Si tuviese que señalar una única gran virtud gracias a la que el mundo del cómic "pijamero" ha logrado atrapar en sus redes a infinidad de lectores —incluyendo a un servidor— a lo largo de su longeva historia, esa sería, sin duda, sus personajes. Un surtido de héroes y heroínas que trascienden a sus poderes y naturalezas superhumanas para ofrecer un reflejo de la marginalidad, el trauma y el desamparo que suelen encerrar los alter-ego mundanos que se ocultan tras capas, máscaras y antifaces.
Es este cariz humano el que invita a congeniar de forma instantánea y hace que nos veamos proyectados en los Peter Parker, Bruce Banner, Hal Jordan o Barry Allen de turno; incluso en unos Thor o Superman cuyas condiciones de Dios del Trueno y salvador mesiánico alienígena quedan en segundo plano una vez se profundiza en unos problemas muchos más terrenales de lo que cabría esperar.
Lamentablemente, los 'Eternals' con los que Marvel Studios ha decidido continuar su Fase 4 se encuentran en la otra cara de la moneda, presentando al público una suerte de deidades milenarias con cuya gélida y condescendiente mirada sobre la humanidad es casi imposible de conectar, y que protagoniza el largometraje con más personalidad del estudio. Aunque esto no es, necesariamente, algo positivo, ya que se traduce en más de dos plomizas y deslavazadas horas y media que convierten en realidad lo que parecía imposible: que una película de superhéroes, además de aburrida, sea tremendamente pedante.
De dioses y hombres
Quienes me conozcan o me hayan leído sabrán que la deriva del Universo Cinematográfico de Marvel una vez concluida la Saga del Infinito no está siendo, precisamente, santo de mi devoción. Las producciones catódicas me han dejado a medio gas y, en el ámbito cinematográfico, únicamente 'Shang-Chi' ha logrado disipar mínimamente —y a golpe de entretenimiento puro— la sensación de estar ante creaciones salidas de una fábrica de producción en masa; pero si hay algo que reivindicar incluso de los títulos menos inspirados es que nunca han llegado a aburrirme completamente —después de todo, la fórmula está sobradamente calculada para impedirlo—.
Sabiendo esto, podría decir —no con poco pesar— que 'Eternals' ha sido la primera cinta del MCU que me ha hecho sentir incómodo en la butaca del cine. Gran parte de culpa la ha tenido una narrativa con unos niveles de caos y densidad inesperados para una cineasta de la talla de Chloé Zhao, cuyo salto del panorama independiente al blockbuster de gran presupuesto llega marcado por las toneladas de exposición oral con las que se pretende presentar, en casi 160 minutos, una mitología demasiado vasta y compleja.
Y es que en la primera aventura cinematográfica de los Eternos, que arranca con una buena dosis de información en forma de texto no demasiado digestible, el motor del relato no es la acción. En su lugar, todo se articula en torno a unos diálogos tremendamente engolados que subrayan emociones, que verbalizan revelaciones y giros dramáticos —sin ir más lejos, uno de los twists principales se desvela en una secuencia de montaje con voz en off—, que canalizan un discurso humanista de garrafón, y que me han hecho entornar los ojos en no pocas ocasiones ante su efectista artificialidad.
Si a esto le sumamos un tratamiento de personajes, interpretados con gran convicción por un reparto entregado a la causa, pero que vira rápidamente del exceso de sensibilidad a la antipatía y hace más sencillo empatizar con un alivio cómico prescindible que con el grupo protagonista, la dificultad para entrar en la propuesta de 'Eternals' es demasiado alta. Y, para salir, hay que pasar por un trámite demasiado largo.
A contraluz
Si 'Eternals', aunque no logre desprenderse plenamente de la plantilla marca de la casa Marvel, merece ser calificada como la obra más atípica del MCU es, además de por su indigesta narrativa, por una apuesta formal que choca frontalmente con casi todo lo visto hasta la fecha. La mano de Chloé Zhao se infiltra entre los tics industriales habituales, proyectando el cariz seudodocumental y el gusto por el naturalismo, que ya lució en su extraordinaria 'The Rider', sobre un universo superheróico ambicioso y rico en matices.
De nuevo, la directora vuelve a emular el espíritu de Terrence Malick en un ejercicio de estilo encomiable, pero que termina antojándose como un envoltorio vacío y algo cargante para un filme que parece gustarse demasiado a sí mismo, que satura después del enésimo plano rodado a contraluz en hora mágica con los rayos del Sol filtrándose a través de la lente, y que es mucho menos libre de lo que aparenta a simple vista —no es casual que la solvente dirección de fotografía corra a cargo de un veterano en la franquicia como Ben Davis—.
Por otro lado, y aunque vuelvan a reincidir en clichés de planificación, montaje y uso de entornos, personajes y cámaras virtuales, las setpieces lucen sorprendentemente bien y muestran unas dinámicas de grupo que evocan por momentos a las de 'Los Vengadores' de Joss Whedon, haciendo de 'Eternals' una experiencia digna de pantalla grande y sistema de sonido atronador —mención especial para la banda sonora de Ramin Djawadi—.
Siendo alguien que ha señalado en numerosas ocasiones la falta de coraje de Marvel Studios para salirse del molde y ofrecer algo diferente, ha sido un verdadero jarro de agua fría que la primera gran desviación del camino marcado por la 'Iron Man' de Jon Favreau en 2008, pese a sus virtudes, haya acabado decepcionándome hasta tal punto. Puede que, después de todo, más allá de fondos, formas y técnicas narrativas, lo verdaderamente importante sea algo tan abstracto como establecer una conexión emocional lo más directa posible entre obra y público a través de los personajes, y en el caso de 'Eternals', esta es tan endeble como los primeros pasos de la Fase 4.
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