Cuando hablamos de un medio en constante evolución como lo es el cinematográfico —y esto es algo que puede extrapolarse a prácticamente cualquier aspecto de la vida—, es sencillo percatarse de que la inmensa mayoría de los elementos que lo componen están sometidos a un continuo cambio que requiere de una imperativa adaptación.
De este modo, con el paso de los años se han ido alterando las filias y necesidades del respetable, se han readaptado las historias clásicas a las sensibilidades de los nuevos tiempos y, por supuesto, se ha innovado en cuanto a técnicas narrativas se refiere, habiendo claudicado las herramientas analógicas frente al músculo y beneficios de la tecnología informática.
Frente a todo esto hay algo que sí permanece inalterable, y es el requisito de contar con un narrador de primer nivel que sepa amoldarse a los devenires propios y ajenos a la industria para así dar forma a relatos excepcionales y, por encima de todo, atemporales; algo que Steven Spielberg ha vuelto a conseguir con 'Ready Player One': un blockbuster sobresaliente que consigue maravillar tendiendo un sólido puente entre dos épocas, dando lugar a un hermoso anacronismo.
Desde los inicios de su carrera, Spielberg nos ha hecho soñar en analógico. Nos robó el corazón con un tierno extraterrestre que sólo quería volver a casa, nos hizo soñar con dinosaurios que volvían a caminar entre humanos, e incluso hizo que nos lo pensáramos dos veces antes de bañarnos en el mar, aterrándonos con un tiburón mecánico que ni tan siquiera funcionaba correctamente. Hoy, su maestría en el noble arte de contar historias en imágenes, aún intacta, nos invita a fantasear sumergidos en un mundo enteramente digital.
'Ready Player One' es trascendente en múltiples aspectos que van más allá de ver a un artesano convirtiendo en arte un producto de entretenimiento palomitero edificado entre ceros y unos. Es precisamente este choque entre eras y estilos lo que conforma la mayor virtud del largometraje: su capacidad para abrazar y satisfacer a espectadores de varias generaciones, amoldando el espíritu de las producciones Amblin de los años ochenta a la retina acostumbrada a chromas, renders y CGI del público más joven.
Prácticamente sin esforzarse y sin hacer hincapié alguno en ello, la cinta brinda una auténtica oda a los años ochenta que va más allá del festival referencial a la cultura pop, repleto de guiños siempre presentes, pero casi nunca relevantes. Así, 'Ready Player One' huye de la tónica habitual de impostar a golpe del homenaje rancio y evidente una nostalgia que, en esta ocasión, si está bien entendida, aludiendo al alma del conjunto y no a la fachada.
Esto es algo favorecido enormemente por la forma en la que Steven Spielberg aborda la adaptación de la novela de Ernest Cline haciendo suyo el texto original; modificándolo sin miedo para ajustarlo a la estructura cinematográfica y utilizándolo como plataforma para desarrollar un discurso acerca de la creación, la figura del autor soñador y del niño que nunca debería dejar de ser cualquier persona con aspiraciones artísticas. Una suerte de diatriba autorreflexiva en la que pueden intuirse retazos de la propia concepción del filme.
Pese a no elevarse como una de las obras cumbres de su prolífico y ecléctico director, todo, absolutamente todo, brilla con luz propia en 'Ready Player One'. Sus fantásticos —aunque arquetípicos— personajes, su apabullante selección musical, su incontestable realización y, por supuesto, un sentido del espectáculo emocionante y difícilmente superable con unas secuencias de acción a la vanguardia del género, moldean una de esas pocas experiencias que penetran a través de los ojos para abrirse paso, poco a poco, hasta el corazón.
Podría escribir durante horas, días y semanas sobre cómo 'Ready Player One' ha vuelto a convertirme en ese niño que creía ver magia cuando las luces se apagaban dejando a oscuras el patio de butacas de la sala de cine, o sobre cómo me ha mantenido 140 minutos con los ojos párpados abiertos de par en par y la mandíbula desencajada con una mueca de felicidad absurda. En lugar de eso, voy a dar carpetazo a este texto recomendando que dejéis de leer y corráis a confirmar por enésima vez por qué Steven Spielberg se ha ganado a pulso el sobrenombre de Rey Midas de Hollywood.
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