Un par de líneas. Sólo un par. Tres a lo sumo. Eso es todo lo que se necesita para resumir —incurriendo si se quiere en cierto lujo de detalles— lo último de Nicolas Winding Refn, una cinta de la que mucho se esperaba tras lo que le habíamos podido ver al director de 'Valhalla Rising' (id, 2009) en la soberbia 'Drive' (id, 2011) y que desde que se estrenara en la pasada edición de Cannes, ha recibido palos por todas partes que han ido a hacer sangre donde la cinta hace aguas hasta decir basta, en un guión tan escueto, tan enclenque y raquítico que la espectacular forma que Refn demuestra tras la cámara se queda en un vano ejercicio de estilo carente de los más básicos herrajes.
La extrema elegancia de la que hace gala Refn con su puesta en escena y un diseño de producción que aprovecha al máximo los grandes contrastes que le ofrece el marco de fondo de Bangkok, son sin duda alguna los mejores reclamos con los que la cinta comenzaba a jugar ya desde sus trailers, unos avances que adelantaban lo que el visionado de 'Sólo Dios perdona' ('Only God Forgives', 2013) confirma de forma dolorosa: que las austeras formas con las que el cineasta sigue jugando a lo largo de la cinta hacen que la sequedad de la misma convierta a 'Drive' en una simpática comedia romántica.
Cuidado, nada más lejos de mi intención que pretender basar mi —fuerte— descontento para con 'Sólo Dios perdona' en lo directo del estilo de Refn. Antes bien, creo que una de las mayores virtudes de 'Drive', potenciada aquí hasta el paroxismo, es la franqueza con la que el cineasta danés ofrece la violencia, sin adulterar la misma con montajes vertiginosos, cambios constantes de encuadres o peripecias acrobáticas. No, lo que él pone por delante de la cámara es lo que hay, y no podemos encontrar mejor muestra de ello en el título que nos ocupa que la desnuda pelea en el ring entre Ryan Gosling y Vithaya Pansringarm: los golpes que ambos se asestan, siempre son filmados por Refn desde cierta distancia, son sentidos por el espectador como reales, de la misma forma que lo era, por ejemplo, la famosa y truculenta escena del martillo en 'Drive'.
Trascendido pues el engranaje de la cinta que funciona a la perfección y el único que justificaría el visionado de la producción, comenzamos a adentrarnos en los cenagosos terrenos que se extienden por los límites que va dibujando el libreto firmado por el cineasta. Y es que más allá de la dura composición de una historia de venganzas y vendettas, se me escapan cuáles eran las intenciones últimas de Refn —si es que las hay— a la hora de escribir una historia que, de no ser por su realización, no se distinguiría de las mil y una mediocres producciones que la acción oriental lleva haciéndonos llegar desde hace lustros.
Quién sabe si el danés ha pretendido homenajear desde su forma de contar historias a ese tipo de cine —permítanme que lo dude— pero lo que está claro es que por mucho que se quiera, un mínimo rascado sobre la impoluta pátina visual de la cinta deja al descubierto las muchas vergüenzas que el guión de Refn acusa de principio a fin. Entre ellas están, sin ningún orden en particular, un desarrollo de personajes prácticamente inexistente que se apoya sobremanera en arquetipos para así conseguir que la acción pueda avanzar; la nula empatía que el público llega a sentir por alguno de ellos —y aquí el reparto es equitativo entre el enmudecido y hierático Gosling, el expeditivo Pansringarm o la pasional Scott Thomas—; que, derivado de esto último, nos importe poco menos que un comino el destino final de los personajes principales, o que por mucho que quiera ser justificado como una forma de no dar todo mascado al público, las motivaciones de los diferentes implicados en la trama sean prácticamente inexistentes.
Muy obvio resulta pues que el maridaje de todos los factores anteriores da como resultado un vástago carente de sentido que se retroalimenta, y cómo, de ese falso halo de "esto es mucho más profundo de lo que parece" que dimana de la artificiosa gravedad con la que se reviste todo el espectáculo. Que ha sido una decisión plenamente consciente de Refn es algo incuestionable. Que ha errado en la elección, también.
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