Johnny, el personaje de Tommy Wiseau en 'The Room', entra en una floristería con el objetivo de comprarle una docena de rosas rojas a su prometida Lisa. La apasionante escena, en apenas veinte segundos, sintetiza a la perfección la naturaleza de esta cinta de culto y nos ayuda a comprender de forma casi inconsciente por qué han llegado a coronarla como "la 'Ciudadano Kane' de las películas malas".
La primera vez que ves este fragmento te deja completamente estupefacto, y es complicado saber exactamente por qué. Parece que no ha habido nada fuera de lo común; pero una vez digieres los 16 segundos de compra express comienzas a darte cuenta de que la cadencia de las réplicas —y el texto en sí— es antinatural, de que la dependienta no reconoce a Johnny pese a ser "su cliente favorito" y tenerlo delante durante un buen rato, de lo esperpéntico del perro en el mostrador y el extra situado a la derecha del plano general...
Esta escena podría compararse con la experiencia de estar soñando y ser consciente de ello. Todo lo que ves, oyes y sientes parece real, pero conforme empiezas a entrar en detalle y a percibir tu entorno empiezas a darte cuenta de que no lo es, fijándote en varias anomalías que no tienen sentido alguno y llegando a la conclusión de que, de algún modo, está todo mal.
Y es que, precisamente, y más allá de una muy mala película, una mina de memes o un fenómeno de culto, 'The Room' no es más que un sueño. El sueño de un enigmático y excéntrico soñador llamado Tommy Wiseau que, aunque muchos digan que por los motivos equivocados, ha terminado llenando salas de proyección, ha dado pie a documentales, novelas y biopics, y ha pasado a la historia como el desastre cinematográfico más hilarante del cine del nuevo milenio.
Tommy Wiseau: el soñador
Poco —o prácticamente nada— de lo que conocemos de Tommy Wiseau ha sido revelado por él mismo, siendo una de las principales fuentes de información sobre él el imprescindible libro 'The Disaster Artist' de Greg Sestero, donde el actor que dio vida a Mark en 'The Room' explora su relación con el director y la odisea que supuso el rodaje del largometraje.
Gracias a las memorias de Sestero y al documental 'Room Full of Spoons' hemos averiguado que Wiseau nació en Polonia en la década de los cincuenta. Más tarde se mudó a Estrasburgo y, finalmente, tras tener algún que otro problema con la justicia, terminó en San Francisco, donde trabajó de ayudante de camarero, en un hospital, e incluso inició su propio negocio vendiendo pantalones vaqueros defectuosos a precio reducido.
El bueno de Tommy, como muchos de nosotros, no era más que un superviviente que avanzaba en el día a día y que, al alzar la vista, siempre vislumbraba sus sueños y objetivos en el horizonte. Unas aspiraciones que en este caso tenían los nombres de Tennessee Williams, Marlon Brando y James Dean como principales motores y referentes, y el mundo del cine y la interpretación como un idílico hogar en el que pasar el resto de sus días a nivel profesional.
Todo cambió cuando el bueno de Tommy sufrió un grave accidente de tráfico en California que le hizo pasar una temporada en el hospital. Esta experiencia catártica impulsó a nuestro antihéroe a convertirse en el actor y director que siempre deseó, desembocando, no sin grandes varapalos y amargas decepciones de por medio, en la grotesca, infame e involuntariamente divertidísima 'The Room'.
Rodando el sueño
Nadie sabe muy bien de dónde salieron los seis millones de dólares de presupuesto que hicieron posible 'The Room' —el propio Sestero llegó a sospechar que el rodaje no fue más que una operación de lavado de dinero—, pero poco o nada importa 14 años después de un caótico rodaje en el que el desconocimiento de Wiseau del medio cinematográfico y sus muchas excentricidades ayudaron a dar forma a esta demencial obra de arte.
Tommy al fin estaba cumpliendo su sueño; estaba rodando una película de Hollywood, pero su obsesión por que la producción cuadrase con su concepto de rodaje de superproducción norteamericana dio al equipo más de un quebradero de cabeza. Por poner algún ejemplo, Wiseau decidió rodar en sets construidos para la ocasión pese a contar con localizaciones reales en las inmediaciones del estudio que cuadraban con las necesarias.
Además de esto, elementos como el terrible croma utilizado para simular las vistas de San Francisco en la azotea, o la obsesión del director por rodar simultáneamente en película de 35mm y video HD —para lo que se necesitó un dispositivo especial y dos equipos de cámara completos para operarlo simultáneamente— supusieron unos costes desmesurados que impidieron rodar muchas otras secuencias del filme; una de las cuales revelaba la condición vampírica del protagonista mediante un coche que sobrevolaba la ciudad.
Con un elenco compuesto, en su inmensa mayoría, por principiantes, y con un guión disparatado escrito por el propio Wiseau, repleto de diálogos incomprensibles que debieron redoblarse a posteriori y que ni su propio autor era capaz de recordar ni reproducir, la producción de 'The Room' se extendió durante seis agotadores meses. Medio año de gestación para una cinta imprescindible en toda reunión de colegas cinéfilos que se precie —con alcohol y otras sustancias de por medio a ser posible—.
'The Room': una entrañable pesadilla
Todo espectador neófito que aún no se haya entregado a los placeres que ofrece 'The Room' no necesitará más de cinco minutos para entrar en un estado de perplejidad que no abandonará en la hora y cuarenta minutos que dura el largometraje. La machacona banda sonora de Mladen Milicevic envuelve los planos de situación de San Francisco que se suceden durante la secuencia de créditos y sin comerlo ni beberlo, nos damos de bruces con un primer cruce de diálogos incomprensible y con una grotesca interacción entre personajes que da pie a la primera escena de sexo.
Este es, probablemente, el punto de no retorno en 'The Room'. Una vez estás mirando cómo el personaje de un Tommy Wiseau, obsesionado con enseñar el culo en cámara, mantiene relaciones sexuales con el ombligo de su compañera de escena —eso sugiere las extrañas posiciones durante la escena—, el filme te sumerge en una suerte de trance del que es imposible salir, y que trasciende a su esencia de thriller erótico reconvertido en comedia negra involuntaria.
Una retahila de situaciones incomprensibles, una ejecución hortera y deficiente, personajes con cambios de humor repentinos y conversaciones que concluyen de la forma más abrupta posible se dan la mano en el mejor desastre que podamos concebir. Una hecatombe cinematográfica que a día de hoy reúne religiosamente a grupos de fanáticos de la infame obra de Wiseau en cines de varios puntos del mundo para disfrutar entre risas y con rituales semejantes a los que pueden verse en las proyecciones de 'The Rocky Horror Picture Show' de esta demostración de voluntad.
Porque sí, son muchos los que han reído a mandíbula batiente al ver a Johnny entonar el mítico "You're tearing me apart, Lisa!" o tras presenciar el momento en el que este se restriega cierto vestido por los genitales entre gruñidos; pero muy pocos conocen la historia detrás de este "artista desastroso" que, en el fondo, no hace más que dar ejemplo y hacer acopio de una valentía que muchos de los soñadores de este mundo necesitaríamos para dar nuestro gran paso.
Gracias por la lección —vital, no cinematográfica—, Tommy Wiseau.
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