Tiempo, memoria y obsesiones: cómo Christopher Nolan se ha convertido en el rey del "mindfuck" cinematográfico del siglo XXI

Tiempo, memoria y obsesiones: cómo Christopher Nolan se ha convertido en el rey del "mindfuck" cinematográfico del siglo XXI

Analizamos las claves que hacen de Christopher Nolan un autor en mayúsculas.

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Christopher Nolan

Como suele ocurrir cada vez que se aproxima la fecha de estreno de uno de sus largometrajes, la conversación cinematográfica encuentra en Christopher Nolan su principal objeto de obsesión y arduo debate, y el caso de 'Oppenheimer' no iba a ser una excepción. Su incursión en el biopic ya ha llegado a nuestros cines, desatando amores y odios en lo que respecta a su duración o a sus ambiciosos efectos prácticos y visuales.

Por algún motivo que se me escapa, el británico se ha convertido en una de las figuras de primera línea más controvertidas y capaces de desatar la ira de ciertos colectivos cinéfilos cuando escuchan o leen una frase —o, bajo mi punto de vista, una verdad— como la siguiente: de entre todos los cineastas en activo, podemos considerar a Christopher Nolan como el rey indiscutible del mindfuck fílmico del siglo XXI.

Si has tenido la tentación de bajar corriendo a la sección de comentarios y escribir un "ahí dejé de leer" antes de cerrar la ventana, respira con calma y permíteme explicarme. Soy plenamente consciente de que existe una cantidad obscena de directores y largometrajes mucho más complejos, arriesgados y estimulantes que el de Westminster y su obra; pero si estamos hablando del bueno de Chris y no sobre cualquiera de sus homólogos coetáneos es por el atípico logro que ha alcanzado con la práctica totalidad de su filmografía.

Este no es otro que atrapar en sus redes al habitualmente conocido como "gran público" —lo entrecomillo porque no termino de comulgar con una etiqueta que podría sonar despectiva— gracias al inteligente equilibrio entre propuestas conceptualmente ambiciosas y, algunas veces, un tanto exigentes, y un enorme potencial comercial derivado de repartos repletos de caras conocidas, espectacularidad audiovisual y, por supuesto, el respaldo de grandes estudios.

Es por esto que, aprovechando que 'Oppenheimer' empieza a hacer ruido, te invito a analizar cómo ha conseguido Christopher Nolan convertirse en ese referente capaz de congregar a cantidades ingentes de espectadores propios y extraños con apuestas capaces de reventar cráneos de lo más variopintas.

El "qué"

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Le pese a quien le pese —continuamos con las sentencias lapidarias—, Christopher Nolan es uno de esos cineastas que trascienden a la categoría de “director” para merecer ser catalogados como “autor”. La diferencia entre ambos términos ha sido debatida y sometida a estudio en infinidad de ocasiones pero, bajo mi humilde punto de vista, el factor determinante para distinguir a un “director” de un “autor” es la capacidad del espectador para distinguir su obra sin necesidad leer su nombre en los créditos; algo que se aplica a figuras tan opuestas como Krzysztof Kieślowski, Michael Bay o John Carpenter.

En el caso de Nolan, son muchos los aspectos que hacen reconocibles sus películas, siendo el primero de ellos un trío de temas recurrentes que se han ido repitiendo a lo largo de su carrera tras las cámaras.

La obsesión

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Detenerse a observar la evolución de Christopher Nolan como autor nos permite comprobar una clara deriva que ha virado progresivamente de los relatos más intimistas y contenidos de sus primeras cintas a unos espectáculos made in Hollywood aderezados con tanta sustancia como efectismo. No obstante, independientemente de la escala y ambiciones de sus proyectos, su cine siempre ha encontrado su mayor reclamo en el que debería ser el punto fuerte de todo buen filme que se precie: sus personajes.

Aunque, a bote pronto, pueda llegar a sorprender, existe una clara línea que conecta a los protagonistas de la inmensa mayoría de sus producciones: su carácter obsesivo. La primera muestra de ello es el cortometraje ‘Doodlebug’, en el que un hombre obsesionado con un insecto batalla contra la criatura durante tres minutos que le conducen a una simbólica autodestrucción.

Este patrón se repetiría en los distintos personajes marca de la casa; desde el aspirante a ladrón obsesionado con una mujer de ‘Following’, ópera prima del autor, hasta la pareja de magos extremadamente competitivos de ‘El truco final’, pasando por el hombre amnésico empecinado en vengar a su esposa asesinada de ‘Memento’, el arquitecto onironauta torturado por su pasado y su conflicto familiar de ‘Origen’ o el detective volcado en capturar a un asesino en ‘Insomnio’; sin olvidar al Bruce Wayne de la trilogía ‘El caballero oscuro’, cuyo legado comiquero habla por sí solo.

La memoria

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El segundo tema recurrente dentro de la filmografía del londinense es la memoria. Esto puede interpretarse de un modo estrictamente literal cuando acudimos a largometrajes como ‘Memento’, cuya premisa nos pone en la piel de un hombre incapaz de almacenar recuerdos recientes y que encuentra un motivo para continuar viviendo al aferrarse en la traumática última experiencia que recuerda. Pero donde mejor se percibe la fijación de Nolan con este concepto es en sus aproximaciones a la ciencia ficción.

Por una parte, ‘Origen’ nos invita a explorar el mundo de los sueños y el inconsciente junto a un ladrón de recuerdos capaz de implantar información ficticia en la mente de sus objetivos. ‘Interstellar’ se ambienta en un futuro casi distópico en el que reina la posverdad y se enseña a las nuevas generaciones una historia manipulada en la que, entre otras cosas, se niega la existencia de las misiones Apolo, que se califican de montajes. ‘Tenet’, por otro lado, abraza de lleno la idea de la posteridad para retorcerlo con sus paradojas temporales, recuerdos invertidos y largas amistades entre personas que aún no se han llegado a conocer.

Pero no todo es literalidad en la obra de Nolan. En la cara de la moneda más libre a interpretación podríamos ubicar títulos de lo más variopintos, comenzando por ‘Batman Begins’ y sus dos continuaciones, en los que el recuerdo de los padres asesinados de Bruce Wayne es vital para la construcción del personaje y su toma de decisiones, e incluso ‘Dunkerque’ encajaría en esta teoría —aunque esto debería cogerse con pinzas— al rememorar un evento histórico acontecido en la II Guerra Mundial.

El tiempo

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El tercer pilar temático realiza una doble función en los largometrajes de Christohper Nolan. Más adelante entraremos en detalle sobre cómo el tiempo se convierte en una herramienta narrativa más en sus producciones y en algo indispensable en su concepción del montaje, pero, por el momento, vamos a centrarnos en el tiempo como tema quintaesencial haciendo alusión una vez más a ‘Interstellar’.

En el filme protagonizado por Matthew McConaughey, la conocida como cuarta dimensión supone el ingrediente principal que compone los cimientos dramáticos de su odisea cuántica. Sobre ellos se edifica la épica de un antiguo piloto de la NASA que se embarca en una última misión en la que la relatividad del tiempo, los agujeros negros, los puentes de Einstein-Rosen y las paradojas espacio-temporales están a la orden del día y sostienen en volandas una encantadora lectura sobre la perennidad del amor.

Por supuesto, la gran representante de la fijación del director con el tiempo y sus mecanismos es ‘Tenet’; una producción que, además de ser, probablemente, la película más pura y personal de su filmografía, no duda en convertir esta magnitud física en el eje central de una narrativa en la que los viajes temporales, las entropías invertidas y las estructuras narrativas palindrómicas dan forma a un mindfuck 100% Nolan.

El “cómo”

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Haciendo honor a la verdad, Christopher Nolan no es que haya inventado la rueda en lo que respecta a las temáticas de su filmografía, que han sido tratadas en infinidad de ocasiones por cineastas de naturalezas muy diferentes. Pese a ello, se las ha apañado para congregar estreno tras estreno a una legión de espectadores reconvertidos en fieles devotos de la santa iglesia nolaniana apoyándose no de lo que cuenta, sino en cómo lo hace. Una aproximación a la narrativa cinematográfica apuntalada sobre su aparente fobia a contar historias de un modo lineal.

Si posamos nuestras miradas en los escasos 70 minutos que dura su salto del corto al largo, podemos observar un primer ejemplo de la estructura fragmentada y no lineal que marcará el resto de su obra y que encuentra su máximo exponente en ‘Memento’; narrada a través de dos tramas paralelas inversas —una contada “hacia delante” y otra “hacia atrás” — que confluyen en el tercer acto revelándose como el mejor efecto especial imaginable.

En estos dos filmes, así como en otros como ‘El truco final’ o, especialmente, ‘Tenet’, la opción de alterar el orden natural de la cronología del relato sirve para potenciar el aura de puzzle narrativo que Nolan impregna a todos sus trabajos. Algo que, al igual que la ambición y la escala de sus premisas, ha ido incrementándose progresivamente junto a otro de los aspectos distintivos más criticados de sus películas: el exceso de exposición oral.

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No cabe duda de que es harto complicado plantear e introducir al público en universos en los que se puede navegar a través de los sueños y el inconsciente de otras personas, en los que se pueden alterar las dinámicas lógicas del tiempo y la entropía de objetos y seres vivos, o en los que se exploran conceptos avanzados de la física cuántica. Por ello, Christopher Nolan evita todo tipo de sutilezas y hace las cosas más fáciles aportando los datos que considera esenciales a través de sus personajes, que verbalizan la información necesaria.

Estos fragmentos puramente expositivos suelen ser tan plomizos como engorrosos y perjudiciales para el potencial disfrute de una cinta. Es entonces cuando la sala de edición y el montaje en paralelo se convierten en armas secretas casi infalibles. Mientras los personajes exponen los entresijos del universo y el cosmos o nos bombardean con los siguientes pasos de una investigación para encontrar a un traficante de armas, el paralelo nos sitúa automáticamente en medio de la acción, haciendo menos cargante la exposición y ahorrando minutos de preciado metraje.

Este uso del montaje en paralelo también se ve reflejado en el uso de la yuxtaposición de diferentes subtramas, cada una de ellas encaminada a culminar en su propio clímax, y que convergen en un tercer acto en el que todas las pistas que se nos han ido facilitando con cuentagotas cobran sentido y desembocan en una revelación sorprendente. Una suerte de “prestigio” como el que se menciona en ‘El truco final’ que brinda un cierre por todo lo alto, de esos que invitan a ponerse en pie.

La forma

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Si no te interesan los temas que trata ni el modo en que lo hace, a Christopher Nolan le queda un as en la manga con el que embelesarte y hacerte caer rendido a sus pies: un tratamiento formal en el que lo tangible tiene un peso muchísimo mayor que lo digital y en el que el concepto de escala está muy por encima de lo que acostumbran a ofrecer los grandes blockbusters contemporáneos.

Hablar del cine de Nolan en términos formales es hacerlo de un profundo amor por el fotoquímico. Desde su debut con ‘Following’, rodado en 16mm, el director se ha mostrado fiel a rodar con película; ya sea de 35mm como en ‘Memento’, ‘Insomnio’, ‘El truco final’ o ‘Batman Begins’; saltando en escenas puntuales al gran formato en ‘El caballero oscuro’, ‘Origen’ y ‘El caballero oscuro: La leyenda renace’; y filmando íntegramente en 65mm ‘Dunkerque’ y ‘Tenet’ para experimentarlos plenamente en pantallas IMAX. Una progresión en la escala del material sensible proporcional a la ambición de los proyectos.

Este rechazo a lo digital en la era de los ceros y los unos se aplica de igual modo al departamento de efectos, en el que también prima lo práctico sobre lo generado por ordenador. La filmografía de Nolan está repleta de auténticos prodigios, tanto a nivel visual como en lo relacionado con el diseño de producción, llevados a la pantalla sin trampa ni cartón. Para demostrarlo, ahí están el pasillo giratorio de ‘Origen’, el alucinante campo de bombillas de ‘El truco final’, la batcueva y la ciudad de Gotham de ‘Batman Begins’ — construidas en un hangar reconvertido en plató—, los escenarios naturales en los que se filmó ‘Interstellar’ o la escena de ‘Tenet’ en la que se hizo explotar un 747. Casi nada.

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Esta espectacularidad tangible se ve enriquecida ya no sólo por el uso del gran formato a la hora de rodar, sino por el uso de una de las herramientas más olvidadas durante los últimos años: el plano general.

Si prestamos atención a la planificación de largometrajes congéneres estrenados recientemente, podremos observar cómo el plano general ha ido desapareciendo de forma progresiva, saltando de los grandes planos generales creados digitalmente a planos medios. Esto es especialmente visible en producciones destinadas a plataformas de streaming, y está ligado al tamaño de la pantalla de proyección y a los altos costes que implica levantar escenarios y llenaros de vida para mostrarlos junto a los personajes en un plano general al uso.

Afortunadamente para nuestras retinas, Christopher Nolan, aliado con sus dos directores de fotografía de cabecera Wally Pfister y Hoyte Van Hoytema, nunca ha temido en alejar la cámara y capturar con todo lujo de detalles las escenas de unas películas que estimulan por igual ambos hemisferios del cerebro del espectador.

El quid de la cuestión

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Mientras Michael Bay viva y continúe en activo seguirá siendo el adalid de la destrucción cinematográfica y el blockbuster palomitero, pero si Christopher Nolan ha logrado cautivar a medio mundo con sus superproducciones, ha sido gracias a su visión única de las mismas y a su habilidad para abrazar a un espectro de público gigantesco con ellas.

Ya sea con propuestas contenidas en clave noir como ‘Following’ y ‘Memento’, con sobrias y oscuras aventuras superheróicas, con asfixiantes hazañas bélicas o con ejercicios imposibles de ciencia ficción, el cine de Nolan no se olvida de entretener al respetable mientras adereza el show con premisas sorprendentes y enrevesadas, y con una inteligencia difícil de encontrar en la práctica totalidad de productos de gran presupuesto confeccionados para arrasar en taquilla.

Si hay algo que hace que muchos caigamos rendidos ante su trabajo es cómo se esfuerza en envolver sus espectáculos audiovisuales redondos y rebosantes de escenas imposibles con esos repuntes filosóficos y existencialistas tan socorridos. Pero lo mejor de todo es que lo hace sin discriminar a ningún tipo de espectador; y es que puedes quedarte en sus capas superficiales repletas de acción y pirotecnia o, por el contrario, puedes profundizar y exprimirte la sesera con sus retorcidos rompecabezas. Escojas la opción que escojas, es harto complicado no quedar satisfecho.

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