Empieza la 59ª edición del Festival de Cannes, y en ella coinciden algunos de mis directores (actuales) favoritos, Moretti, Almodóvar, Nuri Bilge Ceylan... Así que he aprovechado el momento, para ver de una vez por todas Caché, película por la que en la edición pasada del festival, Michael Haneke se llevó el Premio al Mejor Director.
Para empezar, lo que más me ha sorprendido, es que no he notado en ningún momento, esa lentitud tan molesta, que tanto se ha mencionado. Las pausas, los silencios, las esperas, los planos fijos de las grabaciones, han contribuido a sumergirme por completo, en el papel de observadora expectante, y a meterme en la piel de ese personaje escondido, que no se nos desvela, pero hace reaccionar a los protagonistas, y desencadena sus actos.
Caché mantiene la intriga hasta el final, no tanto por descubrir, quién es el que mira, si no por contemplar, hasta que fatídico punto, puede arrastrarse un hombre, por la culpabilidad, la falta de comunicación, y el miedo.
Sus dos protagonistas, Daniel Auteuil, y Juliette Binoche, están (como es habitual) excelentes en sus trabajos, en una historia, que puede tener tantas interpretaciones posibles, como espectadores. Como buena muestra de ello, están algunos de los interesantes comentarios, añadidos a la crítica que realizó mi compañero Red Stovall sobre la película, en la que por cierto, y como siempre, no puedo estar más en desacuerdo.
Me encantaría añadir mi propia versión sobre el desarrollo y desenlace del film, pero creo que es primordial que pueda verse con la mente lo más limpia posible, de otras opiniones.
No es relevante lo que yo piense, ni lo que puedan pensar otros, lo mejor de Caché, es que invita a pensar, que termina, y uno sigue dándole vueltas a sus posibilidades, y contrastándolas, con las que han podido encontrar otros. Genera diálogo, reflexión, atención en los pequeños detalles, y en la verdadera esencia, de las situaciones.
Caché no es una película masticada, más bien se parece a una de esas bolas de carne, que se forman en la boca, cuando eres pequeño, y todavía no has aprendido bien a comer.
Supongo que por eso, la tachan de incómoda, o de indigesta, pero yo la prefiero, infinitamente, a la papilla cinematográfica que últimamente abunda por todas partes.
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