Con la muerte el pasado domingo de Lolo Rico, creadora y directora del mítico programa de TVE 'La bola de cristal', he recordado que se ha discutido y reconsiderado tanto la Movida madrileña y la Transición en general, que ya resulta hasta cansino y derivativo ponerle peros a estas alturas a aquel movimiento cultural que ha acabado destapándose, supervivientes y onda expansiva mediante, como otro capricho de las clases pudientes de la capital. Y más disimuladamente, como un complejo mecanismo de control de la clase política, muy ocupada en aquel momento en apuntalar lo que con el tiempo hemos venido a deconstruir con el término Cultura de la Transición.
Fueron años complejos y contradictorios en lo cultural: cuando Alaska y Ana Torroja se tiraban de los pelos acusándose de pijas mutuamente, de muy buena familia la primera, hija de un marqués la segunda, la auténtica subversión cultural de los ochenta se generaba en núcleos del underground nacional como Euskadi o Cataluña, entre otras muchas zonas de la península. Pero el colorido, la frivolidad, los acordes pop, la fiesta 24/7 y la ironía blindada atrajeron todas las miradas sobre Madrid.
Pero desde hace un tiempo (yo diría que, especialmente, desde la publicación del esencial ensayo colectivo 'CT o la Cultura de la Transición', coordinado por Guillem Martínez), la crítica cultural está reconsiderando el auténtico papel, cargado de conformismo político, de la Movida. Y a pesar de ello, 'La bola de cristal' permanece en cierta burbuja intocable, incontestable, y lo cierto es que a estas alturas ya no podemos achacárselo a la nostalgia: 'La bola de cristal' ha sido revisada, cuestionada y examinada, y su halo de brillante inconformismo y creatividad sin límites sigue hoy refulgiendo como entonces.
Por supuesto que hay muchas cosas en 'La bola de cristal' que han quedado algo pasadas de moda (que no superadas) por el transcurrir de los años: la estética, la precariedad de los medios, la estructura rígida y algo abigarrada de cada programa... todo ello era disculpable por una serie de ideas que no se habían visto hasta entonces en una televisión española (mucho menos en una cadena publica). Fue gracias a la perspicacia de Lolo Rico, que supo darles forma, coherencia y, sobre todo, libertad a guionistas como Carlos Fernández Liria, que usaron los Electroduendes (en apariencia, simples marionetas, en realidad herederos directos de la tradición satírica y popular de los títeres de cachiporra o guiñoles) nada menos que para explicar la lucha de clases a los niños.
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Antes de llegar a 'La bola de cristal', Lolo Rico, que falleció de una parada cardiorespiratoria a los 83 años, tenía una larga carrera como prestigiosa directora de programas infantiles tanto en radio como en televisión. En Radio Nacional se encargó de dirigir 'Dola, Dola, tira la bola', con el que ganó en 1977 un Ondas. Y ya en TVE, en los setenta fue guionista de programas infantiles clásicos como 'La casa del reloj' o 'Un globo, dos globos, tres globos'.
Sin embargo, su auténtica personalidad se revelaría en 'La bola de cristal', un programa infantil de una virulencia que hoy se habría considerado adoctrinante de las mentes infantiles (spoiler: no pasó nada; unos salimos más libertinos y otros más conservadores). En él, la Bruja Avería a menudo era identificada como el Mal Absoluto, es decir, el Capital. El resto de los Electroduendes iban tomando distintas formas que satirizaban altos cargos públicos (los ministros Barriovaudios o Narciso Radar), disparando un mensaje anticonformista que se veía aderezado con música de artistas afines a la Movida, sí, como Santiago Auserón o Alaska, pero también con intervenciones de grupos muy poco propios de un programa infantil, como Eskorbuto, Los Nikis o Siniestro Total.
El programa se completaba con actuaciones de Pedro Reyes y Pablo Carbonell (es decir, anarquía en estado puro) en sketches singularmente educativos. Cada semana concluía con una parte más orientada al público juvenil conducida por Javier Gurruchaga, que por entonces ya había convertido en arte y sello personal ese cringe vodevilesco tan suyo. Y todo aderezado con múltiples clips, casi pre-memes construidos con imágenes de archivo y que enviaban a la infancia mensajes desestabilizadores del orden como "Si no quieres ser como estos, lee" o "Tienes quince segundos para imaginar... si no se te ha ocurrido nada, a lo mejor deberías ver menos la tele". Como guinda, un episodio de una sitcom clásica, que fueron sucesivamente 'La pandilla', 'La familia Monster' y 'Embrujada'.
Todo ello, en cargas de profundidad semanales, cada sábado entre 1984 y 1988. Las audiencias pasaron de 100.000 espectadores a 5 millones y pese a la aceptación y que incluso generó productos inauditos en la época (de un cómic quincenal de los Electroduendes a un programa semanal protagonizado solo por estos personajes), fue cancelado de forma traumática y apresurada, después de pasar por diversas relaciones de poder con los directores del Ente. Por ejemplo, en la etapa José María Calviño (1984-1986), nadie prestaba atención a este programa infantil cuyos guionistas se declaraban de ultraizquierda, y que incluían duras críticas al PSOE en el poder, por entonces aplicando duras políticas neoliberales.
Con Pilar Miró, entre 1986 y 1988, el programa empezó a ser observado más estrechamente, y la directora del Ente adjudicó un par de productores ejecutivos para que controlaran los contenidos, algo que Lolo Rico nunca había tenido que soportar antes. La devoción de Miró por Felipe González y sus políticas cortó las alas a un programa que tenía ideas propias de programas de humor adultos, como doblar discursos del Presidente, hasta el punto que se recibieron quejas de la Embajada de Estados Unidos.
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Llegó un momento en el que Lolo Rico dimitió de su puesto de directora por las presiones y la censura indirecta, concretamente por culpa de un sketch sobre la enseñanza privada,que se censuró sin su consentimiento. José Antonio Abellán, director de programas de RTVE, y causante de la censura, ofreció a Rico y su equipo un cambio: una adaptación al español de los muñecos de 'Spitting Image', ya dirigidos al público adulto, y que se llamaría 'Los pepones'.
El proyecto no llegaría a prosperar, incluso cuando Rico y los suyos trabajaron meses en diseños y guiones. El sustituto de Miró (que había dimitido por un escándalo con la compra de unos trajes, porque cambian los partidos pero no las formas), fue Luis Solana, hermano del ministro Javier Solana, que inició una fase de derribo total de 'Los pepones', que calificaba de inadecuados e insultantes. Se negó en todo momento a recibir a Lolo Rico para hablar con ella del tema.
Sintiéndose denigrada por una censura absolutamente injustificable (aunque Solana llevó el tema al Congreso, lo hacía sin pruebas sobre la mesa: el único material que había podido ver era una prueba de cámara de un par de guiñoles sin contenido político), Lolo Rico dimitió y pidió la excedencia. Desde entonces, permaneció alejada de las cámaras, pero siguió entregando su verbo afilado y contestatario a la escritura: publicó un necesario libro contando los entresijos de 'La bola de cristal'; unas memorias en 2008 '¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa y yo no me dé ni cuenta?'; o un ensayo espistolar sobre la brecha generacional, 'Cartas de una madre de izquierdas a una hija de derechas'.
Con la muerte de Lolo Rico se va una auténtica revolucionaria: una que usó las armas que le daba el sistema para inyectar en los espectadores mensajes inconformistas y que llamaban al pensamiento independiente. Y por encima de ello, una creadora de programas infantiles que no trataban a los niños como amebas, sino como seres pensantes y con criterio propio. Lo dicho: una revolucionaria.
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