“Su moralidad, su ética… es un chiste sin gracia. Lo abandonan en cuanto huelen un problema. Sólo son tan buenos como el mundo les permite ser. Te lo mostraré. Cuando las cosas se tuerzan, estas… personas civilizadas… se comerán entre ellos”.
Las casualidades existen, vaya que sí. El mismo día que compramos unos altavoces nuevos para ver cine en casa, decidimos ver ‘El caballero oscuro’ una vez más, para probar la calidad del sonido (y de paso, volver a disfrutar de la película en versión original, en una pantalla relativamente grande), y me preparo para sacar punta a un par de ideas que me rondaban por la cabeza, que estaba deseando escribir aquí... y ese día, mi compañero Adrián publica un artículo sobre la misma película. Pero ya veis que he seguido adelante, y no es para repetir nada.
Apuntaba mi compañero, acertadamente, que a pesar de lo mucho que se ha dicho sobre ‘The Dark Knight’, aún se puede añadir algo más. Lo que me sorprendió es que no aportara nada nuevo sobre el final (casi final) de la película, aunque lo comenta y ha dado juego a un interesante debate entre los lectores. Precisamente, uno de los dos asuntos sobre los que yo quería hablar aquí era la secuencia de los dos barcos, el experimento social del Joker. Y es que, tras volver a verla, y volver a pensarla y discutirla, sigo creyendo que nadie se ha enterado realmente de lo que ocurre ahí, que no se ha pasado de una lectura superficial, no reflexionada.
La primera vez que vi la película, me pasó como a la mayoría con la polémica secuencia. Los detonadores a mano, el Joker esperando, la composición de Hans Zimmer aumentando de intensidad, de forma agobiante, y… no pasa nada. Los barcos siguen ahí, los de a bordo miran nerviosos el reloj, la hora señalada transcurrió. Y no pasa nada. La expresión de incredulidad del Joker es la mía, y me consta que la de muchos más. Porque la película estaba siendo bestial hasta ese momento, sin concesiones. Y llega ese momento cumbre y Christopher Nolan se baja los pantalones. Finalmente, ‘El caballero oscuro’ se revelaba como un producto comercial de Hollywood, donde no se permiten determinadas actuaciones, donde los personajes, de pronto, se comportan honradamente y no atacan la conciencia del público.
Lo bueno, esta vez, me decía, es que la película tiene otro final, y cuando lo normal es que nos resultara pesado seguir con la trama, aquí nos alegramos, porque aún quedan cosas por ver, y Nolan puede hacer olvidar la ñoñería anterior. Así ocurre, en cierto modo, pues el cierre de ‘El caballero oscuro’ es de los que no se olvidan, con un monólogo precioso a cargo de Jim Gordon, y la fantástica banda sonora, otra vez, acompañando las emocionantes palabras dedicadas al no-héroe de Gotham, mientras éste huye, injustamente perseguido por perros y policías.
Un inciso aquí. Ya en el primer visionado lamenté algo de lo que sigo sin recuperarme. Y es el desenlace de Harvey Dent. Porque este hombre, destrozado, se merecía algo más. El Joker le utiliza, Bruce Wayne le utiliza, hasta Rachel Dawes le utiliza (para alejarse de Wayne). Y él sólo hace lo que debe, honestamente. Su recompensa es una muerte deshonrosa. Convertido Dent en el tercer “freak” de la historia, rabioso y descontrolado, habla de justicia, de responsabilidades, de decencia… y Batman se lo carga, sin más. Adiós, monstruo. Se merecía un final más digno (a mí no me paga la Warner por pensar, pero quizá un suicidio habría servido) y es lo que me deja más insatisfecho de ‘El caballero oscuro’. Lo de los barcos no, porque tras el segundo visionado descubrí lo que pasaba realmente. Y voy ya a eso.
Situación límite. El Joker ha descontrolado Gotham con un bidón de gasolina y un par de balas (sus propias palabras). La gente huye. Las carreteras están bloqueadas, y los dos ferrys son una excelente opción para abandonar la ciudad. Dos grupos dentro, uno de ciudadanos y otro de presos, delincuentes, criminales. Nada más salir descubren que cada grupo cuenta con un dispositivo para hacer explotar el otro barco. Y si no lo hacen, ambos vuelan por los aires. El Joker los va a utilizar para demostrar la teoría que expuso a Batman (la cita de arriba), el “bad joke” sobre el que se sostiene la sociedad, en realidad, según él, poco menos que una frágil manada de perros salvajes (lo de esta película y los perros es algo singular).
Pero ya sabemos lo que ocurre. Y todos hablan de cobardía de Nolan, de no hacer lo que debía, que era que, al menos, uno de los grupos activasen los explosivos del otro barco. Porque es una película para el gran público y Hollywood son unos mojigatos. Bueno. Eso es lo que yo pensé la primera vez que la película. Pero no es así. En realidad, todo es bastante más crudo que eso. ¿Por qué nadie, dentro del barco, hace lo que la mayoría ha decidido y activa el detonador? La respuesta no es porque son bondadosos, como mantiene Batman. Él, que está lejos y no sabe lo que ha ocurrido, dice lo que cree, que la gente es buena por naturaleza. El caballero oscuro está equivocado, es un ingenuo.
“Batman vive al margen de la ley. Pero no le pedimos que se entregue por eso. Lo hacemos porque tenemos miedo. Hasta ahora éramos felices dejando que Batman limpiara nuestras calles”.
Ahí está la clave. Es parte del discurso que da Harvey Dent en la rueda de prensa en la que Batman iba a aceptar las condiciones del Joker y desvelar su identidad. Dent habla claro. La gente es cobarde. Es egoísta. Y no piensa en nada mientras está asustada, sólo es seguir adelante con su vida, tal como está. El mismo Joker dice algo parecido, más tarde, vestido de enfermera. Mucho antes, en un restaurante, Dent discute sobre la presencia de Batman y lo defiende, pues la ciudad le necesita; tal como están las cosas, ese justiciero al margen de la ley ayuda mucho más que toda la policía junta. Por supuesto, en cuanto las cosas se tuercen un poco, como señalaba el payaso, nadie se acuerda de nada, y aquí tienen que caer cabezas. La primera, la de Batman.
Todo esto tiene su culminación en la secuencia de los ferrys. La gente vota que se explote al otro barco. Eso anula la teoría de la bondad humana, sin discusión. Los ciudadanos civilizados se amparan en la democracia para justificar el terrible acto de asesinar a todos los que viajan en el otro ferry. Pero no activan la bomba. Claro. Porque son unos cobardes. Necesitan a alguien que pulse el botón. Y no hay nadie con la voluntad suficiente para hacerlo. Porque eso puede conllevar problemas, responsabilidades, que los demás te señalen. Y nadie, nadie, nadie, quiere problemas. Que lo haga otro. Aunque signifique que todos volamos por los aires.
Por eso necesitan a Batman. Porque es el único que puede hacer lo que los demás no pueden, porque lo da todo por la protección de la ciudad, no es egoísta (bueno, sólo cuando le piden que elija entre su amor y el caballero blanco, pero ahí sólo demuestra su humanidad). Él, Jim Gordon, Rachel Dawes (la única que se encara al Joker en la fiesta), Harvey Dent (antes de su tragedia)... ellos se lo juegan todo. Y algunos lo pierden. El resto, la ciudad, la gente, los protegidos… son unos cobardes que sólo buscan su propio beneficio, ante todo. Al mínimo problema, nadie mira por nadie. Nolan no nos da otra explosión no porque se baje los pantalones; no nos la da porque está dando su visión de la sociedad. Y de eso va realmente, en el fondo ‘El caballero oscuro’. Porque no es casual que se titule como el cómic de Frank Miller. Aunque las casualidades existan.
PD: El preso tira el interruptor al agua. ¿Bondad? No, él no tiene miedo, y no entra en el juego del payaso. Tan sencillo como eso.
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