Fede Álvarez envuelve un remake oculto en un precioso envoltorio retro que pone a los xenomorfos y el terror en primera fila
Resulta difícil comentar un estreno como ‘Alien: Romulus’ sin tener en cuenta expectativas, hypes y precedentes recientes dentro de una saga porque es una secuela que se disfruta más viéndola que hablando de ella, porque no tiene mucho de lo que hablar más allá de la experiencia. La nueva secuela de la franquicia iniciada por Ridley Scott es una película sobre nada que te da de todo, generosa y al mismo tiempo por debajo de lo esperado.
Porque lo que se espera o no de una obra puede llevar inevitablemente a la decepción, al igual que ‘Longlegs’ no fue la película que nos habíamos hecho en la cabeza al ver sus teasers, así como esta está muy lejos de ser "la mejor secuela de la saga desde Aliens" como se aventuraron a decir varias las primeras impresiones, pero lo que sí puede reconocerse es que ambos casos se salen de la media en su ejecución, siendo imposible no disfrutarlas sin mayor problema.
Retorno a las raíces de terror
Porque Fede Ávarez ha concebido un intenso parque de atracciones para fans de la saga que recupera el terror perdido en buena parte de las secuelas mientras hace un sangriento “grandes éxitos” de todas aquellas, donde el director replica su ‘No respires’ en el espacio con un film que parece tener alma de slasher con chavales, para acabar asimilando literalmente el ADN del clásico de Ridley Scott. La factura está cuidada al detalle para recordar la ciencia ficción low-tech de los 70, con un diseño de arte tangible que hoy parece un lujo insólito.
Por otra parte, esa fidelidad hace que ‘Alien Romulus’ sea bastante predecible, ya que prefiere centrarse en secuencias con su propio planteamiento y desenlace que contar algo en su conjunto. Tiene algo de tren de la bruja disfrutable lleno de fan service, pero también esconde algunas sorpresas y una coda bastante arriesgada que dividirá mucho, aunque convierta a su última media hora en una serie B colosal. Con mucho, lo mejor del conjunto son sus migas de pan anticorporativistas a costa de Weyland Yutani, la ruptura con la visión idealizada de las colonias a través de la explotación laboral.
Desde el principio se va cimentando a la compañía como la gran villana inequívoca de la franquicia, lo que contrasta aún más con la introducción de una dinámica juvenil que hereda también de muchas películas de ciencia ficción Disney de los 80 con cadetes de instituto en el espacio como ‘Earth Star Voyager’ (1988) o ‘Spacecamp’ (1986), que aquí se justifica con un enlace con la vida de los colonos de la compañía que fueron vistos en descartes de ‘Aliens: el regreso’ (1986).
Por qué lo llaman intercuela cuando quieren decir reboot
Aunque esa “reinvención” de la saga con nuevos protagonistas pasa en ocasiones por reubicar la nostalgia en las mismas situaciones con caras nuevas, incluso replicando planos muy concretos o frases calcadas que miran directamente al espectador mientras vampirizan las originales sin una justificación aparente más allá del autoreconocimiento de los mismos productores. Una maniobra que se corresponde, de nuevo, a la plantilla de ‘El despertar de la fuerza’, en cuanto a que todo se puede catalogar como un soft reboot.
Sin embargo su intención estética es más lo que ‘Rogue One’ acabó aplicando, funcionando como réplica retro y simulación de la experiencia a un nivel enfermizo que acaba cayendo también en la triste taxidermia digital que ha acabado convirtiéndose en una marca de fábrica de todas las resurrecciones en las que alguien cree que es buena idea invocar a los muertos por la vía del pixel, logrando en este caso una triste ruptura con esa magia vintage que trata de conjurar.
Por supuesto, la estrella del ejercicio de fetichismo retro de Álvarez es el xenomorfo, con un regreso al diseño clásico y el culmen de la apuesta por los FX artesanales, los animatronics y la idea del blockbuster para adultos tangible que tan solo se traiciona en una decisión errada e inexplicable. Hay un punto en el que la mimesis renovadora acaba resultando continuista en extremo, y el problema es que en esta franquicia no hay demasiado que ganar, porque todo lo que imita ya estaba hecho de forma espectacular, así que no hay margen de mejora.
La secuela matrioska de secuelas
Por tanto, la propuesta de ‘Romulus’ está condenada desde el principio, lo que tan solo puede tomarse como una de las miniseries de Dark Horse tomando vida, es más una nueva, buena, dosis que un renacer. Tiene una voluntad, eso sí, de multiplicar escenas conocidas, y en ese aspecto la estrella de esta secuela son los abrazacaras, que, tomando cierta secuencia de ‘Aliens’ (1986) llevada al extremo, se convierten en una amenaza propia del cine de monstruos de los 50, llevando la influencia original de ‘El monstruo sin rostro’ (1958) a un nuevo nivel.
Cuando pasamos del lugar de los incubadores, pasamos a la de los adultos etc, etc… acusa la estructura de parecer una colección de habitaciones de escape room temáticas de la franquicia conectadas, lo que implica la previsibilidad final, pero también una voluntad lúdica autocontenida en cada nueva set piece, alguna de ellas memorable. Esta vocación de visita al museo de la franquicia a veces tiene pasajes terroríficos, como una galería de cadáveres digna de barracón de feria, pero esto también sirve de antídoto a esas "secuelas puras" que "eliminan" a las anteriores.
Aquí se reconocen todas, desde las dos primeras entre las que transcurre cronológicamente hasta a los momentos más exóticos de ‘Resurrection’ o ‘Prometheus’. Quizá lo más interesante de este itinerario histórico es que además de recorrer toda la saga, ‘Alien Romulus’ también sabe mirarse en algunas de las decenas de imitaciones de la propia original, llegando a parecer hasta cierto punto una de ellas con más medios y presupuesto. Álvarez parece conocer bien los delirios ginecológicos grotescos de ‘Xtro’ (1982) y su monstruo, los capullos y el body horror de las dos primeras ‘Species’ y por supuesto la llegada al Demeter spacial asolado de ‘Horizonte Final’ (1997).
La silenciosa vuelta a un mercado sin riesgo
Eso sí, su tufillo a remake hace pensar en una maniobra precocinada por Disney de “vuelta a las raíces” con presupuesto ajustado que hace pensar en la misma falta de ambición que tenía ‘Predator: la presa’ (2022), una precuela directa a streaming que iba a ser el mismo destino en este caso. Es, para bien o para mal, una operación muy medida por parte de la compañía, un movimiento similar para conseguir una secuela "barata" que conserve y explote sus derechos regurgitando lo más familiar, aunque en este caso hayan visto filón también en salas.
Para muchos no habrá problema, y menos cuando lo ofrecido es competente, pero en ambas franquicias parecen estar diciendo que las propiedades de terror adquiridas a Fox no merecen ya los grandes blockbusters con autores ofreciendo su visión, como la ‘The Predator’ de Shane Black o ‘Covenant’ de Ridley Scott, si acaso una película de presupuesto sin riesgo que permita mantener la calificación R, pero que asegure una reproducción clara y cristalina de los elementos reconocibles de la marca.
Para ello, un director con garantías y ganas de ofrecer un producto sólido y competente pero que no complique demasiado las cosas, un tipo con experiencia en una operación similar (‘Evil Dead’, ‘La matanza de Texas’) que devuelva el interés en la franquicia. ‘Alien: Romulus’ es una misión cumplida, pero también una genuflexión corporativa sin nada nuevo que aportar. Si lo hace tan bien debería dar igual, el problema es tropezar con una de las colecciones de secuelas más atemporales y lujosas de toda la historia del cine de ciencia ficción y terror, por lo que esto parece más un corolario elemental, la nueva versión de aquellas secuelas directas a DVD de sagas como ‘Mimic’, pero con una cubierta más opulenta.
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