Ha vuelto a pasar. La cosa está que arde en las casas del entretenimiento. Los grandes estudios viven en un estado de paranoia que deja entrever problemas más profundos en la industria. De siempre, se sabe que la fábrica de sueños es puritana como ella sola, lo que normalmente se ha traducido en diferencias creativas que tienen que ver con sexo o violencia, pero habitualmente más lo primero. Lo demás lo gestiona la MPAA y tranquilamente.
Ese tipo de problemas siempre ha existido y de nada sirve negarlo o cuestionar que son barreras, por lo general, muy dañinas en el resultado artístico de una película. Pero la cosa va más allá de un triste pezón peregrino: en el nuevo juego de los universos cinematográficos, en las grandes franquicias y en las grandes apuestas de gigantes como Disney, Warner y Universal, todos parecen querer opinar en aspectos creativos. Dentro de cocina todo el mundo quiere meter ingredientes de su receta. Ya sea por decisiones estadísticas, de comité o por no respetar líneas rojas de producción.
Cuando el director sobrevive, pero la película no
En primer lugar, hay que destacar, para hacer más tangible el problema, que la pelea entre autores y estudios no siempre se resuelve con un despido del autor, a veces, una de las partes cede. Normalmente, quien tiene el poderío es el estudio, pero no son pocos los autores que han sabido llevar sus caprichos a su terreno. Aunque normalmente, los test screenings suelen definir bastante las decisiones posteriores del comité creativo por encima del director. Si nos ponemos concretos, podemos hablar de cambios épicos en películas que ya estaban hechas.
Viene a la cabeza el desbarajuste que le prepararon a David Ayer, cuyo ‘Escuadrón Suicida’ (Suicide Squad, 2016) se intuía como una bomba de personalidad que acabó en su mayor parte en la sala de montaje. En general, en el nuevo universo DC de Warner están ocurriendo este tipo de debacles. No hay más que leer los títulos de crédito para ver las sucesivas incorporaciones de guionistas para hacer borradores y borradores del nuevo enfrentamiento entre Batman y Superman. ¿No sería mejor no contratar a directores con personalidad para ahorrarse el mal trago?
Cuando se estrenó ‘Los Vengadores: la era de Ultrón’ (Avengers: Age of Ultron, 2015) sucedió algo curioso. Uno de los implicados en el proceso de producción escribió un artículo en el que explicaba cómo el proceso de escritura y el organigrama de decisiones era tan complejo y dependiente de partes, que se sorprendía cómo aquello podía acabar teniendo sentido. NO sorprende que Joss Whedon se aventurara a decir, antes de empezar a rodar, que su intención no era ofrecer algo más grande, con más acción, que es exactamente lo que acabó siendo.
Cuando la cabeza del director rueda, pero la película sobrevive
Por eso está ahora en la competencia, por cierto, cubriendo el puesto de Zack Snyder, pero desgraciadamente por problemas de otra índole. Y es que si sacamos a colación el tema marvelita toda la fuente de problemas (o soluciones) la tiene Kevin Feige. El pope creativo que ha revolucionado el género de superhéroes con su plan faraónico de crear una estructura de filmes que nacen, crecen y cohabitan entre ellos. Imagino que cuadrar todo ello debe de ir un paso más allá de lo complicado pero en el camino algunos nombres grandes han caído.
El mismo Whedon ha pasado de repetir, pero el caso con más revuelo fue el de Edgar Wright y su versión de ‘Ant-Man’ (2015). Un proyecto que cogió con cariño y al que dedicó mucho tiempo. Cuando llegó la hora de la verdad, las visiones no cuadraron, chocó con el estudio y se piró. El resultado final no estuvo nada mal (parte de su guion quedó en ella) y lanza al aire una pregunta que se puede aplicar a otros muchos casos. ¿Realmente la película de Wright habría mejorado el resultado final? Es probable, sí. Pero también podría haber dado una sorpresa.
Y no agradable. Si tenemos en cuenta las últimas películas del inglés, todas tienen mucha personalidad, sí, pero intentan ser de culto por todos los medios y tienen problemones de estructura en su tercer acto. Sí, incluyendo ‘Baby Driver’ (2017). Habrá que ponerse en la piel de un estudio que ha descubierto cierta fórmula del éxito y quiere encontrar un equilibrio entre esa fórmula y la visión de directores con carisma. Hablamos de presupuestos que van de los 250 millones de dólares a los 130 la que menos. No pueden permitirse un ‘Green Hornet’ (2011).
Hablar es fácil, cuando no hay pasta en juego
Claro, le damos nuestros millones a Michel Gondry y Seth Rogen para que se hagan su peli de superhéroes excéntrica y llena de sus tics. Pero luego se la pega en taquilla. Probablemente tenga hasta un nombre dentro de los estudios. “hacerse un Green Hornet”. Claro que puedes intentar seguir haciendo tu película escupiendo a la mano que te da de comer como Josh Trank y su desastre de ‘Cuatro Fantásticos’ (Fantastic Four, 2015) y de regalo no volver a trabajar en tu vida.
En el caso de ‘Star Wars’ la cosa se empezaba a oler con ‘Rogue One’, que pese a que a muchos les pareció maravillosa, esconde un problema de fondo que parece volver a repetirse ahora. El montaje final no gusta y se vuelve a rodar casi entera. Para ese monstruo de Frankenstein que quedó al final, mejor hubiera sido echar a Edwards y contratar a un pelele desde el principio. En el caso de 'Han Solo', la elección de Howard parece desastrosa pero, quién sabe, si el guion de Kasdan es bueno, quizá baste con hacer las cosas bien.
Puede que los autores de ‘Infiltrados en clase’ (21 Jump Street, 2012) estuvieran tratando de meter chascarrillos de “ese” tipo de comedia americana y no veían que no acababa de cuajar con el tono de aventura clásico que la gente que ha iniciado el proyecto (también con una idea del mismo en la cabeza) quería desde un principio. No estamos hablando de destrozar el proyecto de la vida de Phil Lord y Chris Miller, es un encargo. Cuando contratas a un pintor para pintar tu pared de blanco no quieres una Gioconda, y mucho menos un Jesucristo de Borja.
Cuando el tiempo les da la razón
Ojo, no se trata tampoco de defender la dictadura de un sistema de estudios, pero a veces se crea una bola de opinión y lloros basada en la predisposición de la idea de que los estudios son robots manufacturadores sin motivo y claro, olvidamos que en una revista o en una web como esta hay una cosa que se llama línea editorial. También es necesario recordar que a veces se crea un aura negativo hacia ciertas decisiones de estudio que pueden no ser lo que parecen.
El caso claro de Cary Fukunaga y Warner con la nueva versión de ‘It’ (2017) llama la atención por su ola de defensa del director cuya popularidad gracias a ‘True Detective’ (2014) hacen pensar que hará la mejor versión posible de la novela de King. Bien, para empezar, su famosa serie tampoco era tan buena como la pintaban y, además,su versión del guion de la adaptación, que ha rulado por la red desde hace un tiempo, parece que no solo no contenta a los fans sino que les parece que hace modificaciones al libro bastante chuscas y decepcionantes.
Y es que, si nos ponemos especialitos, no todos los cambios de director han acabado en una firma de Alan Smithee (un apodo para firmar obras que el autor repudia). En ocasiones, la historia ha dado obras maestras como ‘Espartaco’ (Spartacus, 1960) que cambió a Anthony Mann por Stanley Kubrick. O casos como ‘El mago de Oz’ (The Wizard of Oz, 1939) que cambió sin muchas flores a Richard Thorpe por el ya conocido Victor Fleming, que también fue el recambio ese mismo año de una película tan legendaria como ‘Lo que el viento se llevó’ (Gone With The Wind, 1939) en la que reemplazó a George Cukor.
El origen de la duda
Por supuesto, hay casos más amables y otros que se demuestran justificados a posteriori. El infame montaje para cine de 'El exorcista: el comienzo' (Exorcist, The Beginning, 2004) de Renny Harlin es significativo. Cuando en Warner recibieron la versión de Paul Schrader de la película se quedaron con el culo torcido y decidieron echarle para hacer una versión con terror y escenas que dieran lo esperado en una producción de posesiones. Claro, todo el mundo se les echó encima y había una idea colectiva de que la visión de Schrader era una obra maestra.
Cuando un año más tarde apareció su versión, como montaje alternativo, hubo bocas pequeñas para decir una verdad demasiado obvia. La versión rechazada realmente era plana, aburrida y con un aspecto a ratos televisivo. Quizá no todos los ejemplos sigan esa pauta, pero al menos, antes de sacar las antorchas para defender la integridad artística, hay que hacer reflexión y aceptar que en algunas ocasiones, los estudios pueden llevar razón. Aunque sea por razones de puro negocio. Pero es que este es el juego del riesgo y el espectáculo.
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