiados devaneos autoindulgentes y ciñiéndose a los cuatro elementos sobre el que construye su narración.
Tres familias, una playa en la que se envejece y un misterio mayor. ¿Por qué están allí? Durante la mayor parte del tiempo esos factores se equilibran en un relato autocontenido al estilo de ‘La balsa’ de Stephen King. En ocasiones la particularidad de los efectos del envejecimiento crean una sensación de desorientación en el que cobra protagonismo el espacio en el que discurre la tragedia. En sus mejores momentos, ‘Tiempo’ se acerca a ser una pesadilla existencialista dentro de un lugar extraño al estilo de ’Picnic en Hanging Rock’ o un relato febril de Junji Ito.
Hay un desarrollo de maestro en la disposición de los elementos. Movimientos de cámara de un lugar a otro que emulan la experiencia a distancia de no saber qué pasa a unos pocos metros que todos hemos vivido. Sin embargo, la película de arte y ensayo que lucha por salir adelante se ve frenada por dos factores. El primero es la propuesta de estar viendo todo desde los ojos de un tercero, un rapero en la playa que parece ser nuestros ojos de un lugar a otro de la playa. Ahí el recurso de barridos horizontales (su mirada, la nuestra), acaba resultando repetitivo.
Un guion de primer borrador
Shyamalan abusa de los paneos porque el texto está lleno de sorpresas y revelaciones, asociadas a los efectos que vamos viendo, logrando que el conjunto sea un entretenido carrusel de ideas con bastante humor socarrón –ese embarazo express– e imágenes de impacto, pero que sea más propio de barraca de feria que de una obra de mayores aspiraciones. El segundo factor es su guion lleno de elucubraciones y explicaciones previas que rompen la ilusión etérea de una pesadilla surrealista de Hiroshi Teshigahara.
La necesidad de giro no es algo que nos deba sorprender hoy en el cine de Shyamalan, pero en esta ocasión, aunque es satisfactorio, da sensación de necesidad de última hora, de no atreverse a redondear su película con misterios. Además, tiene algunos puntos en común con su última obra reciente que empiezan a parecer una obsesión recurrente, aunque lo más grave es que parece que no puede resistirse a ir dando pistas en boca de sus personajes, con algunas frases literales en su boca que parecen mostrar el final antes de tiempo en unas especulaciones gratuitas que no se sostienen en el momento que se manifiestan.
Este vicio de verbalizar demasiado en ‘Tiempo’ viene acompañado por algunos ticks de humor incomprensible marca de la casa, desde el rapero que afirma que su nombre es ‘Mid-Sized Sedan’ o habla de los estilos de nado de su ligue como si eso tuviera relevancia en momentos en los que estamos a otra cosa, a los pequeños dejes misóginos ya recurrentes en su cine en la forma sin ningún tipo de elegancia en la que trata de ridiculizar a un personaje al que no hacía falta puntualizar más que con el detalle del móvil como Abby Lee.
Una anomalía en el panorama comercial, pero no tanta
Afortunadamente, su falta de sutilidad en el guion –puede ser un buen momento en su carrera para dejarse echar un cable por gente que escriba bien– no lleva aquí al desastre de comedia involuntaria de ‘El incidente’ y su capacidad para situar la acción resulta siempre entretenida, con algunos detalles de puesta en escena reseñables y no muy al alcance de cualquiera, consiguiendo también construir un tono raro, infrecuente y alucinado que no es ya habitual ver en obras estrenadas en la gran pantalla.
‘Tiempo’ no es una obra mayor del director de ‘Señales’, pero es suficientemente efectiva para lograr buenos números de taquilla en el verano más extraño que ha vivido el cine desde su existencia, pero hoy estamos en la época más rica en nuevas voces y cine fantástico de gran y pequeña envergadura – que en muchas ocasiones no llegan ni a los cines ni a las plataformas– como para hacer la ola a los apellidos por el hecho de serlo y procede hacer juicios imparciales a obras que podrían dar más de sí mismas, mientras nuevos talentos se pierden en el fondo de catálogos sin apenas publicidad.
Puede que un Shyamalan competente sea suficiente para hacer de ‘Tiempo’ un estreno veraniego que merezca nuestra atención, pero tras ‘Glass’ había esperanzas de que el autor cogiera la ola actual del fantástico con una convicción menos anacrónica y nostálgica de sus revelaciones a última hora y su poca intuición para el humor, con más autoconfianza en esa película sin asideros y experimental escondida que deja atisbar su buen gusto cinéfilo y su clasicismo casi sin exabruptos de efectos especiales. Sobre su amable reflexión sobre la vejez, la muerte, el amor y la familia, no hay realmente nada que no planteara en la delicada mirada a la trascendencia intergeneracional de ‘El sexto sentido’, hace más de dos décadas.
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