El fact-check puede tener su gracia, pero resulta menor para explorar las ambiciones de una película
Un año más, una nueva película de Ridley Scott nos deja una campaña de promoción que no deja títere sin cabeza. Su actitud cascarrabias, entre la performance autoconsciente y la flema bravucona británica, esta vez ha llamado la atención por lo poco que le quitan el sueño los historiadores y las acusaciones de falta de rigor de su 'Napoleón', una película que causa reacciones muy divididas.
Con 86 años ya cumplidos, el director tiene ya, como se dice, "el culo pelado" para preocuparse de reacciones a lo que él tenga que decir. También tiene muchas cosas que decir sobre el mundo, quien lo gobierna y quien ostenta más poder, y el emperador francés es uno de los mejores vehículos para contarlo. Scott es consciente de la diferencia entre una historia y La Historia, y que sólo una importa realmente para desarrollar una película imponente con cosas que decir.
Entre el sinfín de entrevistas dadas a los medios, una de las citas más interesantes la dio en el Museo del Prado, comentando con mejor lucidez su postura sobre los documentos históricos y el arte. "Se han escrito más de 2.500 libros sobre la figura de Bonaparte", todos con una visión diferente del dirigente que terminan derivando en mayor o menos especulación. Para él, "Las pinturas son las fotografías de la época", encontrando más detalles sobre cómo era esta figura en un cuadro con punto de vista, como la escena de la coronación pintada por Jacques-Louis David que el director trata de recrear en la película.
Wikipedia vs Arte
Más allá de si tiene razón o no, Scott reflexiona que se puede entender mejor a determinadas personalidades a través de cómo son retratadas por otros, más que por una colección de hechos que pueden resumirse en una página de Wikipedia. Y tenemos muchas películas que acaban siendo una versión de esto último, recopilando momentos pero no revelando nada especialmente clarificador, interesante o incluso divertido sobre quienes los experimentan. Véase 'Bohemian Rhapsody', una reproducción de hits donde hay que aplacar también los egos del resto de miembros de la banda Queen, y por eso tenemos escenas dantescas donde se corta todo el rato a las caras de los cuatro músicos para que todos tengan la misma cantidad de presencia en pantalla.
A pesar de que la película le deja poco menos que humillado y ridiculizado en todos los extremos posibles, el propio Napoleón Bonaparte estaría de acuerdo en algo fundamental con Ridley Scott. "La historia es un conjunto de mentiras pactadas sobre le que hay un consenso general". La labor de los historiadores es necesaria para desmontar relatos que forjan los que ganan, los que escriben la historia, y poder tener una idea general de un momento concreto de la historia, y los diferentes elementos que tienen influencia para que se produzcan los grandes sucesos. El arte, dentro del cuál se incluye el cine, busca otra cosa.
Los biopics suelen incluir la advertencia de que los hechos se han alterado con objetivos dramáticos, en un intento de evitar el peligroso fenómeno de que la gente asuma como cierto todo lo que ve en una película. No hay que olvidar que en la "ficción histórica" al final sigue siendo ficción. Es de esperar estas alteraciones, ya sea de un autor de gran visión o de cualquier otro cineasta, porque el objetivo no es necesariamente ofrecer un vistazo de cómo era vivir en la época, vivir aquel momento, sino expresar cómo aquello habla del presente, o cómo sigue siendo relevante.
Napoleón es una de las figuras más estudiadas de la historia, y también una de las más representadas en el cine. No va a haber muchas películas que tengan una misma representación del emperador, y es bueno que así sea. La discusión sobre el rigor sobre cómo está representado en la película de Scott sólo obedece a la magnitud de la figura histórica, de igual modo que parte de la conversación sobre 'Oppenheimer' ha circulado en torno a las decisiones tomadas por Christopher Nolan, especialmente sobre no mostrar los bombardeos nucleares en Japón causados por la creación del físico.
Pero Nolan es muy consciente de lo que quiere contar, y no es sólo la vida de uno de los científicos de mayor renombre de la historia. En lo íntimo, es un relato sobre culpabilidad ante un hecho que resulta tan fatal que pueda ser imperdonable. En lo global, es un retrato de la destrucción mutua asegurada en las disputas por el poder hegemónico, con el complejo armamentístico americano como fuerza imparable. El director encuentra en este enfrentamiento una manera de expresar cuestiones que le preocupan, de igual modo que lo hizo en cintas de ciencia ficción como 'Tenet'.
Una recreación más fidedigna de los hechos no va a ofrecer unas conclusiones más claras, ni tampoco va a favorecer el ritmo de cómo se acaba contando la historia. El cine tiene sus propios entresijos, su propia manera de desarrollarse, diferente a lo que puede ser un libro, sea de ficción o histórico. Que un cineasta decida primar esos aspectos a la exactitud de lo sucedido es preferible, porque va a ir en beneficio de su objetivo de intentar hablarnos sobre la gente que nos dirige, o sobre los costes de las decisiones tomadas en la gente que está por debajo del poder. 'Napoleón' está lejos de ser una gran película sobre esas cosas, pero sabe qué tiene que priorizar para comunicarlas de la manera más efectiva y espectacular posible.
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